miércoles, 10 de junio de 2009

ODA A THOMAS PAINE. Por Hermann Tertsch

El lunes se cumplió el bicentenario de la muerte de un héroe, en el sentido más estricto, más puro del término. Fue aventurero, intelectual, escritor de inmenso éxito, líder político, adalid de la libertad individual, prisionero, condenado a muerte, vilipendiado por quienes le adoraron y un hombre que sólo tuvo miedo al daño que los demás se podían hacer a sí mismos por cobardía o necedad. Grandes hombres de la historia le pidieron consejo para después renegar de él. Millones de seres humanos se conmovieron con sus ideas y escritos. Cambió la forma de entenderse a sí mismos de campesinos y burgueses, y en ese sentido puede decirse que cambió el rumbo del mundo. Marcó con su humanidad las bases de la Constitución norteamericana. Con el polaco Koszciusko y el francés La Fayette, este inglés fue padre fundador de Los Estados Unidos pero también el único miembro extranjero de la Asamblea francesa en plena Revolución. Pese a no hablar francés. Fue inspirador de las dos grandes declaraciones de derechos humanos de nuestra historia. Hablo de Thomas Paine. No fue un guerrero ni mucho menos. Jamás se defendió por la fuerza ni mató a enemigo alguno aunque tuvo ejércitos deseando matarlo. Sobrevivió en mazmorras con la misma naturalidad y tranquilidad de espíritu con la que pisó las mejores moquetas de los palacios y centros de poder en Londres, en París, en Nueva York o Philadelphia.

Sus célebres panfletos «Sentido común», «La Crisis Americana» y «Los Derechos del Hombre» son una guía perenne del hombre de bien. A su entierro sólo asistieron seis personas. Y sin embargo, hoy aquí algunos le recordamos.


ABC - Opinión

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