viernes, 26 de febrero de 2010

Emborrachando a los españoles. Por Juan Ramón Rallo

Señores optimistas, enséñenme las historias de éxito que se deriven del Gobierno y yo les mostraré cuatro millones y medio de parados, un agujero presupuestario de 120.000 millones y una red de cajas de ahorros tambaleantes, politizadas y medio quebradas.

"El pueblo unido –ese mismo pueblo que encumbró por mayoría al presidente español más manirroto de todos los tiempos– jamás será vencido". Es el mensaje que periodistas, deportistas, escritores y famoseo vario tratan de transmitirnos en una campaña publicitaria para devolver la confianza a los españoles.

Nos instan a que busquemos historias de éxito, de esas que seguro que las hay a miles en España. Y no es para menos, pues ellos mismos son el ejemplo viviente de cómo medrar, prosperar y enriquecerse sobre los cimientos de un mensaje tan vacío como las arcas públicas españolas.

Porque historias de éxito, incluso en medio de esta durísima crisis económica, las hay a centenares. Basta con echar una ojeada a las resultados anuales de nuestras compañías para comprobar qué empresarios han tenido más aciertos que errores y cuáles han fracasado. El problema no es que no conozcamos el éxito; ni siquiera que exista el fracaso. Al fin y al cabo, el capitalismo se asienta sobre la prueba y el error, la revisión continua de los planes económicos conforme éstos se van mostrando obsoletos e insostenibles.


No, el problema es que la dureza y la extensión de los millones de historias de fracaso españolas son responsabilidad directa de un Gobierno sectario, ideologizado, mendaz y, no lo olvidemos, izquierdista, que se ha obcecado en no cuadrar las cuentas y en no liberalizar los mercados: esto es, en aplicar una política económica sensata.

Señores optimistas, enséñenme las historias de éxito que se deriven del Gobierno y yo les mostraré cuatro millones y medio de parados, un agujero presupuestario de 120.000 millones de euros y una red de cajas de ahorros tambaleantes, politizadas y medio quebradas. Si esto les transmite confianza, si creen que ante semejantes datos es el momento de brindar de cara al Sol, entonces es o que no entienden absolutamente nada o que prefieren que recurramos al alcohol para ahogar las penas.

La manera más rápida para salir de la crisis no es desviar la atención de los culpables, sino delimitar la identidad de los responsables. El chute de euforia colectiva que ahora nos piden ya lo hemos venido experimentando desde 2003, ¿recuerdan? Sí, fue entonces cuando la mayoría de los españoles, entusiasmados con las burbujeantes perspectivas de futuro, se olvidaron por un momento de la realidad y se lanzaron a endeudarse muy por encima de sus posibilidades para adquirir una vivienda a precios desorbitados. Total, si los pisos siempre subían, si bastaba con que confiáramos en nosotros para que un mileurista pasara a comprar el precio que debería haber alquilado a un coste casi 10 veces superior a su salario, si los bancos podían invertir en cualquier pufo el dinero de sus depositantes sin ver caer ni un cero de sus beneficios, si nos bastaba con construir por año más viviendas que Alemania, Francia e Inglaterra juntas para ser, a fuer de creérnoslo, cada vez más ricos, si todo esto ya lo logramos con éxito, ¿por qué no repetirlo ahora? ¿Por qué no mentirles a los españoles para convencerles de que lo peor de la crisis ya ha pasado? ¿Por qué no convencerles de que, para salir adelante, basta con que se lancen al ruedo sin mirar antes por dónde anda el bravo? ¿Por qué no dejar que el Gobierno siga dilapidando nuestro dinero a manos llenas mientras impide que quien quiera encontrar un trabajo lo encuentre? ¿Por qué, en definitiva, no nos olvidamos por un momento de esos antipatriotas cojoneros que nos llevan aguando la fiesta desde hace años cuando ya nos advirtieron de que la fiesta había terminado?

Tengamos confianza en nosotros mismos. Eso es lo esencial para salir del hoyo. Seguro que a los inversores extranjeros, que tienden a mirar a los países con más objetividad que sus apparatchiks, semejante locura e irresponsabilidad colectiva les tranquiliza sobremanera. Ya lo verán.


Libertad Digital - Opinión

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