sábado, 6 de junio de 2009

SIN PILA, SIN AGUA. Por Alfonso Ussía

Que los laicos profesionales pierden la cabeza por los sacramentos y ritos de la Iglesia Católica es una realidad por todos conocida, especialmente por ellos. Algún alcalde necio ha oficiado en su ayuntamiento «primeras comuniones» civiles. Átenme a esa mosca por el rabo. El bautismo es el primero de los sacramentos del cristianismo, con el cual se da el ser de gracia y el carácter cristiano a quien lo recibe. Se puede creer o no en su significado, pero no tiene otras versiones. Como el llamado matrimonio entre homosexuales. Llámese unión, compromiso o lo que sea, porque matrimonio es la unión de un hombre y una mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales. Y en el catolicismo, el sacramento por el cual el hombre y la mujer se ligan perpetuamente con arreglo a las prescripciones de la Iglesia. Sí hay, por lo tanto, matrimonios religiosos y civiles, siempre que las personas que lo contraigan sean de distinto sexo. Un matrimonio homosexual, por mucho que le moleste al señor Zerolo, es contradictorio por definición, con independencia de la felicidad que le deseo desde aquí tanto a él como a su pareja.

Un bautismo civil es, por lo tanto, una gamberrada y una majadería, como una primera comunión civil es un imposible. En estas cuestiones a los laicos les falta imaginación. Para mí, que los «bautismos» y «primeras comuniones» civiles tendrían que celebrarse en la SGAE, con Teddy Bautista o Ramoncín de oficiantes. Al tratarse de una farsa representada, la SGAE podría legalmente percibir un tanto por ciento de la factura del guateque, y en sus archivos quedaría constancia de los actos celebrados. En el caso que nos ocupa, por ser el primero que se realiza en Madrid, casi todos los asistentes pertenecen al sindicato de la Ceja. Y ahí les propongo la originalidad. Como en actos de esa índole, sobran la pila bautismal y el agua que simboliza la purificación, se podría sustituir el rito con un leve derramamiento del mejor caldo de cada región sobre una de las cejas del protagonista, siempre que le sean cerrados previamente los ojos. Un mínimo toque húmedo, apenas una gotita en la ceja que imprima carácter de progresía en el niño agasajado. Y posteriormente la fiesta. Eso es lo que más les gusta a los laicos cejeros. Y con regalos. En lugar de medallas de la Virgen, estrellitas de rubíes de cinco puntas u objetos numismáticos con el perfil de Zapatero. Lo mismo que en las «primeras comuniones civiles». Los niños vestidos de marineros del «Acorazado Potemkyn», las niñas de blanco, y de regalo, en lugar de un pequeño misal o una imagen religiosa, una cuidada edición de «Educación Sexual para Niños», siempre, claro, que no hayan existido experiencias previas. Que ya lo dice el cuento. La profesora que se dirige a sus alumnos de esta guisa: «Queridos niñas y niños: Hoy vamos a hablar de orientación y educación sexual según nos ordena el Ministerio de Educación. La primera lección trata de la semillita que el niño planta en la niña»¿ Y así hasta que un alumno levanta la mano y pregunta a la profesora: «Señorita, ¿los que ya hemos fornicado podemos salir al recreo?». Bueno, pues eso. Sin pila, sin agua y sin significado no hay bautismo. Inventen otro nombre, un diferente rito y sean felices. Que el niño no tiene culpa de nada.

La Razón - Opinión

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