lunes, 10 de mayo de 2010

Un país de arrebatacapas. Por José María Carrascal

POR muy desconsolado que esté el ministro Gabilondo por no haber logrado un pacto educativo, mi desconsuelo es mayor. Y es mayor porque teniendo bastante más años que él, conforme avanzo en edad me doy cuenta de que las naciones se forjan en la escuela, en los institutos, en las universidades, y que su futuro depende del nivel educativo de sus ciudadanos. No me refiero sólo al futuro económico, sino también al político, al social, al de convivencia interior y de prestigio exterior. En una palabra: de la educación depende que un país esté en la primera liga de naciones o en la segunda.

Todas las estadísticas arrojan que la educación en España se ha deteriorado hasta extremos vergonzosos. La agenda de todos los gobiernos ha sobrevaluado la política e infravalorado la educación, convirtiéndola en criada de sus intereses, atentos a la cantidad no a la calidad y primando la holgazanería sobre el esfuerzo. Se acusó el régimen de Franco de dejar la educación en manos de la Iglesia. La democracia la ha dejado en manos de cualquiera: los políticos, los padres, los propios alumnos. Así está ella, con las peores notas según el informe Pisa.

Ángel Gabilondo ha hecho un esfuerzo ímprobo para corregirlo, pero, tal vez por su formación teológica, olvidó lo fundamental: que la educación se funda en las matemáticas y la lengua. En el lenguaje de los números y en el lenguaje de las palabras. Un chico o chica que domine números y palabras está preparado para dominar cualquier disciplina y afrontar cualquier tipo de problema. De ahí que el PP acertase al exigir que todo pacto educativo tenía que empezar por restablecer el español como asignatura básica, y el ministro se equivocase al no aceptarlo por razones políticas, pues quiero creer que en su fuero interno coincida con mi tesis y no con las que dicen que «el español ya se aprende en la calle». Lo que nos ha traído generaciones incapaces de expresarse, escribir, aprender e incluso razonar correctamente. Lo peor que puede ocurrir en nuestro mundo del conocimiento.

Junto a ello, no conviene olvidar que la educación empieza por la formación de un buen profesorado. Que el bachillerato -al coincidir con la adolescencia- es la clave humana y cultural de los niveles educativos. Que la formación profesional es tan importante como cualquiera de los demás. Y que dejar a la educación en manos de los políticos es casi tan destructivo como dejarles la justicia.

Claro que para lograrlo, antes habrá que desterrar algo más dañino del alma española: que para la promoción social vale más la recomendación o la política, el famoso «enchufe», que la formación que se tenga. Mientras eso no llega, la educación será un factor secundario en la vida española, y España, un país de arrebatacapas, en el pelotón de los torpes, nunca mejor dicho, europeo.


ABC - Opinión

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