domingo, 27 de junio de 2010

Utopía de coalición. Por Ignacio Camacho

Si Rajoy considera necesario un Gobierno de unidad tendrá que esperar a formarlo él mismo.

EL Gobierno de coalición, o de concentración, es un bucle melancólico que permanece vivo en la memoria de la política española desde los tiempos de la Transición a la democracia, pese a que también en aquella época se convirtió en un mantra abstracto que nunca acabó de tomar cuerpo, ni siquiera en los momentos de deriva más dramática. La unidad de los partidos, al menos de los dos grandes, frente a las situaciones de emergencia nacional o de crisis profunda constituye un desiderátum de muchos ciudadanos que jamás ha sido escuchado por los agentes decisivos de la escena pública, enfrascados en una confrontación a cara de perro con el poder como objetivo fundamental y casi único de la acción política. Tampoco ahora parecen existir condiciones o elementos objetivos para que cuaje esta bienintencionada aspiración colectiva, toda vez que el enconado enfrentamiento partidista impide incluso la más elemental fórmula de los pactos de Estado. Seis años de zapaterismo no sólo han roto los frágiles puentes que unían las dos orillas de nuestra partitocracia, sino que han consagrado el divisionismo como estrategia de marketing electoral y ahondado las diferencias entre derecha e izquierda a base de una intensa demagogia retórica.

La sugerencia efectuada por Javier Arenas en las páginas de ABC parece más bien fruto de una lucubración voluntarista, una reflexión teórica sobre la necesidad de volver a un entendimiento juicioso basado en el interés general tras el fracaso del sectarismo zapaterista. El propio Rajoy se apresuró a aclarar que la figura misma del presidente bloquea en la actualidad cualquier hipótesis de acercamiento. Como no hay en el seno del Partido Socialista, pese a los recelos que ya despierta Zapatero en su dirigencia más sensata, voluntad alguna de revocar su liderazgo, la posibilidad de un Gabinete de convergencia anticrisis no pasa de ser una mera cavilación contemplativa, un escenario intelectual, un ejercicio de especulación utópica. Ya sería un paso adelante, un auténtico salto cualitativo, la avenencia parcial parcial de PSOE y PP en torno a algunos de los problemas inmediatos —energía, sector financiero, pensiones— que acucian a la política española en una delicada coyuntura de amenazas de desequilibrio social y quiebra del Estado.
Ni siquiera existen indicios de probabilidad para una coalición entre la socialdemocracia y el nacionalismo catalán, alianza que en varias ocasiones históricas ha estado a punto de tomar cuerpo para acabar descarrilada por unas u otras razones. Zapatero está solo, aislado, preso de sus errores y de su vacuo dogmatismo, y en esa soledad tendrá que transitar por lo que quede de legislatura. Por conveniente que pudiera resultar para una gobernanza razonable, si Rajoy considera necesario un Gobierno de unidad tendrá que esperar a formarlo él mismo... ganando previamente las elecciones.


ABC - Opinión

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