sábado, 10 de abril de 2010

Política de mediocridad

EL Gobierno no ha tenido más remedio que conformarse con un Real Decreto-Ley para aprobar unas medidas urgentes que quería presentar como un gran pacto político contra la crisis económica.

La operación de propaganda ha fracasado una vez más, lo que no significa que tales medidas no vayan a ser respaldadas por los demás partidos. El Partido Popular ha anunciado su apoyo, sin entusiasmo y con mucho escepticismo, porque, de nuevo, el Gobierno ha optado por una fragmentación de respuestas al deterioro económico que no se enmarcan en un cuadro general de reformas estructurales. Los parámetros del gasto público -pese a los retoques de aparente austeridad-, el mercado laboral y el sistema tributario siguen intactos y las únicas modificaciones de calado acordadas hasta el momento generan inquietud, como el aumento del IVA a partir de julio. Difícilmente esta subida de impuestos va a aumentar la recaudación si las familias españolas, durante los primeros meses de este año, están incrementando su ahorro sin consumir tanto como el Gobierno esperaba que lo hicieran para evitar la repercusión del nuevo IVA. A esto se le llama miedo e incertidumbre sobre el futuro. Si no hay confianza, no hay consumo ni reactivación autónoma de la actividad productiva. Los buenos datos de la matriculación de vehículos responden a las subvenciones públicas, claro aviso de que el fin de estas ayudas puede dar paso a un nuevo declive de las ventas, como ya han alertado las empresas del sector.

El Real Decreto-Ley aprobado ayer por el Consejo de Ministros abunda en la política de medidas paliativas, pero sin ambición alguna a medio y largo plazo. No es temerario pensar que, con esta falta de apuestas por la productividad y la competitividad, el final de la crisis pueda no significar para España el comienzo de la recuperación -tantas veces anunciado como retrasado desde el Ejecutivo-, sino el estancamiento en la mediocridad. Incluso el Gobierno parece consciente de que no es capaz de poner en marcha ese anunciado cambio de modelo productivo y por eso se refugia en la economía del «No-Do»: ladrillo, coches y playa. Todas las acusaciones del Gobierno contra los malos fundamentos del anterior crecimiento económico -tan jaleados por Rodríguez Zapatero cuando decía que sus peores previsiones de paro serían siempre mejores que las mejores previsiones de paro con Aznar- se han quedado sin alternativas, reduciendo su oferta política a la sociedad española a más déficit público y más paro, los dos problemas que hacen imposible la recuperación económica.

ABC - Editorial

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