sábado, 16 de enero de 2010

Cómicos con firma. Por M. Martín Ferrand

HAY gente que nace para hacer reír. Si canaliza tan portentoso talento por los cauces de la creación literaria o del espectáculo tendremos frente a nosotros un bien objetivo. Si, por el contrario, el poseedor de tan rara habilidad consagra su vida a la política estaremos ante una catástrofe de imposible evaluación, tanto más grande cuanto mayor sea la potencialidad histriónica del personaje. Es el caso de Celestino Corbacho, ministro de Trabajo en el Gobierno Zapatero. Dice cosas tan hilarantes que parecen propias de su homónimo José Corbacho, quizás porque el político socialista fue alcalde de Hospitalet de Llobregat y el cómico de El Terrat es hijo de tan singular y próspero municipio barcelonés.

Con gran desparpajo y en muestra de irresponsabilidad notoria, el ministro ha dicho esta semana -él sabrá por qué- que la economía sumergida puede estimarse en España «entre un 16 y un 20 por ciento» del PIB. ¡Qué precisión! Está en condiciones de alcanzar la estima con decimales, como Gabriel Arias Salgado, el primer ministro de Información y Turismo que nombró Francisco Franco, que llegó a decir que, gracias al trabajo y la censura de su Ministerio, iban al Infierno entre un veinticinco y un treinta y tres por ciento menos españoles que en tiempos de la República.


El repertorio humorístico de Corbacho, Celestino, es inagotable y, para compatibilizarlo con su responsabilidad en el Gobierno, se ve obligado a constantes rectificaciones y enmiendas por parte de sus compañeros de Consejo que, sospecho, practican con él un modelo de caridad semejante al que nos reflejó Luis García Berlanga en Plácido a propósito de la tierna y piadosa campaña de Navidad que predicaba: «Siente un pobre a su mesa». La economía encubierta, sumergida, subterránea o como quiera llamársela se caracteriza por su procedencia lejana de los circuitos estadísticos y fiscales establecidos. En ella se engloban grandes bolsas de defraudación que van desde el narcotráfico o la prostitución hasta el fontanero que nos factura «sin IVA» el importe de una chapuza domiciliaria. Naturalmente, la vicepresidenta Elena Salgado, que tampoco es el primer barón de Keynes, ha tenido que aplicarle a su colega y conmilitón el palmetazo de una rectificación. Lo que dice Corbacho, Celestino, tiene el mismo rigor que lo que, en el escenario, dice José; pero el primero -¡el Señor nos asista!-, tiene firma en el BOE.

ABC - Opinión

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