LA disyuntiva entre soberanismo y autonomismo no es un juego de palabras. Tampoco es inútil distinguir entre nacionalismo y catalanismo. Del mismo modo, los vínculos entre independentismo y catalanismo son un lastre arcaico, si estamos hablando de equilibrio entre sociedad global y pertenencia. Dicho de otro modo: el independentismo y no España es el mayor obstáculo para la Cataluña catalanista. La lástima es que los ciudadanos de una sociedad plural como la catalana tengan que llegar a esta conclusión por un hastío y una pérdida de autoestima cívica que se traducen masivamente al lenguaje mudo del abstencionismo.
Incluso lo percibe CiU. Necesita regresar a ese término medio del autonomismo, con ansias ulteriores inconcretas que fueron la identidad del pujolismo, para recuperar la centralidad del votante. A Artur Mas le correspondería articular un giro pragmático, flanqueado por la Unió Democràtica de Duran Lleida. La dificultad está en que el PSC subrayará en ese giro todo lo que pueda interpretarse como futura aproximación de CiU a entendimientos post-electorales con el PP. Sería un giro con riesgos pero muchos más los tiene considerar unos pactos con una ERC que se desintegra, radicaliza y se adentra más por la vía de la irresponsabilidad. Fácilmente entendería la sociedad catalana que la prioridad es salir de la crisis con capacidad competitiva y recuperando el prestigio económico de la Cataluña moderna. Para eso de poco sirven ni Zapatero ni ERC.
Incluso lo percibe CiU. Necesita regresar a ese término medio del autonomismo, con ansias ulteriores inconcretas que fueron la identidad del pujolismo, para recuperar la centralidad del votante. A Artur Mas le correspondería articular un giro pragmático, flanqueado por la Unió Democràtica de Duran Lleida. La dificultad está en que el PSC subrayará en ese giro todo lo que pueda interpretarse como futura aproximación de CiU a entendimientos post-electorales con el PP. Sería un giro con riesgos pero muchos más los tiene considerar unos pactos con una ERC que se desintegra, radicaliza y se adentra más por la vía de la irresponsabilidad. Fácilmente entendería la sociedad catalana que la prioridad es salir de la crisis con capacidad competitiva y recuperando el prestigio económico de la Cataluña moderna. Para eso de poco sirven ni Zapatero ni ERC.
Alguien va y le dice a Cataluña: «Date el Estatuto que apetezcas, organízate a tu guisa y bajo tu propia soberanía, que yo no he de meterme en nada más en lo que te afecte, en ese Estatuto que te hayas dado, a tus relaciones conmigo...». Esas palabras suenan a familiares y no muy remotas. En realidad, eran una hipótesis del periodista Salvador Canals al analizar los problemas de la Segunda República en unos de sus mejores ensayos políticos, en 1931. Por contraste, aducía las razones a favor de un planteamiento por el que las Cortes Españolas, «plenamente soberanas, con monopolio de la soberanía en todos los territorios de la España europea, reconociendo aquella realidad de los particularismos geográficos e históricos e históricos que en España conviven, dictara en el Código fundamental normas por las cuales se fuera descentralizando todo lo descentralizable, a medida de la capacidad acreditada de cada una de aquellas personalidades vivas».
En diciembre de 2003, hace seis años, Rodríguez Zapatero, como secretario general del PSOE desde 2000, asiste a la toma de posesión del nuevo presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall. A Zapatero le fascina la personalidad de Pasqual Maragall y le entusiasma la concepción del tripartito socialista-independentista-ecocomunista. Entonces se asoma al balcón de la Generalitat y sonríe al pueblo de Cataluña. Acaba de ver la luz. Como es habitual en estos casos, Convergencia criticó entonces la presencia de Zapatero en aquel balcón histórico como el «inicio de la subordinación a Madrid». En realidad, comenzaba la subordinación de Zapatero al tripartito.
Así fue como se llegó a una situación en la que Zapatero diría algo así como: «Enviadme el estatuto que deseeis y yo os lo apruebo». Por el camino, tuvo que engañar -políticamente hablando- a CiU y aferrarse a ERC. Ahora espera que el Tribunal Constitucional avale aquel primer impulso. Curiosa coincidencia, casi literal, entre la hipótesis analítica de Salvador Canals y las ofertas de Zapatero sobre el segundo estatuto catalán. Azares de la conciencia y de la inconciencia históricas.
En diciembre de 2003, hace seis años, Rodríguez Zapatero, como secretario general del PSOE desde 2000, asiste a la toma de posesión del nuevo presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall. A Zapatero le fascina la personalidad de Pasqual Maragall y le entusiasma la concepción del tripartito socialista-independentista-ecocomunista. Entonces se asoma al balcón de la Generalitat y sonríe al pueblo de Cataluña. Acaba de ver la luz. Como es habitual en estos casos, Convergencia criticó entonces la presencia de Zapatero en aquel balcón histórico como el «inicio de la subordinación a Madrid». En realidad, comenzaba la subordinación de Zapatero al tripartito.
Así fue como se llegó a una situación en la que Zapatero diría algo así como: «Enviadme el estatuto que deseeis y yo os lo apruebo». Por el camino, tuvo que engañar -políticamente hablando- a CiU y aferrarse a ERC. Ahora espera que el Tribunal Constitucional avale aquel primer impulso. Curiosa coincidencia, casi literal, entre la hipótesis analítica de Salvador Canals y las ofertas de Zapatero sobre el segundo estatuto catalán. Azares de la conciencia y de la inconciencia históricas.
ABC - Opinión