martes, 30 de marzo de 2010

Terror islamista en Moscú

La predilección del terrorismo de inspiración islamista por los transportes públicos es una de las señas que identifican sus actos de barbarie.

Así se vio en el atentado a las Torres Gemelas, en la masacre de los trenes de Madrid o en las bombas en el Metro de Londres. Ayer fue el suburbano de Moscú el que sufrió el zarpazo terrorista e indiscriminado. Según las informaciones oficiales, dos mujeres independentistas de Chechenia habrían hecho estallar en hora punta los cinturones explosivos que portaban, causando la matanza de casi cuarenta moscovitas y malhiriendo a otros sesenta y cinco. Para los españoles, las imágenes difundidas por la televisión resultaron dramáticamente familiares, con vagones desventrados y personas ensangrentadas pidiendo auxilio. Y es muy probable que, al margen del modus operandi de las dos terroristas chechenas, también este atentado tenga relación más o menos directa con Al Qaida, cuyos esfuerzos por instalarse en las repúblicas musulmanas del Cáucaso Norte son conocidos por los servicios de inteligencia occidentales. Es cierto que el metro de Moscú y sus edificios públicos han sufrido numerosos atentados perpetrados en la última década por independentistas de Chechenia, Osetia, Ingushetia y Daguestán. En los últimos seis años, unas setenta personas han muerto en atentados cometidos en transportes públicos, y al menos doscientas fallecieron a consecuencia de un secuestro masivo en un teatro moscovita.

El norte caucásico es un hervidero de grupos radicales que pretenden independizarse del Kremlim, como han hecho las repúblicas del sur. Pero lo que podría considerarse un conflicto político de orden territorial ha encontrado en el islamismo el combustible ideológico y religioso para justificar sus atrocidades. Para Al Qaida, la guerra santa decretada por Ben Laden es global y abarca todas las ensoñaciones territoriales posibles. Moscú es un viejo rival del líder islamista, al que ya combatió en Afganistán cuando los tanques de la Unión Soviética intentaron controlar el país. Y no parece que la Rusia de Putin le merezca mejor opinión, sobre todo por los métodos expeditivos que utiliza el Ejército ruso para combatir a los islamistas chechenos y osetios. Todos estos datos confirman que el terrorismo islámico se mueve en un vasto frente internacional sin distinción de bloques estratégicos, de regímenes o de formas de gobierno. Allí donde entran en conflicto comunidades islámicas con otras de diferente fe religiosa, allí está Al Qaida operando o capitalizando el conflicto, ya sea de modo directo o mediante grupos afines con los que comparten objetivos. No sólo en el Magreb, donde secuestran europeos para financiarse, o en Egipto, Irak, Líbano o Moscú. También en Palestina, donde los vínculos terroristas de Hamas con la gran red islamista son notorios; el enemigo en este caso es el «gran Satán» de Ben Laden: Israel. No en vano, es el único país democrático y no musulmán de la zona. Por eso resulta sorprendente la ceguera de quienes deploran sinceramente atentados como el de ayer y no ven el sustento ideológico que los justifica y la mano común que los perpetra.

La razón - Editorial

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