domingo, 10 de febrero de 2008

Cuando González tomó el pelo a Bono

Título: MERECE LA PENA
Autor: ROSA DÍEZ
Editorial: PLANETA
Páginas: 280
Precio: 21 EUROS
Fecha de Publicación: 12 de Febrero

Foto: González rodeado de sus barones, a su derecha Ibarra y Bono, a su izquierda, Almunia y Maragall, en una conferencia política del PSOE de 2004

Cuando se inició el proceso de sustitución de Almunia, Felipe apoyó a Bono. En realidad, Bono le pidió permiso para presentarse, y le preguntó si él le apoyaría o no. Antes ya lo había intentado. Cuando dimitió Borrell, en plena precampaña de las Europeas y Municipales de 1999, Bono llegó a creer que González le iba a «investir» como candidato. Esto afloró tras un mitin que celebramos en Toledo en esa precampaña, en el que intervinimos Almunia, Bono, Felipe González y yo. Borrell acababa de dimitir. A la vuelta, comimos cerca de Madrid en casa de un amigo de González todos los que actuamos en el acto político más Eguiagaray, Ciscar y Pérez Rubalcaba. José Bono esperaba que en esa comida González le dijera: «Tú eres el sustituto...» Pero no pasó nada. Bono se marchó contrariado.

