sábado, 4 de julio de 2009

El capitalismo sin refundarse y yo con estos pelos. Por Juan Carlos Escudier

Esperando la refundación del capitalismo o el cambio de modelo productivo –nos conformábamos con lo que llegara antes- se nos ha echado encima el verano, que ya se sabe que arranca oficialmente cuando el Rey se sube al Fortuna para surcar la mar oceana. Se trata de un acontecimiento del que se conoce su término –a finales de agosto- pero no su comienzo, en vista de que año tras año suele adelantarse con precisión suiza. Sorprendería que la crisis modificara esta regia tradición, porque incluso a los parados sin vacaciones les gusta hojear el Hola en la peluquería y verse reflejados en el bronceado del jefe del Estado. Además, la crisis debe de estar controlada porque, a diferencia de la pasada Semana Santa cuando el Gobierno se castigó sin holganza, Zapatero no ha previsto jardineros de guardia para regar los brotes verdes de la economía.

Como se decía, de la refundación del capitalismo seguimos sin tener noticias, por lo que mucho nos tememos que haya extraviado por el camino. Por el momento, lo único con visos de refundarse son las entidades financieras, esencialmente las insolventes y con cargo a nuestro bolsillo. Hay que aflojar la guita para que no se nos hunda ninguna caja o banco porque, al parecer, de eso depende nuestra felicidad futura. La fortaleza de nuestro sistema financiero, esa de la que se vanagloriaba el Gobierno, era de tal naturaleza que no ha parado de engullir recursos públicos sin devolver siquiera la calderilla. Hemos comprado su morralla triple A, hemos avalado su ruina y, de paso, vamos a darles un crédito de hasta 90.000 millones para que puedan ser rescatados del naufragio sin mojarse las pantuflas.

Con todo, lo que más molesta de estos señores a los que estamos subvencionando no es que nos miren como apestados cuando vamos a pedirles un crédito, sino que se permitan sentar cátedra sobre la salida de una crisis en cuyo origen se encuentran y nunca previeron. Así, no hay servicio de estudios que no predique abaratar el despido, cuando hasta el mayor haragán de los ejecutivos bancarios tiene contrato blindado; o retrasar la edad de jubilación, siendo la banca la campeona de las prejubilaciones a los 50, o incluso, rebajar la cuantía de las pensiones, esas que los banqueros se aseguran cobrar con fondos privados multimillonarios pagados por los accionistas y, en algunos casos, en paraísos fiscales, por eso de que Hacienda somos todos menos ellos.

Se nos ha repetido que la susodicha refundación debía asentarse sobre cimientos éticos, en los que la lógica del beneficio ceda el paso a valores universales como el de la justicia. Impresionante declaración de intenciones tan inservible como el cenicero de una moto. Lo vemos cada día. Los descensos en las ganancias, por mínimos que éstos, implican el despido automático de una parte de las plantillas; las grandes corporaciones siguen mirando a sus trabajadores como un mero apunte contable en la rúbrica de ‘gastos de personal’; y, por increíble que parezca, el criterio determinante para valorar la marcha de una empresa es su cotización en bolsa, de la que, por cierto, dependen las stock options de sus directivos. ¿Es así como funciona la famosa responsabilidad social corporativa? ¿Esta es la ética capitalista?

Hasta cierto punto, lo anterior no deja de ser una consecuencia inevitable de la propia economía, una ciencia elaborada por los ricos y para los ricos, como destacaba en su blog el catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, Joaquín Guzmán Cuevas: “Con alguna excepción, especialmente en los años centrales del siglo XX (caso de New Deal y la política económica keynesiana), se puede afirmar que la elaboración de la mayor parte de las teorías económicas han nacido en las universidades de elite –pertenecientes a los círculos sociales más ricos de los países ricos- y se han proyectado sobre las condiciones de vida de esos mismos círculos de riqueza. De tal modo que en la época actual, la mayor parte de los textos de la economía ortodoxa apenas hacen alusión a la problemática de los más desfavorecidos y, cuando lo hacen, se plantea como una variable exógena al correspondiente modelo económico y con una cierta dosis de ‘compasión’, pero no como el objeto principal de la Economía como ciencia. Es como si en las facultades de Medicina los enfermos no fueran el objetivo central de la investigación”.

Lo que de momento se ha conseguido es un compromiso para acabar con los paraísos fiscales, tan inmorales ayer como hoy, pero contra los que conviene ahora lanzar la gran cruzada tras constatarse que los damnificados de los hedge found que allí tienen su sede suele ser gente de dinero, que ha hecho un capitalito especulando honradamente. Por tanto, nada como ser implacables con ese infierno de paraísos y con demonios como Madoff, al que se condena a morir en la cárcel para satisfacción de sus víctimas –esencialmente bancos y grandes fortunas-, que le confiaron inocentemente sus ahorros para que los multiplicara como los panes y los peces. Eso sí, sin hacer muchas preguntas.

¿Que qué nos deparará el futuro? Lo normal es que cuando la crisis remita todo vuelva a su ser. El nuevo capitalismo que esperamos tendrá pico de pato, plumas de pato y patas de pato, aunque tras su refundación no se llamará pato, como es natural.

Por lo que respecta al nuevo modelo productivo que pretendemos estrenar, la espera será más larga porque el Gobierno no ha encontrado todavía la pócima con la que convertir a los peones de albañil en ingenieros de telecomunicaciones, pero está en ello. Entre tanto, es irónico que el brote verde más visible de la economía -la bajada del paro durante dos meses consecutivos- sea consecuencia de esa actividad frenética de abrir y cerrar aceras en cada pueblo, conocida como Plan E. ¡Qué verde es el cemento!

Si lo que se nos ha contado es cierto, en el muy loable empeño de que la economía española deje de depender del ladrillo y se haga menos dependiente del turismo lleva Zapatero desde que llegó a la Moncloa, pero, según parece, la cosa no se resuelve con un puñado de becas. Así, mientras la ministra Garmendia asegura que somos la novena potencia científica del mundo, todos los indicadores se encargan de desmentirla. Porcentualmente, el gasto en I+D+i no es ni la mitad que el de nuestros socios más cercanos, Estados Unidos o Japón, por no hablar de Finlandia que destina casi el 3,4% de su PIB a esos menesteres. Por cada patente que se solicita en España, se presentan 24 en Alemania y 8 en Francia. Si como dice la ministra el cambio de modelo ya ha empezado, siéntense a esperar a que se complete porque esto durará más que El Padrino y Novecento juntos.

En definitiva, los que puedan no se perderán nada si se van de vacaciones. A la vuelta se encontrarán con el mismo capitalismo y el mismo modelo productivo. Y si ven un brote verde, no lo pisen, por mucho que Zapatero les caiga gordo.

el confidencial - Opinión

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