sábado, 21 de agosto de 2010

Shakira y Laura. Por Ignacio Camacho

Bañarse en las fuentes no es una costumbre cívica, pero en todo caso resulta menos ofensiva que homenajear a etarras.

EN Barcelona, como en otras muchas ciudades, la gente suele bañarse en las fuentes públicas para aliviar el calor del verano. No se trata desde luego de una costumbre cívica ni encomiable, pero en todo caso es menos ofensiva que la de rendir públicos honores a terroristas culpables de complicidad en delitos de sangre. El Ayuntamiento barcelonés, sin embargo, tiene un criterio diferente para medir el incivismo: se cruzó de brazos ante el previsto homenaje a la etarra Laura Riera —finalmente prohibido por la Audiencia Nacional—mientras pretende sancionar a la cantante Shakira por haber sumergido sus curvas en una fuente urbana durante la grabación de un vídeo. Se trata, sostiene el muy cumplido y diligente Consistorio, de un mal ejemplo para la juventud empeorado con el agravante de circular sin casco en una motocicleta. Se refiere por supuesto al baño de la sugerente estrella; sobre la convocatoria del acto filoetarra no consta ninguna opinión municipal.

La preocupación del equipo del alcalde Jordi Hereu por la observancia de una adecuada conducta en las calles de su ciudad resultaría conmovedora si no se hubiese convertido en habitual la presencia de masas de turistas desharrapados en La Rambla y sus alrededores, que ha generado todo un debate local en torno a la indumentaria mínima imprescindible para sentarse en las terrazas o entrar en los restaurantes. (Nadie reclama etiqueta sino el uso de una simple camiseta sobre el bañador). Bajo el impulso oficial, el modelo urbano de Barcelona ha evolucionado desde el rutilante y eficaz esplendor del 92 a una especie de sucursal cutre de Porto Alegre en la que toda presunta expresión alternativa goza de acogida favorable hasta el punto de haberse convertido en referencia del movimiento okupa y otros colectivos de la antiglobalización. El resultado es una frecuente y consentida ocupación desaprensiva, incluso vandálica, del espacio público y un visible deterioro del ambiente social que contrasta con la ordenada elegancia del bellísimo paisaje ciudadano. En ese contexto progresivamente degradado, Shakira y su trivial hapenning de transgresión pija vienen a ser una excepción de un glamour casi aristocrático. Y siempre merecerán mejor bienvenida y trato que la morralla antisistema capaz de incluir, ante la pasividad oficial, un acto de exaltación terrorista en el programa de unas fiestas de barrio.

Pero para que el Ayuntamiento barcelonés, tan repentinamente sensible a la urbanidad callejera, se hubiese mostrado menos permisivo con el homenaje a Laura Riera habría necesitado la constancia, o al menos el indicio razonable, de que tras la prevista exaltación de la heroína etarra el acto fuese a acabar con un baño masivo en las fuentes de Gracia. En esa hipótesis —puede que el festejo, aun sin permiso, acabe en algo peor: hay precedentes— acaso el estatuario Hereu se hubiera dignado enarcar una ceja.


ABC - Opinión

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