viernes, 18 de diciembre de 2009

Retórica de viento. Por Ignacio Camacho

EL cambio climático y el calentamiento terrestre son una realidad incontrovertible y una amenaza cierta más allá de las hipérboles acojonativas que dibujan los interesados propagandistas del Apocalipsis, pero si los que tienen que arreglar ese problema son los que están reunidos en Copenhague más vale que nos vayamos comprando una chilaba para pasear por el desierto en que según las predicciones catastrofistas se han de convertir más pronto que tarde nuestros verdes valles y nuestras floridas colinas. Más que una cumbre sobre el clima aquello parece una convención de pintamonas, tan apretada de advenedizos que ha habido overbooking y la organización ha tenido que retirar credenciales a varios cientos de fantasmas, gorrones y demás conversos de la nueva religión ecologista. No ha habido profeta del credo verde ni gurú pseudocientífico que no haya asomado la jeta en Dinamarca, y a esa tribu de visionarios se han unido los tradicionales lobbystas, cazasubvenciones, picaflores varios, activistas de oenegés, alborotadores antisistema y una pléyade de políticos oportunistas de esos que nunca dejan pasar una ocasión para convertirse en figurones.

En ese escenario tan esclarecido del que se han ausentado la mayoría de los científicos e investigadores que de veras conocen el estado de la cuestión medioambiental, el presidente Zapatero ha encontrado el auditorio perfecto para una de sus altisonantes vacuidades retóricas, esa clase de solemnes tautologías insustanciales que dan brillo a su reconocida fama de artista de la cháchara y prestidigitador palabrero. Sólo que esta vez ni los más reputados expertos en la facundia zapateril aciertan a penetrar en el arcano conceptual de su eólica perorata. «La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento», exclamó con campanudos ecos de líquido panteísmo visionario.

Y el foro de pintamonas se quedó boquiabierto, quizá instalado en la creencia de que se trataba de un anuncio cifrado de la inminente alineación astral que con la llegada de Obama reunirá hoy a las galaxias socialdemócratas en redentora confluencia para salvar al mundo de la hecatombe climática.

Mientras el gobernante-poeta extasiaba al auditorio con su elocuencia inflada de céfiros y brisas, los delegados de China seguían cerrados en banda al compromiso de reducir los gases contaminantes, razonable objetivo teórico de la cumbre medioambiental y medida clave para el avance de las energías limpias. Los chinos, que desde Mao Tse-Tung están curados de líderes rapsodas y de floridas metáforas políticas, andan descubriendo el capitalismo y se han vuelto prosaicos: prefieren el dinero a la lírica. Y escuchan con más atención a los pragmáticos americanos que firman cheques que a estos europeos ventilados de ocurrencias cuyas hermosas palabras huecas siempre se las acaba llevando el mismo viento al que se las brindan.


ABC - Opinión

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