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Donald cumplió ayer 75 años desde su presentación al público en La gallinita sabia, un corto inspirado en la fábula de Esopo, al que puso voz, parte esencial en el éxito del personaje, un actor llamado Clarence Nash. Desde entonces sus peripecias forman parte de nuestro mundo «real». Es una referencia. Su dibujante y creador, Carl Barks, le supo imprimir un estilo vivencial y ético que no es ajeno a nuestro colectivo modo de ser. No es la carne lo que configura al ser humano, sino su carácter, su conducta y su obra y en eso Donald no está escaso a pesar de sus dos únicas dimensiones y contra lo que pudiera indicar su ingenuo e intrascendente atuendo de marinerito.
La generación de los nacidos en 1934 ha sido próspera y, si bien se mira, en todos ellos hay un rasgo de Donald, algún leve apunte de su personalidad. Sin salir de España, sin pretensión censal y fijándonos sólo en quienes están vivos y en activo, los coetáneos de tan fabuloso Pato acreditan su magisterio. Emilio Botín, más que del Tío Gilito, es un trasunto de su vitalidad y vocación internacional, como Pablo Castellano o Javier Pradera podrían serlo de su sentido de la contestación y la protesta. Olegario González de Cardedal, aunque de distinta escuela, no tiene menor proyección en el mundo de las ideas y la filosofía que el del Pato universal y Julia Gutiérrez Caba o Paloma Gómez Borrero bien pudieran simbolizar la generosa ternura que alienta bajo sus plumas de diseño. Antonio Garrigues, Landelino Lavilla, Rodolfo Martín Villa, Elías Querejeta o Juan Manuel Romay Beccaria, por no citar a nadie más, también se integran en la generación. Ustedes les conocen y saben que no les engaño. En todos ellos, y para su bien, hay algo del Pato Donald.
ABC - Opinión
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