martes, 4 de mayo de 2010

Un mal consustancial. Por M. Martín Ferrand

LA singular y pertinaz Esperanza Aguirre, gran animadora de un partido sesteante -el único que nos queda sin trocear-, ha dicho, sin que le tiemblen las carnes ni los pulsos, que «la corrupción es algo consustancial a todas las instituciones».

Dentro del ámbito matritense hay que remontarse, por lo menos, a los tiempos de Enrique Tierno Galván para recordar dichos tan oportunistas, provocadores e inexactos. ¿Las instituciones, alguna de ellas, son de la misma sustancia que la corrupción? ¿El bien lo es de la misma que el mal? No es que yo sienta un respeto insuperable por las instituciones -muchas, ¿demasiadas?- que nos rodean y sostenemos con nuestros impuestos; pero aceptar que en ellas reside la corrupción, tal y como el alma habita en el cuerpo, me parece una pasada excesiva.

Las instituciones, para merecer la condición de respetables, tienen que estar dotadas de mecanismos de vigilancia constante y depuración permanente. Si, aquí y ahora, no hubiéramos debilitado instituciones como el Tribunal de Cuentas y funcionaran, al viejo y tradicional modo administrativo, los servicios de Intervención de Hacienda la corrupción podría, incluso, ser frecuente; pero no «consustancial». La mayoría de las personas, incluso en la vida pública, tienden a ser honradas y sólo la provocación insistente, como la que significa la falta de sistemas de control, puede desviarlos de su recta trayectoria. Una afirmación tan liviana podría esperarse de Leire Pajín, la planetaria; pero resulta sorprendente, e inquietante, en boca de quien por procedencia, formación y experiencia debiera ser más respetuosa, por lo menos, con el Diccionario.

Alberto Ruiz-Gallardón, que, con el frío y el viento de la más cruel primavera madrileña, inauguró ayer la glorieta de Jaime Campmany, en la que concluye la avenida de Camilo José Cela, sí podría haber pronunciado con toda propiedad la palabra consustancial. El maestro Campmany, como su ahora vecino Cela, son consustanciales con el brillo del idioma castellano; pero quiero pensar que lo de los protagonistas del «caso Gürtel», a quien -supongo- Aguirre trata de defender con su machada, son sólo accidentales en el delito, no consustanciales con él. Convendría que quienes usan el lenguaje en público y revestidos de autoridad lo hagan con mayor prudencia que Aguirre. Más en el estilo, inteligente, delicado y cariñoso, con que ayer lo hizo Gallardón.


ABC - Opinión

0 comentarios: