sábado, 4 de julio de 2009

La democracia en Honduras

LA misión que ha emprendido el secretario general de la OEA, Miguel Insulza, es extremadamente delicada. La Comunidad internacional ha dejado en sus manos la resolución del problema creado en Honduras, pero lamentablemente hasta ahora la gestión de la OEA sólo ha servido para acentuar las posiciones intransigentes, tanto por parte de las nuevas autoridades que reclaman la legitimidad de lo que desde el exterior ha sido considerado un golpe de Estado, como por parte de los que dentro y fuera del Honduras apoyan al presidente depuesto, Manuel Zelaya.

Para encontrar un camino hacia la solución no se puede ignorar que hay una diferencia evidente entre esta unanimidad granítica de la postura internacional y la situación real de un país que está dividido entre dos posiciones mutuamente excluyentes. Si el reconocimiento del presidente Roberto Micheletti es imposible dadas las circunstancias que rodearon su llegada al cargo, la vuelta de Zelaya parece algo aún más contraproducente para la paz y la tranquilidad del país. Siendo como parece tan claramente mayoritario el rechazo que suscita entre la población, no se ve cómo Zelaya podría volver a Tegucigalpa sin provocar mayores daños que los que se pretenden evitar.

Probablemente a Insulza no le faltan las buena intenciones, pero no está libre de influencias poco recomendables. Ni el nicaragüense Daniel Ortega ni mucho menos su mentor venezolano Hugo Chávez tienen credenciales democráticas para dar lecciones. Que junto a Raúl Castro, representante de un régimen dictatorial que castiga con la cárcel a la disidencia pacífica y que no ha permitido una elección libre en medio siglo, sean los que marcan el paso de la gestión de Insulza, es muy preocupante para la salud de la organización y el Gobierno norteamericano debería hacer una reflexión profunda sobre sus posiciones en este caso.

En concreto, el papel de Chávez, desde que manipuló a Zelaya para añadir un socio más a su club de revoluciones bolivarianas, hasta estos momentos en los que ha hecho bandera de la su restitución incondicional, no deja lugar a dudas sobre sus verdaderas intenciones. Ni a Chávez ni a Zelaya les mueve el interés de defender la democracia. Y si así fuera aceptarían la única propuesta que puede evitar que se agrave la situación y que sería la convocatoria de elecciones anticipadas lo antes posible, siempre que estén libres de influencias exteriores.

ABC - Editorial

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