domingo, 10 de enero de 2010

La década perdida. Por Jesús Cacho

Como es norma cuando de calificar periodos de estancamiento económico se trata, también en España se empieza a hablar de los primeros 10 años de este siglo como de la “década perdida”. En voz baja, no vaya a ser que se enfade quien desde el BOE reparte las subvenciones, y echando la culpa al empedrado, es decir, a Madoff y compañía. Lo ocurrido aquí, sin embargo, es bien conocido y sus responsables tienen nombres y apellidos. Frente a la herencia económica recibida en marzo de 2004, las dos legislaturas del PSOE han devenido en la peor crisis económica registrada desde 1947, traducida en la pérdida de todas las ganancias de convergencia real –renta, riqueza y empleo- cosechadas desde el inicio del ciclo expansivo 1996-2007. Y lo peor es que esto no ha terminado. El perfil cíclico de la economía española es en L no en V, lo que equivale a decir que la recesión en curso vendrá seguida de un periodo de estancamiento con tasas de crecimiento entre el 1% y el 1,5% durante toda una serie de años y mucho paro.

Ello porque España combina dos graves desequilibrios: un alto endeudamiento de familias y empresas con un descomunal déficit público, algo que, en un marco de recesión primero y de bajo crecimiento después, genera un escenario explosivo que alienta la sospecha de que la economía española va a encontrar serias dificultades para atender sus compromisos de pago. Las razones son claras: la interacción entre los desequilibrios macro y micros acumulados durante la fase expansiva del ciclo, la profundidad de la recesión con su impacto sobre renta y riqueza de familias y empresas y sobre el sistema financiero, se retroalimenta y conduce a un círculo recesivo de dimensiones inéditas en lo que a intensidad y duración se refiere.

Desde esta perspectiva, nuestra economía está abocada a un escenario mucho más parecido al de una depresión que al de una recesión. De hecho, y a pesar de la fuerte corrección a la baja experimentada en 2008 por las principales variables macro, España no está ni a mitad de camino del proceso de saneamiento que haría posible pensar en un suelo para la dinámica de ajuste en curso. Ni la economía real ni el sistema financiero han absorbido en su totalidad el impacto de la recesión. Así pues, será imposible volver a tasas de crecimiento del 3% en esta legislatura y, en consecuencia, resultará inevitable alcanzar cifras de paro muy elevadas. El resultado final devendrá en un empobrecimiento sustancial de las familias, particularmente las clases medias, que, en promedio, perderán la mitad de su riqueza en el próximo bienio. La crisis no ha tocado fondo. Se halla en sus inicios y lo peor está todavía por llegar.

Embebido en el engaño de un Gobierno que no tiene otro programa que no sea enmascarar la realidad, los españoles siguen sin ser conscientes de las consecuencias que sobre su nivel de vida va a tener, está teniendo ya, la recesión en curso, engaño que contribuyen a mantener los grandes beneficiarios del Régimen, un grupo de millonarios apalancados en la subvención, los nada Cándidos sindicatos, y los dueños del agit-prop mediático. La realidad, sin embargo, es que restaurar la competitividad perdida por la acumulación de un diferencial de inflación y de costes laborales unitarios respecto a nuestros socios comerciales reclama un ajuste brutal y general de precios y salarios, algo que está ocurriendo por el lado del IPC, pero no, desde luego, de los costes laborales, que deberían caer en torno a un 20% para recuperar competitividad. En una economía rígida como la española, eso es imposible: es casi un axioma que en España los salarios solo pueden crecer. De hecho, lo están haciendo a causa de la caída del nivel general de precios, lo cual fortalece las tensiones recesivas y potencia el impacto destructor de empleo de la recesión. La consecuencia es que el ajuste se está haciendo vía destrucción de puestos de trabajo y de cierre de empresas, proceso imparable en una unión monetaria en la que es imposible mover el tipo de cambio.

Un retroceso material que es también cultural

El deterioro de las expectativas económicas, el aumento del paro, la erosión de la riqueza y de los ingresos del trabajo, y la contracción del crédito, hace insostenible el endeudamiento de las familias. Según datos del Banco de España, entre 2006 y 2008 la deuda de los hogares ha crecido casi un 24%, mientras su riqueza ha descendido en más de un 22%. Lo cual conduce a una caída muy potente del consumo familiar y a crecientes dificultades para afrontar el pago de sus deudas. Lo mismo ocurre con las empresas, obligadas a una liquidación masiva de activos a valor de mercado, o lisa y llanamente a la quiebra o suspensión de pagos por falta de crédito. Y es que el ciclo recesivo retroalimenta los problemas de bancos y cajas, deteriorando su capacidad para intermediar los flujos financieros y facilitar la salida de la recesión. El corolario es que el PIB crecerá en el entorno del 1% en lo que resta de legislatura, una tasa incompatible con la reducción del paro y la creación de empleo.

