El pretexto es preservar los derechos de «autonomía» de los moribundos. Pero hasta hoy los andaluces han muerto, en sus casas o en los hospitales, sin necesidad de que una normativa meticulosa y entrometida les reconozca sus facultades para el bien morir. La insensibilidad de un legislador que en lugar de emplear sus vigilias en evitar el millón de parados juega con la vida y la muerte de los seres humanos produce desazón. Se nos exhibe un escaparate de rebajas del dolor como panacea para las angustias del tránsito final, algo que ni los más penetrantes pensadores han logrado desentrañar. Sin el menor reparo, la consejera de Salud afirma haber despejado todas las dudas, simplemente con acelerar y sedar los últimos momentos de una vida. ¡Qué gran ligereza! ¡Qué imperdonable frivolidad!
El mandato del Estatuto de Autonomía, pobremente refrendado por los andaluces, es el imperativo categórico que va a regir la formulación de la llamada «muerte digna». La terminología ha sido siempre una coartada perfecta para perpetrar los mayores males. El proyecto remitido ayer al Parlamento andaluz es un nuevo paso en falso, que confunde las máximas prioridades en una mente sana. Vuelve a estar el PSOE obsesionado con la cultura de la muerte, y lo mismo que finge ignorar cuándo hay ya un ser humano, presta a la anestesia un protagonismo casi operístico, como si en la vida y en la muerte todo fuera cuestión de adormidera. Andalucía vuelve a ser pionera en esto como lo fue en la manipulación legal de embriones. El aventurerismo en punto a principios ontológicos del Hombre parece haberse convertido en bandera de progreso para la Junta de Andalucía.
ABC - Editorial
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