lunes, 10 de noviembre de 2008

Zobama. Por Javier Orrico

Se sueña negro en la Moncloa Blanca. Ante el espejo mágico de Pepiño se siente líder universal y no sabe que ya es el pasado, que ya es nuestro Bush, el que nos dividió, el que nos ha conducido con mano firme a la ruina. Y, sobre todo, a la inanidad, al desánimo, al paroxismo de todas nuestras debilidades, hasta dejarnos inermes: el cainismo, la corrupción otra vez, el asalto al Estado desde el partido y las taifas, la complicidad en la expulsión y hasta en la persecución de la lengua española, la cada día mayor brecha entre los humildes y los poderosos a los que va a blindar las fortunas con el dinero de todos. Ha gobernado para los ricos, para los cómicos millonarios, los rojos de BMW, las castas de los instalados, mientras engañaba a los humildes con derechos virtuales. Quisiera ser Zobama y ni siquiera es Zbush, que al menos deja una nación.Cuando ZP se vaya, si alguna vez lo hace, nos dejará felizmente multiplicados y se irá gritando ¡milagro!

Rodríguez es la metáfora de un país que se creyó más de lo que era, gastó cuanto tenía en alimentar gobiernos feudales y se endeudó hasta la desesperación como un mal jugador que ahora, lastimero, demanda un puesto en la mesa de juego aunque sea con el nombre de otro. Como realquilado. ¡Qué triunfo para Sarkozy, para el orgullo de Francia, hacer de potencia buena que nos deja asistir a su fiesta! ¡Qué humillación para España en el mismo 2008 en el que conmemoramos haber echado a Napoleón!

Pero a pesar del enorme esfuerzo que la aplastante Brunete mediática del Gobierno –el 80% de los medios, y en tiempos de crisis, más- viene realizando para establecer la identificación entre ZP y el nuevo presidente de los Estados Unidos, ni la trayectoria de Obama, ni su forma de asumir el triunfo, ni sus primeras decisiones tienen nada que ver, afortunadamente para el mundo, con Zapatero.

Para empezar, Obama no ha mentido. No ha basado su campaña electoral en el engaño, el opio adormecedor de un falso optimismo con el que ZP engatusó a los españoles hasta hacerles creer que no había crisis, y si había un poquito, allí estaba él para repartir, pues éramos riquíiiiiiiiiiiiisimos y nos lo podíamos permitir todo. En lugar de ponernos en guardia, estuvo dos años gambeteando con la crisis, excitando lo peor de un país cuyo principal afán fue siempre vivir del cuento.

Obama hizo exactamente lo contrario: alertar de la gravísima situación a la que se enfrentaban, que ponía en peligro su bienestar y su posición en el mundo, y llamar a la concordia, a la fortaleza de ánimo, a la fe en la capacidad del pueblo americano y en las virtudes que lo hicieron grande para superar el fiasco. Obama viene a reconducir no sólo la economía, sino sobre todo la moral de un imperio que murió, como todos, de éxito, de exceso de riqueza fácil y de unas fronteras indefendibles, cada vez más extensas y más onerosas. Obama es el tribuno que alerta de que sólo la recuperación de las virtudes republicanas podrá devolver la grandeza a Roma. Empezando por la humildad. Obama viene a unir. Zapatero vino a separar.

Hasta en la relación con su propio partido, Obama es el Antizapatero. Lo que ha hecho es recuperar a la mejor gente de la administración Clinton, no enviarlos al asilo como hizo ZP con los felipistas –algunos, por demás, se lo merecían- para someter al propio PSOE a su voluntad de autócrata con sonrisa. En Obama no parece haber resentimiento ni la reptiliana ambición del leonés. Obama no decretará el ahogamiento económico de los estados del sur y el medio oeste que no le han votado. No va a revisar la Guerra de Secesión para que confederados y yanquis vuelvan a enfrentarse, a sacar las banderas y los muertos de Gettysburg, a regresar al odio y la separación a que aquella guerra puso fin. Ni oculta a su abuela y a su madre blancas, para exaltar sólo su lado negro. Obama es el hijo de los antiguos esclavos y de los que fueron sus amos. Como si en Roma se nombrara cónsul a un hijo de Espartaco y una romana. Es el símbolo en verdad de la reconciliación para una nueva América.

Pero América siempre, lo mejor de sí misma, que es el eje de su mensaje: el patriotismo, la libertad individual, la igualdad, al fin, ante la ley, ya no en su letra, sino en la realidad que él significa. Ojalá sea lo que parece ser y no otro timador con imagen. Y ojalá que no recluya a América en sí misma como quisieran 'amigos' como ZP. La caída de Roma sumió a Occidente en la absoluta barbarie durante doscientos años, hasta que los propios bárbaros comenzaron a añorar e imitar a Roma y a reconstruir las viejas provincias del Imperio en un viaje que duró mil años. Un mundo con una América desaparecida es lo peor que podría pasarnos. Pensar en estar dominados por tiranuelos de barrio como Chaves o los Kirchner, o por alguna satrapía oriental, pone los pelos de punta. Ojalá que nunca se parezca en nada a Zapatero.

Qué envidia de América. No es que nosotros no tengamos un Obama: es que ni siquiera tenemos a McCain.

El blog de Javier Orrico

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