domingo, 1 de junio de 2008

Albert Boadella: «Los cocineros son hoy los nuevos dioses»

Su nuevo espectáculo, «La cena», que pone en solfa a los cocineros estrella, ha llegado a los escenarios en el momento en que la polémica de los fogones no sólo no amaina, sino que parece que arrecia.

Conoce a la perfección los ingredientes de la cocina escénica. Sus recetas teatrales son éxito seguro donde abundan la sal y la pimienta. El director de Els Joglars acaba de estrenar en Sevilla «La cena», una nueva burla a los cocineros estrella que llega a los escenarios en medio de una polémica de dimensiones mediáticas desconocidas sobre la alta cocina española. En esta ocasión, nuestro bufón predilecto ejerce de satírico gastrónomo especializado en descabezar a chefs mediáticos. «He comido en El Bulli y en el Racó de Can Fabes», asegura, cainita, antes de comenzar a repartir quijotadas a diestro y siniestro contra la cocina española de vanguardia. Si la asociación de chefs Euro-Toques tiene razón cuando afirma que algunas opiniones «pueden poner en peligro el prestigio de la cocina española», las de Boadella le convierten en digno acreedor al título de torracollons de los fogones, en franca competencia con Santamaría.

Entrevista por David Barba

¿Qué le parece la polémica de los cocineros estrella?

–Puro negocio mediático. Esa cocina llamada de vanguardia se basa en tendencias de moda que a veces atentan contra el gusto general. Pasa lo mismo en el arte de vanguardia: las elites pagan fortunas por bodrios muy superiores a las que pagarían por obras históricas importantes.

–¿No le parece que semejante opinión es de las que podrían «hundir el prestigio de la cocina española»?

–La asociación Euro-Toques exagera: sólo los campesinos, los pescadores y los ganaderos podrían hundir ese prestigio. Otra cosa es la alta cocina, en la que hay mucho trilero y mucha pose mediática.

–Santi Santamaría dice que los cocineros son «una pandilla de farsantes que trabajan por la puta pela».

–Me parece una autoconfesión muy honesta. En un mundo donde hay millones de desnutridos, me parece amoral la sofisticación de una cocina capaz de hacer bandera del aire de zanahoria con concentrado de mandarina.

–Más seria le parecerá la creciente penetración de la alimentación industrial y de los aditivos en nuestra dieta.

–Aquí, Santamaría exagera: si nuestra alimentación se ha desnaturalizado, al menos no sufrimos de pestes medievales. Claro que entonces las personas estaban más preparadas para las diarreas.

–Y quizá era menos neurótica.

–Eso, sin duda. Vivimos en un mundo donde la neurosis se ha generalizado, incluso en la alimentación. En la alta cocina, el problema esencial es que los cocineros se han convertido en los nuevos dioses.

–Es lógico: la sociedad se sofistica.

–Sí, en aspectos poco deseables: por ejemplo, en la pasión que ponemos en el placer personal. Y eso que muchos placeres de hoy están desnaturalizados. La alta cocina, sin ir más lejos, es escasamente sensual.

–¿Qué le pide, entonces, a la buena mesa?

–Para mí, que el olor lo invada todo es fundamental. Pero si te colocan delante una ostra con gusto de mejillón, no me sirve. Hoy, ocurre algo parecido con el sexo, donde abunda la higiene, la depilación y las acrobacias. Pero, al menos, el sexo es un placer más compartido. La asepsia total es desaconsejable en ambos campos.

–La comida y el sexo no necesariamente tienen que oler bien.

–Así es. Y el problema de la alta cocina es precisamente la voluntad de imponer una nueva sensorialidad de laboratorio a partir de una deformación visual, del olor y del sabor de los alimentos.

–Vale, pero alguna vez habrá comido en El Bulli o en Can Fabes.

–Sí, un par de veces. No hay que olvidar que «El retablo de las maravillas» tenía una parte dedicada a Ferran Adrià. Lógicamente, antes de satirizarle, saqué la nariz por su casa.

-Es inevitable pedirle que compare ambos restaurantes.

-Tengo mejor recuerdo del Racó de Can Fabes. Santamaría no trata de sorprenderte a cada bocado. Cuando has probado diez de los treinta platos que te pone Adrià, ya tienes el paladar hecho trizas.

–¿Así que le cae mejor Santamaria?

–No siento preferencias por ninguno. Además, Santamaría tampoco hace una cocina tradicional. Con todo, sus manipulaciones me remiten a gustos más familiares.

–La polémica que ha generado es muy boadelliana, ¿no cree?

–Sí, ¡menudo show tan divertido ha montado! Si consigues que 800 cocineros se cabreen contigo, ya has ganado. Era fácil encontrar argumentos: hay cocineros que han dicho tantas tonterías...

