sábado, 17 de julio de 2010

El del bombo y el bombero. Por Tomás Cuesta)

La estólida solidez de Zapatero tal vez radique en la ausencia de bagaje intelectual que lleva consigo en sus vagabundeos.

DETRÁS del torpe aliño indumentario que envuelve a la retórica de Rodríguez Zapatero hay más alevosía de lo que se supone y menos incuria de lo que parece. El presidente del Gobierno ha convertido la política en un rito incivil, en una migración perpetua, en un ir y venir continuo de la insignificancia a la delicuescencia. Su hábitat no es la «polis» —la ciudad construida sobre las normas y las leyes— sino el inabarcable desarraigo de la estepa. Zapatero es un nómada, un líder huidizo, un fortín sin cimientos. Es, dando curso a lo cursi a efectos de endulzar lo trascendente, una estrella fugaz (¿una furtiva lágrima?) que centellea en el hondón de las tinieblas. Aun así, ni se extingue ni flojea y, aunque le echen el alto con palabras gruesas, hasta la fecha nadie le ha parado los pies o le ha afeitado en seco. «Sólo lo fugitivo permanece y dura». En eso, aunque lo ignore, es un trasunto de Quevedo.

Dicho lo cual —redicho si se quiere—, no hay que escamotear la paradoja impertinente. La estólida solidez de Zapatero tal vez radique en la completa ausencia de bagaje intelectual que lleva consigo en sus vagabundeos. No es demasiado probable que el presidente del Gobierno haya leído (leído de verdad, purgando el sudor del alma al que hace alusión Steiner) más allá de dos o tres libros completos en su no corta existencia. Y, de los que ha leído, no ha extraído lección alguna, ni en lo conceptual, ni en lo sintáctico, ni en lo estético. Pero puede que, en política, la inopia no sea un defecto. Al menos, en la política regida por el gran espectáculo de masas que es la de nuestro tiempo.

Atrincherado en el mostrenco empeño de sobrevivirse cueste lo que cueste, al necio le presta alas el torbellino identificador que los televisores vierten sobre la abotargada sensibilidad del ciudadano medio. Y es que, a fin de cuentas, la fuerza del resentimiento, que Nietzsche calibró como la maldición más degradante de la especie, se manifiesta en tales trapicheos: tener a un perfecto ignaro pavoneándose en la estratosfera, hace que nos sintamos un poco menos berzas de lo que nos sabemos: «¡pues, anda tú que ése…!»

Una vez más, el debate enfrentó al señorón solemne y al trilero risueño. Al pedernal adusto y al liviano zoquete. A la estrategia con las estratagemas. Y, una vez más, el escapista salió indemne. Evasión y victoria. De nuevo el señor Rajoy ha disparado a bulto (con postas, bien es cierto) y la pieza, de nuevo, ha vuelto a escabullirse como el agua de un cesto. Vamos, que, el otro día, ocurrió lo de siempre: que al vivo le faltó fuelle y que al muerto le sobró aliento. A Mariano el del Bombo —¡aúpa!— no le llovieron nueces y el Bombero Torero no perdió la cabeza. ¡Un catorce de julio! Mira que estaba a huevo.

No obstante, según los oidores de las berreas dialécticas, Rodríguez Zapatero ya es un púgil sonado, una titubeante marioneta. ¿Sonado? Pudiera ser. El son cubano, al menos, lo interpreta de muerte. Lo de la marioneta, en cambio, no cae por su propio peso. El títere, en este caso, es quien mueve los hilos del titiritero y el ventrílocuo ejerce de muñeco del muñeco. O sea, el «delirium tremens». Pero Pinocho ahí sigue, embaucando a Gepeto. Y ahí se las den todas. Y lo que te rondaré, morena.


ABC - Opinión

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