sábado, 19 de junio de 2010

Gabilondo tiene un plan. Por M. Martín Ferrand

Consciente del paupérrimo nivel de nuestros bachilleres, busca un pacto para una reforma educativa.

THOMAS Otway, un olvidado dramaturgo inglés de la segunda mitad del XVII, gran admirador de su contemporáneo Pedro Calderón de la Barca, vivió siempre en extrema pobreza. Pasaba hambre de la bíblica, de la verdadera. Uno de sus protectores ocasionales, abrumado ante la total necesidad del escritor, le dio una guinea de oro —¡una pasta!— para aliviar su necesidad. El pobre Otway corrió hasta la panadería más próxima y compró una hogaza de pan, pero se atragantó con el primer bocado y murió en el acto, asfixiado. Traigo a cuento tan triste historia para recordar que la escasez es mala; aunque peor puede ser, todavía, la abundancia mal administrada. Una conseja moral y política especialmente útil para el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y aquellos de sus ministros que tienen algún contenido sin transferir en sus Ministerios.

Ángel Gabilondo, un gigante por comparación con la mínima talla de muchos de sus compañeros de Gabinete, es de los que andan escasos de función. Dicho en caricatura, a Educación le restan de realidad tangible la Universidad a Distancia y la Menéndez Pelayo de Santander, poco grano para tan poblado granero. En consecuencia, el hombre se mueve tratando de buscar un sentido a su gestión y, consciente —supongo— del paupérrimo nivel con que terminan sus estudios nuestros actuales bachilleres, trata de buscar un pacto con las restantes fuerzas parlamentarias para intentar una reforma educativa de mayor calado y más grande ambición que los de nuestra realidad presente. El mayor, en profundidad, de todos los problemas nacionales.

Gabilondo no se rinde y tiene un plan. Insiste, y con razón, en alargar la enseñanza hasta los 18 años, mejorar e impulsar la Formación Profesional, perfeccionar los idiomas y elevar el rigor y el nivel y, sin razón, en una mayor implicación de los padres en el proceso educativo. Muy avanzada está ya la legislatura para una intentona de esa naturaleza en el ámbito nacional y muchos son los afanes taifales de los gabilondosautonómicos; pero bueno sería que, contra lo establecido, nuestros nietos llegaran a la Universidad con parecida formación con la que llegaron nuestros padres. Tampoco servirá para mucho si Educación insiste en consensuar su plan con la comunidad educativa, un vago concepto que incluye profesores, alumnos, administrativos y señoras de la limpieza. Algo que convierte en rectores a personajes como Carlos Berzosa, incapaces de administrar con pulcritud y eficacia una población y un presupuesto superiores al de muchas capitales de provincia. Después de tanta hambre, Gabilondo puede atragantarse con un mendrugo.


ABC - Opinión

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