martes, 2 de marzo de 2010

«La princesa». Por Alfonso Ussía

Rubén Darío, uno de los más grandes y más cursis poetas nacidos de madre, hijo de la nicaragüense Metapa, diplomático y errante, encendido de cisnes unánimes y quioscos de malaquita, nos regaló la infinita tristeza de la princesa en su deleznable «Sonatina». «La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?/ Los suspiros se escapan de su boca de fresa». La princesa de Rubén, que se merecía un buen cachete por cursi, repipi y caprichosa, la princesa de la boca de rosa que quería ser golondrina y mariposa, tener alas ligeras, volar hacia el sol y saludar a los lirios de mayo en lugar de contemplar «a los cisnes unánimes de los lagos de azur», esa princesa merecedora de un serio y contundente correctivo paterno, como un par de leches bien dadas, no tenía remedio. Para que su palidez rimara correctamente, Rubén la mete hasta los tobillos: «¡Oh, quien fuera hipsipila que dejó la crisálida!/ (La princesa está triste… la princesa está pálida)». Menos mal –ahí el Hada Madrina interviene y le informa para su buen consuelo–, «que en caballo con alas, hacia acá se encamina/ en el cinto la espada, y en la mano el azor» el feliz caballero vencedor de la muerte a encenderle los labios con su beso de amor. Dicho esto, la majadera de la princesa se repone, sonríe y con disimulo –ahí Rubén Darío no ofrece detalles–, con toda probabilidad, se toca el chichi.

A nuestra «princesa» de hoy no se le presenta un porvenir de armados caballeros y cisnes unánimes o discrepantes. Se le viene encima una buena. De las gordas. Y en la «Milla de Oro» de Madrid, que mientras duren las obras de la calle de Serrano ha pasado a ser la «Mina de Oro», se comparte la preocupación. Las grandes marcas francesas, italianas y españolas –Louis Vuitton, Hermés, Prada, Loewe y demás–, lamentan profundamente la situación actual de «la princesa», la «dona», la dueña y señora de los mejunjes isleños, María Antonia Munar, que está triste por motivos más sencillos y desagradables que los que afligían a la mema de la princesa de Rubén. Está triste porque se le ha acabado el chollo. Está triste porque después de treinta años haciendo y deshaciendo en las islas Baleares, de pactar indistintamente con el PP y con el PSOE, de protagonizar toda suerte de chanchullos y negocios con el dinero público, ha sido trincada. Ha dimitido de su cargo de presidenta del Parlamento balear y ha anunciado que abandona la política y se marcha a su casa. El problema está en el destino de su marcha. Ella dice que a su casa, pero los hay, y son muchos, los que piensan que con anterioridad al gozo hogareño, puede pasarse una buena temporada en la trena. Se veía venir y no ha hecho caso a los que le anunciaban tormentas y tramontanas. Ha dejado al socialista y catalanista Antich con el botijo en la mano y sin agua. Ella, la «princesa», para no ser reconocida en los establecimientos selectos de Palma, garbeaba habitualmente por Madrid, y llenaba su ilusión de pulseras, relojes, collares, bolsos y sedas. Pero fueron cayendo uno por uno todos sus peones de Unión Mallorquina, su gran invento, y al final, la precipitada por el acantilado ha sido ella. La «princesa está triste» porque ha perdido la inmunidad parlamentaria, porque los suyos han decidido contar y cantar, y porque va a verse obligada a rendir cuentas ante la sociedad y la Justicia. Esta «princesa» no se va de rositas ni con Rubén.

La Razón - Opinión

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