sábado, 18 de octubre de 2008

De La Habana a Minsk. Por Hermann Tertsch

La Unión Europea ha decidido cambiar su política hacia Bielorrusia, hoy el único país abiertamente neoestalinista de Europa. El único, al menos de momento. Ya veremos lo que nos depara el futuro. En todo caso, los 27 decidieron ayer suspender de inmediato las sanciones impuestas al régimen de Lukashenko. Habían sido impuestas como respuesta a la bárbara represión de la oposición, los fraudes sistemáticos en las elecciones y la desaparición de intelectuales disidentes. La vergüenza que les da a algunos miembros de la comunidad europea esta decisión queda en evidencia por el hecho de una salvedad. Entre las medidas que se levantan está la prohibición de entrada en territorio de la UE a una larga serie de dirigentes del régimen, entre ellos al propio presidente. La decisión tomada excluye de su «amnistía» a cinco miembros del entorno presidencial por su implicación directa en crímenes de estado.

No crean que han cambiado las cosas en Bielorrusia. El régimen lo dirige el mismo sátrapa, sus cómplices son los mismos y las pasadas elecciones en septiembre fueron un miserable sarcasmo. Pero tenían los partidarios de esta medida, tendente a tratar a la dictadura como un país «normal», un argumento imbatible. Se trata del agravio comparativo que suponía mantener las sanciones a Minsk cuando se le han levantado por presión incansable de España a La Habana. Todos los interesados en negociar con el régimen criminal de Lukashenko han ejercido presión con esta razón tan poderosa. Y se han impuesto. Con razón. El régimen bielorruso, incómodo por su dependencia total de un Moscú cada vez más decidido a exigir sumisión absoluta, decidió lanzarles a las democracias europeas gestos de benevolencia. Liberó hace dos meses a decenas de presos políticos asegurando que eran todos los que se pudrían en sus cárceles, cuestión harto discutible pero difícil de refutar. La represión no ha variado un ápice, el terror es generalizado, luego las cárceles pueden llenarse cuando Lukashenko quiera. Pero sus valedores en Europa tenían ya el magnífico argumento de que Cuba no ha hecho nada parecido para conseguir el levantamiento de las sanciones de la UE. Tienen razón.
Mientras, el ministro de Asuntos Exteriores cubano, Felipe Pérez Roque, llegaba a Madrid pletórico y dejaba claro que venía a España y después va a París a recoger el premio a la obstinación totalitaria y a la resistencia a todas las presiones democratizadoras. Gracias al Gobierno español, la dictadura cubana será tratada por la UE como una democracia latinoamericana más. Pérez Roque desmentía con desprecio mal disimulado todas las afirmaciones del Gobierno español de que en sus encuentros negocian contrapartidas en materia de derechos humanos. «Los presos en Cuba no están en la agenda». Minsk y La Habana, dos países decentes, gracias al entusiasmo español, digno de mejor causa. El único éxito en política exterior de este Gobierno no es ya sólo un motivo de vergüenza para los españoles. Su triste mensaje mina la siempre indiscutida superioridad moral de las democracias europeas en el Este de Europa.

ABC - Opinión

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