viernes, 14 de mayo de 2010

Efectos colaterales. Por M. Martín Ferrand

MARIANO Rajoy, como les ocurre a los turistas japoneses de visita en un tablao, tiene problemas para colocar el olé donde corresponde: sin romper la cadencia del cante, la emoción de la copla o el ritmo de los bailaores. Aplaude cuando no debe, como acaba de pasarle con Francisco Camps, y patea cuando no corresponde, como hizo con José Luis Rodríguez Zapatero en la solemne ocasión en que el líder planetario abdicó de sus ideas -y hasta de sí mismo- para repetir la sabia letanía que venía predicando el de la gaviota. Es una lástima porque un olé a destiempo, además de deslucir la actuación del artista, desacredita al insensato que lo lanza al aire sin mayor cautela.

Cuando Zapatero, apretado por las circunstancias y empujado por los líderes de medio mundo, cantó la palinodia y se tragó toda su doctrina previa sin que le temblaran las carnes, Rajoy perdió la oportunidad de oro para demostrar su condición de maestro y su voluntad patriótica. No se entiende su desmelenamiento ante el hecho, por tardío y escaso que resulte, de que su adversario y jefe del Ejecutivo se aviniera a sus propias razones y pasara por el aro de un plan de austeridad y recortes en el gasto público. El derecho al pataleo es inalienable; pero, como el olé, tiene su tiempo y sus modos. Patalear a destiempo es, en sus efectos, lo mismo que un aplauso y, en lo que respecta a la estética parlamentaria, un desafuero.

Según el establecido reparto de poderes en la parodia democrática española, a quienes les correspondía patear las propuestas del líder socialista es a los sindicatos, no al PP. Los inevitables recortes que anuncia el Gobierno, seguramente anticipo de otros mayores y fiscalmente más dolorosos, son la piedra de toque que demostrará la impostura sindical que padecemos. Su escasa representatividad, su encallecimiento funcionarial y la costumbre de la sopa boba presupuestaria han hecho de CC OO y UGT unos entes fantasmales que, hasta ahora, servían como terminal ejecutiva de la voluntad del PSOE. Uno de los efectos colaterales, con sus ventajas e inconvenientes, de la nueva política económica y social del Gobierno reside en el inevitable languidecimiento de quienes Baura definió como caciques obreros y que, en el último sexenio, revestidos como «agentes sociales» y con la voluntad de parapetar al Gobierno, han reforzado su caciquismo y olvidado su procedencia personal e histórica.


ABC - Opinión

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