lunes, 12 de abril de 2010

La derecha insegura. Por Ignacio Camacho

LA corrupción, por desgracia, se nota poco en las encuestas porque la universalización del latrocinio -hay 800 cargos públicos procesados actualmente, repartidos en proporción casi correlativa al arco de partidos- estabiliza la intención de voto; la gente sigue votando a los suyos en la creencia de que los adversarios se corrompen igual o más. La mangancia no provoca deserciones electorales aunque incrementa la desconfianza en la clase política; en materia de venalidad institucional hemos vuelto a aquel tiempo en que Julio Camba anotaba con sorna que se decía que los políticos roban como se dice que el caballo relincha, el buey muge o la gallina cacarea: con una resignación zoológica. Lo que sí puede tener consecuencias es el modo en que los aún no se han corrompido tratan a los corruptos, la manera de afrontar la deshonestidad y reaccionar ante sus inevitables episodios. Y en ese sentido la semana-calvario que ha vivido el PP ante la segunda entrega del sumario Gürtel le puede pasar una seria factura.

Nadie puede decir que el Partido Popular otorgue a sus miembros corrompidos trato más favorable que otras fuerzas políticas. Al contrario, reacciona con mayor presteza y un sentido más intenso de la responsabilidad, apreciable en el sincero desgarro moral que la existencia de corrupción en sus filas provoca en la mayoría de sus dirigentes. Sin embargo, y quizá por esa misma conciencia responsable, acaso fruto de una profunda autoexigencia, su reacción corporativa se ha vuelto dubitativa, titubeante, envuelta en una lamentable zozobra. El daño que el PP se ha dejado infligir por su deficiente pauta de actuación ha sido de largo superior al alcance objetivo de unas revelaciones que poco o nada nuevo aportaban a las ya conocidas andanzas delictivas de Correa y sus secuaces.

Ha tenido también mucho que ver en ello el estilo quietista que imprime a su liderazgo Mariano Rajoy, empeñado en considerar como un arte de templanza lo que los demás vemos como irritante proclividad a la demora y la procrastinación en la toma de decisiones. Cuando se recrea en la suerte de marcar los tiempos lo que envía a la opinión pública es el mensaje letal de que le paralizan las dudas, una sospecha demoledora para quien aspira a gobernar la nación. Pero no es sólo esta tendencia vacilante lo que zarandea el prestigio del PP como alternativa, sino la evidencia de sus discrepancias internas, de cuestionamiento de la autoridad, de falta de control del entorno mediático, social y político de una derecha en perpetuo alboroto que se atormenta a sí misma creyéndose incapaz de configurar una mayoría vencedora. Le falta, al PP y a la derecha, fe en sus posibilidades, y le sobra cainismo y vehemencia divisionista. El resultado es una oposición artificialmente atribulada que le ha dado una plácida semana de vacaciones al peor y más quemado Gobierno de la democracia.


ABC - Opinión

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