sábado, 10 de julio de 2010

Octopussy. Por Ignacio Camacho

El pulpo, que venga el pulpo a dilucidar a cara o cruz las aburridas disyuntivas de la gobernación de la patria.

EL pulpo Paul en la apertura de los telediarios. Conexión directa con el acuario de Oberhausen para retransmitir en vivo la predicción del oráculo. El presidente del Gobierno, la vicepresidenta y varios ministros entregados a sosas gracias sobre el octópodo; la flor más granada de la socialdemocracia española seducida por una parodia del pensamiento mágico, no muy distinta de los vaticinios mitológicos de las culturas premodernas. Cábalas nacionales en torno a un mejillón dentro de una cajita, probablemente manipulado por los responsables de la broma, acaso los únicos listos de esta simpática superchería, de este peculiar casinillo en versión germánica. ¿La sentencia del Estatuto catalán? Ufff, novecientos farragosos folios. ¿Los votos particulares? Tediosísima prosa leguleya. ¿El decreto de reforma de las cajas de ahorros? Monótona dispositividad para iniciados, que sólo comentan los que no la han leído. El pulpo, que venga el pulpo a dilucidar a cara o cruz las aburridas disyuntivas de la gobernación de la patria. No mucho más criterio muestran los bípedos responsables de aclararlas. Y si se equivoca el molusco, siempre queda la posibilidad de cocinarlo «a feira».

Al menos el pulpo muestra una sintética clarividencia sobre las identidades nacionales que no aparece en la prolija literatura del Tribunal Constitucional, cuyos magistrados discrepan a fondo con extensa argumentación discursiva sobre la simbología y la esencia. A Paul le ponen delante dos mejillones identificados por banderas, y se va derechito al que le parece más apetecible. La cabalística del pronóstico atribuye a cada enseña la propiedad de representar a una nación y a su correspondiente equipo de fútbol, y el animal no entra en disquisiciones identitarias ni se detiene en la efectividad jurídica de los preámbulos. Estatuto mediante, quizá en alguna próxima Copa del Mundo le puedan dar a elegir una cajita envuelta en la cuatribarrada, y las responsabilidades que se las pidan a los cráneos privilegiados que le han dado vía libre a las selecciones catalanas. A ver quién y cómo le explica a Paul el intríngulis de los prefacios, las «nacionalidades» y el Artículo Segundo.

Entregado como está el país entero a esta pasión esotérica y supersticiosa, quizá podría aquilatarse su eficacia sometiendo las candentes cuestiones de Estado al augurio de la hechicería política. Un mejillón representando al Constitucional y otro al Estatuto, y a ver cuál se comía el cefalópodo. ¿Primitivo, irracional, descabellado? Más o menos como la decisión preconcebida de aquilatar una sentencia a los prejuicios del statu quoy a los hechos consumados. Con toda seguridad, el pulpo no tardaría en decidirse cuatro años.


ABC - Opinión

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