jueves, 4 de febrero de 2010

Zapatero, en Washington, con un monigote en la espalda. Por Antonio Casado

Gobierno acorralado y a la defensiva. Bracea como puede para no hundirse en medio del discurso político y mediático que describe con detalle un estado de emergencia nacional. En el discurso vale todo, incluida la falta de respeto a las personas. Por ejemplo, decir desde una tribuna pública que a estos ministros los han sacado de un estercolero. Maravilloso. Y, por supuesto, lo más socorrido, ese tono despectivo especialmente dedicado a Zapatero. Hoy, más expuesto que nunca, por su jornada americana junto a las elites del país más poderoso de la tierra.

El presidente del Gobierno se ha ido a Washington con cientos de agujas clavadas en muñecos de trapo parecidos a Mister Bean. A lo largo de la jornada queda abierto el concurso para encontrar la forma de ridiculizar su paso por la capital del imperio. En la fiesta religiosa del creacionismo, en el almuerzo-coloquio con la patronal norteamericana (US Chamber of Comerce) o, ya por la noche, su conferencia ante el Atlantic Council, en la que Zapatero cultivará el fetichismo trasatlántico. Da igual. Una foto, un gesto, una frase, una situación. Cualquier cosa servirá para hacer unas risas con el presidente del Gobierno de la Nación. Sería imperdonable dejarle volver de rositas ahora que lo tenemos contra las cuerdas.


El tiempo se come a la doctrina, dice mi paisano, León Felipe. La escenificación es la clave del acto político. Escenificar lo que se hace es ya tan importante, o más, como lo que se hace. Una foto con Barack Obama o la verbalización de la novedad que sitúa a Zapatero como el primer español que va de invitado especial al Desayuno Nacional de la Oración, por ejemplo, pueden jugar a favor de Zapatero. O de lo que representa como embajador de la Unión Europea y presidente del Gobierno de España. Lo saben los agitadores de esta despiadada ola de agresividad contra él y por eso lo imaginarán con un monigote a la espalda en su jornada americana. Les gustaría ponérselo de verdad, pero lo disimulan. No pueden ignorar las posibilidades encerradas en su agenda de Washington y no están dispuestos a permitir su aprovechamiento. Sufrirían un nuevo ataque de contrariedad, pequeño, eso sí, uno más, a modo de réplica, como en los terremotos, después del masivo chasco del 14 de marzo de 2004.

Llamado a hacer el ridículo

Así que ni orgullo nacional, ni sentido de Estado, ni imagen de España ni gaitas. El de la ceja está llamado a hacer el ridículo, como en Davos cuando falló el sistema de tradición simultánea. Y así será. Está escrito de antemano. Sobre todo en lo que se refiere al Desayuno de Oración, el primero de los tres actos previstos en la agenda de Zapatero. Un laico sorprendido en la desvergüenza de aceptar una invitación de carácter religioso, que además está incapacitado para comunicarse en un acto privado por su desconocimiento del inglés.

En la propia naturaleza del acto, desde los tiempos de Eisenhower, se inscribe el fomento del diálogo y la integración entre diferentes. Lo decía hace unos días el flamante embajador norteamericano en Madrid después de referirse a la “química entre Obama y Zapatero”. Decía Solomont que el acto refleja la diversidad norteamericana y las distintas formas de creer en Dios, aunque también caben los ateos.

Así es, efectivamente, desde que el acto se celebró por primera vez en 1953. En cambio aquí le negamos a Zapatero el derecho a dialogar e integrarse con diferentes. O le negamos a los anfitriones el derecho a dialogar e integrarse con el laico Zapatero. Hay que joderse.


El confidencial

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