sábado, 6 de junio de 2009

EL PARROCO ZEROLO. Por M. Martín Ferrand

DEL mismo modo que para bailar la Bamba se necesita un poco de gracia, los profesionales de la política -tanto más cuanto menor es su fundamento- precisan una buena dosis de capacidad histriónica. Deben llamar la atención, a ser posible de un modo honorable, para poder recabar, para sí o para las listas en que se incrusten, el voto de sus convecinos. Uno de los principios de la degeneración partitocrática y excluyente que padecemos convierte la discreción en algo no democrático, y de ahí el éxito creciente de tantos bobos ruidosos y necios con campanillas. Los líderes, y quienes aspiran a serlo, ya no buscan el respeto que puede otorgarles su sabiduría o el reconocimiento de sus virtudes cívicas. Quieren hacerse notar y, para ello, nada mejor que el exceso gestual. Los bufones ya no acompañan y di-vierten a los poderosos, son los poderosos. Toda la inversión de valores, muy de nuestro tiempo, que hace doctrina de la extravagancia y coloca en primer plano a los saltimbanquis.

El Ayuntamiento de Madrid, esa distorsión administrativa de Alberto Ruiz-Gallardón que pretende ser sede olímpica y tormento de vecinos y transeúntes, ha inaugurado el «bautizo civil». Una nueva majadería que genera gasto. El bautismo canónico, el sacramento, cursa por cuenta de los padres y padrinos de sus beneficiarios y es, en lo material, cuestión de acuerdo entre la parroquia y sus feligreses. Lo «civil» es la inscripción del recién nacido en el Registro correspondiente; pero añadirle a eso una ceremonia, con ocupación de instalaciones municipales, presencia de funcionarios y discurso de ediles es sólo un exceso que abunda en la confusión de las ideas y en la perversión de los gestos.

Es posible que Pedro Zerolo, el concejal pionero en tan absurda ceremonia, hubiese preferido ser párroco de la Concepción y, convenientemente revestido, oficiar en bautizos, comuniones, bodas y enterramientos; pero eso tiene su trámite. En tanto que concejal, en lugar de buscarle al Ayuntamiento funciones que no le son propias, debiera trabajar por el bienestar de los vecinos de la capital. Si de lo que se trata es de sustituir valores tradicionales, llenos de sentido ético y cultural, por otros más dicharacheros y amenos: hágase, pero sin que nos cueste un euro a quienes sólo aspiramos a que las instituciones sean un marco para la convivencia democrática y no una parodia de valores de mayor respeto.

ABC - Opinión

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