viernes, 5 de marzo de 2010

Tremendismo antitaurino

Los argumentos contra la Fiesta en el Parlament son demagógicos y vacuos

El Parlamento de Cataluña ha celebrado las comparecencias a favor y en contra de las corridas de toros en la Comunidad. A lo largo de las dos últimas jornadas, se han sucedido los pronunciamientos enfrentados que, en principio, deben alumbrar la decisión final de la Cámara sobre la suerte de la Fiesta Nacional. En el contraste entre defensores y detractores de la tauromaquia ha quedado probada la solidez de los argumentos de los taurinos y la vacuidad de quienes han desnaturalizado la lidia. Lo cierto es que las intervenciones antitaurinas pasaron por alto todo lo que de cultura, tradición y respeto por el animal tienen los toros y se limitaron a un enfoque tremendista y de mal gusto. Que se comparara la Fiesta con la ablación del clítoris demuestra por sí sola la degradación de una posición y la aberrante actitud de algunos extremistas.

Entendemos el malestar de las organizaciones de mujeres, que ayer amenazaron con querellarse contra el filósofo Jesús Mosterín, responsable del desvarío. Alguno de los detractores de las corridas exhibió en la sesión parlamentaria el estoque, la banderilla y la puya para sostener la idea del maltrato del animal, pero el golpe teatral sólo fue eso, teatro y trivialización de una tradición ancestral. Aquellos que piensan que los miles y miles de personas que acuden a un coso sólo lo hacen para disfrutar con el sufrimiento del toro convertirían a esa gran parte de la población en una suerte de sádicos sedientos de sangre. Un disparate. Obviamente, detrás del estoque y la banderilla hay mucho, muchísimo más que no se puede manipular con una puesta en escena tan simplista. En todo este movimiento antitaurino, que reúne a ecologistas radicales con independentistas que persiguen únicamente la erradicación en Cataluña de todo aquello que guarde relación con España, existe también una gigantesca hipocresía. Quienes criminalizan y quieren condenar la Fiesta por el supuesto maltrato a los toros son los mismos que han prácticamente blindado en el Parlamento de Cataluña los denominados «correbous», un festejo taurino en el que los astados no son precisamente acariciados por las calles catalanas. Esa doble moral deja al descubierto la falacia de que la «cruzada antitaurina» protege, sobre todo, al animal. Hay muy sólidas razones para defender la tauromaquia. Frente a la monumental manipulación de los toros por parte de los promotores de una iniciativa ajena por completo a los problemas reales de Cataluña, a los cientos de miles de aficionados les asisten la tradición, la naturaleza del toro y, sobre todo, la libertad. No nos gusta ni compartimos la tendencia cada vez más acentuada de una parte de la clase gobernante a entrometerse en la vida de las personas. La democracia no se fortalece con la injerencia constante de la política en los derechos de la gente. ¿Qué fundamento jurídico puede aplicarse para abolir una actividad respetuosa con el Estado de Derecho, culturalmente enraizada y económicamente sostenible? Entendemos que la Fiesta vivirá o morirá en función de que el público la sostenga o no, de que exista una demanda suficiente, pero no por el capricho puntual del gobernante de turno que se deja condicionar por un animalismo de salón. La Comunidad de Madrid ha tomado la decisión de declarar los toros Bien de Interés Cultural por su relevancia y significación. Nos parece un acierto que reconoce la auténtica naturaleza de la Fiesta, la misma que provoca pasión y admiración, la misma que condujo al filósofo francés Francis Wolf a defenderla como un patrimonio mundial, no sólo español.

La Razón - Editorial

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