Con el riesgo añadido de default para el año que ahora comienza, consecuencia del elevado déficit público provocado por los planes de estímulo presupuestario, los costes del salvamento de cajas y bancos y, sobre todo, el colapso de los ingresos causado por la recesión. El sumatorio va a crear graves tensiones de financiación a unas Administraciones Públicas que, aunque dispuestas a pagar el diferencial que sea necesario para obtener recursos, van a ser observadas con lupa: los mercados, muy capaces de sumar deuda pública y privada, podrían llegar a preguntarse sobre la capacidad de pago de una economía muy endeudada, con una recesión aguda y sin perspectiva de salir de ella en el corto y medio plazo.

Preguntado una vez en Montevideo por el significado real de la palabra default, el economista argentino Ricardo López Murphy respondió que equivalía no solo a una pérdida de nivel de vida, sino también a “un retroceso cultural” que implicaba, que implica aquí y ahora, retroceder 20 años en el desarrollo, aceptar que somos un 30% más pobres, que no podremos pagarnos muchos de los grandes o pequeños caprichos de antaño, que habrá menos viajes, menos veraneo, menos restaurantes, menos ropa nueva, menos coches alemanes, peores servicios públicos, más hijos obligados a buscar en el extranjero las oportunidades que no encuentran en España, más agricultores abandonando el campo, más industrias quebradas, más comercios cerrados, menos movimientos comerciales y financieros… Más pobreza.

Zapatero o la socialización postmoderna de la teoría de las elites

Hace justamente un año titulé esta crónica con un explícito “España, camino de perdición”. Los temores de entonces se van cumpliendo con precisión matemática. Es ya un lugar común afirmar que la recesión de caballo que padecemos nos ha llegado en el peor momento posible, en una fase de profundo agotamiento del Sistema salido de la transición y con la clase política más mediocre de las últimas décadas. Las consecuencias de los atentados del 11 de marzo de 2004 adquieren cada día mayor relevancia, porque, inducidos por aquella tragedia, una mayoría de españoles decidió poner el Gobierno de la nación en manos de un individuo claramente incapacitado para la importancia del reto. El resultado de aquel error, reiterado cuatro años más tarde, está llamado a tener consecuencias muy dolorosas para el nivel de vida de los españoles y para la propia idea de España como nación. No solo es la pérdida de imagen sufrida por la marca España en el exterior; es que esa carencia de sustancia retroalimente en el interior las pulsiones de quienes ambicionan corralito propio, como demuestra lo que está ocurriendo en Cataluña.

Rodríguez Zapatero es una desgracia para España, como lo sería para cualquier país desarrollado del mundo occidental. Según las tesis de Martin Heidegger, el filósofo simpatizante del partido nazi, un pueblo logra su identidad solo a través de sus Gobiernos, de la misma forma que llega a su cénit únicamente en las personas de sus dirigentes. Con una consecuencia dual: la miseria o la gloria. Pero, ¿es ZP la medida de la conciencia intelectual y moral del pueblo español? ¿Se merecen los españoles a Zapatero? Estamos ante la famosa “teoría de las elites”, pero al revés. En la socialización postmoderna de las tesis de Pareto, Mosca, Michels y demás familia, según las cuales la tarea de Gobierno pertenece a minorías dirigentes, elites supuestamente mejor preparadas, que se alternan en el uso y abuso del Poder. El propio ZP se encargó el viernes de recordárnoslo: “España puede hablar de economía y presidir la UE. Todos podemos participar y liderar”. Él es la prueba irrefutable del aserto.

Y algo deberán hacer los españoles –desde luego también los italianos y europeos en general- para impedir que personas sin una solida formación académica, sin la menor experiencia gerencial, sin un contrastado código de valores democráticos, sin idiomas, sin viajes, sin sentido del ridículo, puedan llegar a la presidencia del Gobierno. De momento, toca esperar. Dos años por delante para completar el daño de dos legislaturas que van a retrotraer a España a niveles de bienestar y riqueza de hace décadas. La presidencia española de la UE será, por eso, una desgracia añadida más. La tentación de entregarse a la orgia de fastos, gestos y gastos, con olvido de los problemas internos, resultará de todo punto imposible de resistir para un tipo que solo sabe de operaciones de imagen montadas sobre el embeleco colectivo. Y que no falte el humor: ¡Zapatero quiere arreglar la crisis económica europea…! ¿Saldremos de esta? Dijo el célebre J. J. Rousseau, padre putativo de toda revolución que se precie, que “el destino de los pueblos que carecen de libertad es llegar a ser gobernados un día por niños, por monstruos o por imbéciles”. Los españoles hemos conocido reyes capaces de reunir en su sola persona esa triple condición. Durante 40 años sufrimos también a un monstruo. ¿Ha llegado el momento de la tercera especie?


El confidencial - Opinión

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