–¿Qué le parece el creciente uso de términos filosóficos del posmodernismo en la alta cocina española?

–Hablar de deconstrucción en la mesa me parece aberrante. La deconstrucción tiene que ver con el posestructuralismo de Jacques Derrida. Es una manera de de-sarticular conceptos.

–¿Nuestra alta cocina se disfraza de imposturas intelectuales?

–Hay una apropiación del lenguaje científico para rebozar con él lo que está carente de contenido. Si Cervantes hubiera vivido en nuestros días, «El Retablo de las maravillas» habría versado sobre la alta cocina. Es un terreno donde no hay nada sólido; sólo una enorme factura y mucho vacío. Estos señores venden aire... de zanahoria.

–Quizá estemos viviendo una transición entre la modernidad líquida y la gaseosa.

–Me parece que aún estamos en la fase de la cocina de astronautas. Una vez sentaron a Josep Plà delante de uno de esos platos deconstruidos, y dijo: «¡Puaj, esto es comida para astronautas!»

–Debía pensar en el menú en tubitos de los pobres cosmonautas rusos.

–Me ocurrió algo parecido en El Bulli: me dieron una cánula rellena de una sustancia con gusto a paella. En mi idiocia, pensé que la cánula era comestible y comencé a masticarla. Mi mujer se partía de risa. ¡Qué gilipollez!

–No padezca: masticar también es un proceso de deconstrucción.

–En el fondo, una ostia también es una deconstrucción simbólica del pan de la Última Cena. No hay nada que inventar. Sólo son juegos de palabras, muy del gusto por lo epidérmico que impera en nuestra sociedad.

–Pasa lo mismo con otros terrenos de la cultura, como el cine.

–Se cultiva un cine del subidón, parecido a los videojuegos. También en la cocina crecen los parques temáticos. Esto es una batalla entre la cocina carlista y la cocina de parque de atracciones.

–¿Se les da demasiada importancia a los cocineros?

–Indro Montanelli decía que la decadencia de Roma comenzó cuando los cocineros empezaron a ser relevantes. Cuando un cocinero llena portadas y empieza a filosofar, quizás haya llegado el principio del fin.

–En «La cena» se carga otra vez a los cocineros estrella.

–Lo que ocurre es que la alta cocina reúne todos los elementos litúrgicos de una nueva religión. El cocinero es un nuevo dios.

–Pero se ha reído tantas veces de ellos...

–En el programa de la Expo de Zaragoza hay una sección sobre cocina climática. Me hago cruces con las toneladas de hierro, cristal y cemento que se han construido para hablar de cambio climático, y más en un momento en que el precio del arroz condena a millones de personas al hambre.

–Al menos, la Expo quizá sirva para concienciar a los consumidores.

–No sea iluso... Sería más útil que los cocineros estrella utilizaran carne humana en sus menús. ¡Qué gran solución! La alta cocina caníbal acabaría con la superpoblación y, por tanto, con los problemas medioambientales. Recomiendo a Ferran Adrià y Santi Santamaría que lo rumien: la verdadera deconstrucción es el canibalismo.

DESTACADO

El nuevo espectáculo de Els Joglars "es una cena internacional que organiza el Ministerio de Medioambiente. El menú lo ofrece un cocinero estrella de rasgos mesiánicos". Estrenado en Sevilla, Boadella reafirma que no se verá en Cataluña. "Antes, tendría que cambiar el régimen", exagera el director. Cree el bufón que la crisis del Modelo Barcelona tiene que ver con la hegemonía del nacionalismo catalán: "alguien ha dicho que Esperanza Aguirre sería una excelente lehendakari. ¡Mejor estaría como presidenta de la Generalitat! Diez añitos de Esperanza serían la mejor terapia para Cataluña". A Boadella, las disensiones en el PP le recuerdan "a la bronca de los cocineros estrella". Quizás, como en El Bulli de Ferran Adrià, lo que ocurre en la oposición también tenga que ver con la polémica deconstrucción (de la tortilla de patatas).


La razón

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta obra de Boadella es un meritorio mitin político a la vez que un grito de alarma social por el salvajismo que nos invade y que amenaza con una destrucción civilizatoria "desde dentro".

La metáfora elegida como hilo conductor de la obra desemboca en un cuadro espeluznante acerca de la barbarie adueñada de la vida social, donde unos animales aparentemente humanos se han hecho con las riendas de la vida y tienen como objetivo deglutir toda humanidad que no case con sus instintos depredadores.

Es una visión anticipada pero real por incipiente, del destino que espera a los obreros de la colmena cuando las reinas enloquecen.


Una obra maestra, arte en su más acabada acepción.