domingo, 11 de julio de 2010

España existe. Por José María Carrascal

Los españoles hemos vuelto a nuestros peores hábitos y mucho me temo que esta sentencia no haga más que azuzarlos.

MENOS mal que nos queda el fútbol porque el resto es para volverse loco. Nadie está conforme con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el estatuto catalán. Unos la juzgan demasiado estricta; otros, demasiado floja, e incluso hay quien considera las dos cosas al mismo tiempo, Que la critiquen ambos extremos ideológicos debería ser prueba de que no es mala, al buscar el punto medio. Pero eso ocurre en las democracias asentadas, donde la política está guiada por el consenso, no por la imposición de un bando sobre otro. Ese fue el espíritu de la Transición y el que impregnó la Constitución del 78. Pero de un tiempo a esta parte, los españoles hemos vuelto a nuestros peores hábitos y mucho me temo que esta sentencia no haga más que azuzarlos.

Personalmente, considero que, tal como se estaban poniendo las cosas, es la mejor de las posibles. De entrada, deja meridianamente claro, no una vez, sino una docena, que la única nación que hay en este país es España. Cataluña, y cualquier otra comunidad, puede autodenominarse nación, estado o imperio, como yo puedo llamarme Napoleón, Einstein o Leonardo da Vinci. Pero jurídica y constitucionalmente, Cataluña es una nacionalidad, como yo soy José María Carrascal. El segundo punto clarificado es que no puede descentralizarse la Justicia, cuyo órgano de gobierno es el CGPJ, y su última instancia, el Tribunal Supremo. Por último, la sentencia rechaza toda bilateralidad entre Cataluña y el Estado, estableciendo claramente la subordinación de la parte al todo. Tal vez debería haber sido más específica en algunas competencias, pero, repito, los puntos fundamentales quedan a salvo, al salvarse la unidad nacional, la prioridad jurídica y el orden legislativo.

Los catalanes pueden protestar, indignarse, decir incluso cosas tan peregrinas como que es «imprudente», como si las sentencias judiciales fueran normas de etiqueta. Cuando si de algo peca es de exceso de prudencia. Imprudente es la reacción de la clase política catalana echándose a la calle tras, primero, haber creído a Zapatero cuando le dijo que le daría lo que le pidiese. Luego, al haber hecho un estatuto claramente anticonstitucional. Y por último, no aceptando la poda de lo más anticonstitucional del mismo, Contemplando el comportamiento de esa clase política, uno comprende por qué Cataluña nunca ha llegado a ser un Estado-nación. No por imposición ajena, sino por incapacidad de sus dirigentes.

Aunque peor es decir que se trata de una derrota del PP. Si tachar 14 artículos y enderezar 27 es una derrota, no sé qué será una victoria. Aparte de que, de no haber sido por el PP, posiblemente no podríamos hablar hoy de una nación llamada España.


ABC - Opinión

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