sábado, 9 de mayo de 2009

PATXI LOPEZ, EL TROVADOR LAICO. Por Tomás Cuesta

PARA ser consecuente con sus convicciones laicas, el señor Patxi López se ha abstenido de «humillarse ante Dios» al convertirse en lendakari de los vascos (y vascas). La iniciativa, como era de esperar, no ha dejado indiferente a nadie y, si son muchos los que se han puesto a hacer la ola, los desolados también son unos cuantos. El beaterio progresista festeja el rediseño de un rito anacrónico, cavernícola y rancio contra el que jamás, empero, había protestado. En la otra acera, en cambio, los monaguillos de Sabino Arana lanzan excomuniones a destajo sobre quienes violan la santa tradición y silencian las voces ancestrales. Llegada la hora de organizar el cristo, cualquier excusa es válida y no sería la primera vez que, en esas latitudes, las diferencias se dirimen a cristazos.

Uno -y disculpen la osadía que supone el pretender volar tan alto- se figura que a Dios no le preocupa lo más mínimo que el señor Patxi López se avenga o no a humillarse ante la Cruz y la Palabra. Allá cada cual con su conciencia y con las humillaciones que, por activa o por pasiva, ha ido acumulando de tejas hacia abajo. Hay que reconocer, no obstante, que el nuevo lendakari no se ha tomado el nombre del Creador en vano. ¡Pachasco -dirán algunos- como que ni siquiera le ha nombrado! Y así es, en efecto, pero más vale echarse en cara a un descreído militante que a uno de esos sepulcros blanqueados de espíritu mezquino y comunión diaria.

El problema no estriba en que Francisco López (llamadme, Patxi) se jacte de no encenderle un cirio a Dios, sino en que amague con ponerle uno al diablo. «La madre del pensamiento es el lenguaje». El célebre aforismo de Kark Kraus es la piedra angular de la política en el calvario de las vascongadas. Cuando el señor López, por ejemplo, alude de los que han sido «injustamente asesinados», no es consciente (¿o sí?) de que, apurando el argumento, la justicia y el crimen podrían conciliarse. ¿Y qué cabe esperar de un personaje que aboga por establecer la paz allí donde la guerra es un disfraz del cerrilismo y la barbarie?

Los terroristas son «hostis humani generis» -enemigos del común de los humanos- y elevarlos a la categoría soldadesca es un equívoco aberrante. La libertad no guerrea con las ratas, no las extermina a cañonazos. Le basta con usar sin titubeos los pesticidas del estado democrático. Pero la tentación de transformarse en el flautista de Hamelin y pasar a la historia con el salvoconducto de los cuentos de hadas, es algo tan tenaz y tan interiorizado que a ver quién es el manco que levanta la mano presumiendo de que está exento de pecado. Mientras, la ideología continúa pudriendo la sementera del lenguaje. ¿Paz, generosidad, diálogo? Derrota inapelable, compasión si procede y que hablen los tribunales.

El tiempo dirá si el señor López es realmente un hombre de palabra. De momento -dejando a Dios al margen-, ha perpetrado el sacrilegio literario de utilizar los versos de Wislawa Szymborska (la gran sacerdotisa de la lírica polaca) con mañas torticeras y voluntad falsaria. «Nada dos veces», el poema que, en el altar del árbol de Guernica, recitó el lendakari, fue aliñado hasta el punto de que una declaración de amor hizo el apaño de alegato. Sus siete estrofas pasaron a ser tres y gracias, ya que sólo la última transmitía la clave: «Entre sonrisas y abrazos / verás que la paz se fragua, / aunque seamos distintos / cual son dos gotas de agua».

La poesía es un arma cargada de futuro, sostenía el bueno de Gabriel Celaya. Lástima que los ripios estén a la que salta.

ABC - Opinión

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