domingo, 18 de abril de 2010

El gineceo presidencial. Por M. Martín Ferrand

LOS sabios de la Grecia clásica, menos apurados por la deuda y el déficit que Yorgos Papandreu, se proponían a sí mismos problemas de imposible solución, desde la cuadratura del círculo a la trisección del ángulo pasando por la duplicación del cubo.

A partir de tan tenue evocación puede concluirse la condición helénica que aletea en las entrañas de José Luis Rodríguez Zapatero, el líder al que Leire Pajín pretendía planetario y se ha quedado, pobrecito, en personaje de cercanías. Impulsado por su obsesión paritaria, el socialista ha construido un gineceo político y de pensamiento que anula, por su espectacularidad, todos los andrones habidos en nuestra vida pública desde que culminó la Reconquista.

Zapatero le ha encargado a sus elegidas, diz que mujeres de mérito, labores imposibles que convierten la citada cuadratura del círculo en videojuego -violento, por supuesto- de dificultad mínima. Después de consagrar la diferencia «de género» entre el garrotazo que un hombre puede darle a una mujer del que la mujer pueda propinarle al hombre -demagogia en estado puro-, confía en la inteligencia de Bibiana Aído para demostrar la igualdad, no sólo de derechos, entre los niños y las niñas, algo que debiera escandalizar a los ecologistas y que, una de dos, o nos convierte en una Nación de hermafroditas o cierra el ciclo de la perpetuación de la especie.

Siempre en pos de lo imposible, físico o metafísico, Zapatero pretende que María Emilia Casas deshaga en unas cuantas noches, después de un cuatrienio de fracasos, el manto que tejieron los padres de la Constitución y que, al calor de los poderes emanados por el Título VIII, ha degenerado en los escudos que portan los héroes autonómicos con armadura soberanista. Casas no es Penélope. Tampoco Elena Salgado entra en el marco de la Odisea. Ahora, si prospera la prudente propuesta de la Comisión Europea, tendrá que someter el Presupuesto del Estado -un género literario en lo que llevamos de zapaterismo- al más exigente y cabal criterio de Bruselas para que, después y en el Congreso, pueda ser aprobado, enmendado o rechazado por los diputados de sigla y obediencia.

Tal es la carga de imposibles que el líder socialista le impone a sus mujeres paritarias que terminarán cantando, como en La rosa del azafrán: «¡Ay, ay, ay!, ¡qué trabajo nos manda el Señor, levantarse y volverse a agachar!»


ABC - Opinión

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