sábado, 13 de febrero de 2010

De estrella a satélite. Por Ignacio Camacho

LAS grandes expectativas conducen a grandes decepciones. No es menester haber leído a Gracián -lectura de moda entre los ejecutivos aficionados al coaching- para ser consciente de que mientras más alta se proclame una aspiración más notorio será el fracaso de no alcanzarla. A nuestro inefable presidente del Gobierno le puede, sin embargo, la pulsión infantiloide de dibujar el mundo a la medida de sus deseos de grandeza, una vanidad frívola y un poco peterpanesca que a menudo lo estrella sonriente contra el muro de una terca realidad contradictoria. Le pasó en las negociaciones con ETA -«el año que viene estaremos mejor»-, le sucedió también con las previsiones de empleo -«la peor de nuestras cifras será mejor que la mejor de Aznar»-, le volvió a ocurrir cuando se atrevió a hacer pronósticos sobre la crisis que acababa de negar -«estamos a punto de empezar la recuperación»- y ahora le pasa de nuevo con esa Presidencia semestral europea desde la que prometió alegremente enseñarle a la Unión la fórmula para salir de la recesión y encontrar un nuevo modelo productivo socialdemócrata.

El clamoroso ninguneo al que los líderes de la UE han sometido a Zapatero en la cumbre sobre Grecia sólo ha sido la penúltima bofetada a esta vocación adanista. El presidente de turno ha olvidado la célebre advertencia de su correligionario (?) Alfonso Guerra sobre las contraproducentes ínfulas de protagonismo: el que se mueve no sale foto. Por moverse con excesiva ambición de notoriedad lo han dejado literalmente fuera del retrato de familia, en contundente y casi cruel evaluación colectiva de su supuesto liderazgo. El presidente de turno es tan importante que los verdaderos líderes del continente, los que tiran del carro y toman decisiones, no tuvieron a bien invitarlo a posar con ellos en la fotografía corporativa. Debe de ser porque su relevancia es de otra escala: planetaria, por supuesto.

Y todavía debe estar agradecido de que no lo tomasen en consideración, porque cuando lo han hecho ha sido, como en Davos, para sacarle los colores, echarle un rapapolvo y colocarlo en el furgón de cola del protocolo. Todo lo que podía fracasar en la sobrevalorada presidencia ha fracasado; las cumbres sectoriales pasan sin pena ni gloria, nadie estima la presunción agrandada del presidente, Obama ha descartado venir a encender la traca final en Madrid y la visibilidad exterior que buscaba el zapaterismo ha resultado contraproducente. Merkel y Sarkozy marcan el paso y las distancias, el oscuro Van Rompuy pugna con firmeza por delimitar su nuevo territorio político y el resto de los socios contemplan el papel español con la indiferencia de un simple turno de coordinación burocrática. La trascendental confluencia de galaxias ha acabado con el presunto astro convertido en un mero satélite.


ABC - Opinión

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