jueves, 22 de abril de 2010

A vueltas con el velo islámico, ración doble de ‘hipogresía’. Por (Federico Quevedo

Cada cierto tiempo a algún imán fundamentalista se le ocurre la feliz idea de lanzar un desafío a las autoridades educativas españolas y poner a prueba nuestra capacidad de autodefensa y la firmeza en nuestras convicciones.

Lo hace escogiendo como conejillo de indias a alguna niña que seguramente asistía feliz y contenta a su clase con el resto de sus compañeros, ajena a un conflicto socio-político-religioso que tiene mucho de provocación y muy poco de respeto a la libertad, por un lado, y a las normas y costumbres del país de acogida, por otro. Cada cierto tiempo, por tanto, hecho el desafío, la niña en cuestión pasa a convertirse de una alumna más en una especie de kamikaze pero sin bombas, e inmola su propia adaptación a un entorno no fácil para ellos, en nombre de Alá y de Mahoma, su profeta. Se autodestruye. Se aísla. Se fagocita obligada a ello por una religión en la que la mujer es considerada un ser inferior al hombre y se convierte en un instrumento manipulado por el fanatismo religioso y la malicia con la que actúan algunos de los líderes islamistas. Cada cierto tiempo se reabre este debate en nuestro ya de por sí moralmente reblandecido parlamento político y mediático, y asistimos a uno de esos ejercicios obscenos de demagogia barata, vomitivo populismo y retorcida hipocresía a manos de la progresía de siempre.

Dejemos claro que esto no ocurriría si hubiera una ley general, de aplicación en todo el territorio nacional, que por una cuestión de higiene y de costumbre prohibiera el uso de cualquier elemento que tape la cabeza de los chavales -con excepción hecha de las prescripciones médicas-, sea este el hiyab o una gorra de Los Ángeles Lakers, y exigiera una vestimenta adecuada a nuestro modelo educativo, que no es otra que aquella que permita al alumno cumplir con todas sus obligaciones escolares, tanto intelectuales, como físicas, de tal modo que la vestimenta no pueda servir de excusa para que las alumnas musulmanas se salten a la torera la asignatura de Educación Física. Y ya está. Ni siquiera haría falta un debate sobre cuestiones religiosas ni nada parecido. Este es, supuestamente, un país libre en el que si alguien quiere llevar una cruz colgada del pecho puede hacerlo, y si prefiere adornar su pechera con una media luna, también. Nadie tiene por qué decirle nada, como tampoco decimos nada cuando vemos caminando por nuestras calles a mujeres musulmanas tocadas con el hiyab. Sin embargo, es en este punto donde el debate cobra otra dimensión, y merece la pena desmontar algunos tópicos falsos de esos que la izquierda utiliza habitualmente para justificar su defensa de la indumentaria musulmana al tiempo que ataca las costumbres y valores que la tradición cristiana ha dejado en nuestro país.

El martes, sin ir más lejos, escuchaba a algún tertuliano en la radio comparar el uso del velo islámico con el hecho de que en España haya todavía monjas de clausura que visten como tales y utilizan instrumentos dolorosos de sacrificio corporal, sin que sus compañeros de micrófono fueran capaces de rebatirle semejante barbaridad. Odiosa comparación, y nada más lejos de tal demagogia que la igualación de una monja que ha elegido libremente su camino de entrega con la imposición por ley islámica a la mujer de una determinada manera de vestir, que en los países árabes más moderados se traduce en el hiyab, pero que en los más fundamentalistas llega al extremo del burka. Tanto uno como otro son una forma de humillación de la mujer, y eso no ocurre en ningún caso con la dedicación cristiana de una mujer a Dios. El hábito de las monjas no es un símbolo de dominación ni una manera de expresar la inferioridad de la mujer respecto al hombre, sino simplemente un reconocimiento de libre entrega que en unos casos se traduce en un ejercicio constante de oración y en otros en una dedicación sin par a los demás, bien a través de la educación, bien a través de la atención en hospitales, o bien a través del cuidado de los más pobres y desfavorecidos. Comparar eso con el uso del velo islámico es, sinceramente, una colosal estupidez.

Sin embargo, desde la izquierda se utiliza este debate para forzar otro más al gusto del relativismo progresista que nos invade: el de la libertad religiosa, como si en este país no hubiera. Lo cierto es que consumidos por su relativismo, la progresía patria se debate entre dos posturas: la de defensa de los derechos de los musulmanes como revancha por lo que consideran siglos de dominación cristiana, y la de rechazo absoluto a cualquier simbología religiosa lo que, de hecho, supone poner en tela de juicio los sentimientos de la mayoría social del país. Es decir, en ambos casos el debate sobre el hiyab se acaba convirtiendo en un debate sobre los crucifijos en las escuelas, que es lo que más les ‘mola’ a los progres de puertas para adentro. Eso sí, ninguno de ellos protesta porque en Marruecos se expulse de las escuelas a alumnos cristianos por llevar una medalla de la Virgen colgada del cuello. O porque el cristianismo esté perseguido en un país aparentemente civilizado como Egipto, hasta provocar la muerte de quien lo practique. O porque en ningún país musulmán se permita la construcción de templos cristianos para el culto. O porque en esos países se someta a la mujer a los deseos del hombre y los homosexuales sean considerados enfermos merecedores de penas de cárcel en unos casos, y de la muerte en otros. No, eso les queda muy lejos y no sirve para alimentar el revanchismo de la izquierda radical, ¿verdad, señor Rodríguez?


El Confidencial

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