Cuando en el año 2000 perdimos ante la mayoría absoluta de Aznar, Bono anunció que se iba a presentar. Había hablado antes con González y con muchas personas del partido. González le dio el visto bueno. Recuerdo aquellas fechas, cuando a Felipe le preguntaban el porqué de su apoyo a Bono. «No es que me guste o me deje de gustar», decía. «Es que es la única yegua que quiere correr, y si es la única yegua que quiere correr, pues apoyaré a la yegua que corre.» Es el momento en el que los dirigentes del PSOE, los aparatos, piensan que para enfrentarse a cuatro años de mayoría absoluta del PP, el partido necesita un líder que ya esté consolidado en la sociedad, y que haya tenido —y eso es fundamental— respaldo electoral. El aparato decide que no estamos para «cambios». La apuesta, por tanto, es Bono, que es el único que ha dicho que quiere correr y que está en sintonía con el criterio de la clerecía del PSOE de entonces.
Es el mismo momento en el que yo anuncio que voy a optar a la Secretaría General del PSOE, el mes de mayo del año 2000. No comparto el criterio de que hay que hacer más de lo mismo, sino que creo que el Partido Socialista necesita un cambio profundo. Joaquín era un candidato solvente y serio, que hubiera sido un presidente de gobierno estupendo, desde mi punto de vista, porque, en mi opinión, lo que la política española y el Partido Socialista necesitaban era un cambio de caras, de fondo y de forma.
(...)
¿Por qué una candidatura tan sólida, tan consolidada aparentemente como la de Bono termina derrumbándose, no frente a la mía, sino a la de una persona completamente desconocida, incluso dentro del partido?
Bono era una candidato que a mucha gente no le gustaba dentro del PSOE. Gustaba más socialmente —al menos en Castilla La Mancha— que internamente, a muchos altos mandos del PSOE no les convencía. Es un hombre al que todos reconocían la capacidad de mando y las ganas de ejercerlo. Pero eso suponía mucho tiento y mucho riesgo para algunos que sabían que Bono tomaría decisiones. Además, tenía un perfil de español sin complejos, que en algunos sitios como en el PSC no agradaba.
Había otros cargos y dirigentes que consideraban a Bono un buen candidato para presidir Castilla-La Mancha, pero que no era un candidato «urbano» como para presidir España. Ese acento..., decían. En las autonomías donde le apoyaron desde el primer momento por «imposición » de la jerarquía, no emocionaba a nadie.
Hablé entonces con varios líderes regionales y provinciales en Andalucía, que me decían que estaban con Bono porque lo había dicho Chaves, pero que no les gustaba nada. Así que Bono recibió el apoyo orgánico, porque Felipe lo mandaba, porque Chaves estaba de acuerdo, y porque para mucha gente, como el caso de Pérez Rubalcaba y otros, creo que pensaban sinceramente que era bueno para el PSOE, que el partido necesitaba ese perfil. Nada de perturbaciones ni cambios, ni movimientos raros.
¿Qué ocurrió en el comienzo de la carrera? Que los guerristas, por ejemplo, a los que Bono no gustaba nada, consideran que es inevitable su triunfo, y deciden lanzar una candidata, Matilde Fernández, para tener cuota. No porque piensen ganar, ni porque quieran ganar, pero deciden proponer un candidato propio para que a Bono no se le suba a la cabeza y para marcarle el terreno. Pero, paralelamente comienza a cuajar la idea del cambio, según observo en mis viajes por las distintas agrupaciones. Aquello —el cambio— que parecía algo tímido, sobre lo que nadie iba a apostar, empieza a mostrarse como un huracán. En Andalucía, en dos agrupaciones de una cierta importancia como son Cádiz o Málaga, hay gente que se decanta, igual que yo, y a pesar de Chaves, por el cambio. Una parte de Sevilla se adhiere también a nuestra candidatura: jóvenes alcaldes, gentes que van expresándose espontáneamente, y llega la preocupación a la jerarquía socialista.
Entonces, en la cúpula del PSOE se produce una reflexión: de la misma forma que los guerristas han hecho un movimiento para tener cuota, necesitan a alguien que represente el cambio que no sea Rosa Díez, alguien que, en todo caso, acompañe a Bono y, según como vayan las cosas, decidirán qué hacer. También así Bono tendría que abrirse a la idea del cambio.
Es González quien lidera este movimiento, aunque coincida con muchos a quienes no les gusta Bono y preferirían poder mandar a través de otro. Los catalanes quieren actuar de acuerdo con Andalucía, de forma que cuando González empieza a aflojar su apuesta, los del PSC se relajan y ven su oportunidad de librarse de Bono. En ese momento eligen a Zapatero entre un grupo de jóvenes diputados que entonces se autodenomina los «jóvenes turcos». González le encarga a Trinidad Jiménez que vea a los chicos del grupo que son diputados de la generación de Zapatero, entre los que está Jordi Sevilla. Porque estos «jóvenes turcos», inicialmente, sólo hacen una reflexión para decidir a quién apoyan y garantizarse cierta influencia.
Así las cosas, Felipe le encarga a Trini una aproximación, a la vez que encomienda a Solchaga que les haga un «examen», por así decirlo. Tantea a Caldera y a Jordi Sevilla, entre otros. En ese ambiente se celebra una reunión entre Solchaga y varios más, como Caldera, Sevilla, Zapatero, Juan Fernando López Aguilar y Trinidad. En ella Solchaga plantea la posibilidad de que se presente como candidato alguien de ese grupo, y les promete apoyo. Aunque no lo dice expresamente, ellos interpretan que es apoyo de Prisa y González. Interpretan bien, naturalmente, porque Solchaga es un enviado. En ese momento, Jordi deja de apoyar mi candidatura. Me dice, además, con toda honestidad, que cree que lo mío no va a salir, que no me quieren los de arriba, que no van a permitir que sea yo, y que si hay un cambio, será otro.
De tal manera que ocurre lo de siempre: los que mandan se disponen a decidir quién es el cambio. Porque creen que lo tienen que vigilar ellos, como también querían controlar la idea de la estabilidad. Inician así un camino que no saben si va a llevar a que Zapatero sea el número dos de Bono, a obligar a Bono a ponerle de número dos, o a lo que finalmente ocurre, que Zapatero presente su propia candidatura. Algunas de las personas que trabajan con Bono, como Alfredo Pérez Rubalcaba, creen que Zapatero será el número dos y que finalmente se retirará, o no, pero que obtendrá un resultado que le permitirá ser el número dos de Bono, y tal vez el portavoz en el Congreso de los Diputados, ya que Bono no era diputado. Algunos creían que iba a terminar así, en cuanto Bono dijera: «Te quiero como número dos», se acabaría la opción de Zapatero como candidato, y éste aceptaría.
Bono al principio no aceptó a Zapatero como número dos. Despreció incluso la posibilidad. Para cuando la contempló ya no tenía nada que hacer, porque entonces González ya había convencido a Chaves de que no apoyara a Bono. Mientras, los guerristas, para que no salga Bono, ya han prometido cien votos a Zapatero. Mientras tanto, en Madrid, quienes luego serían los tránsfugas de las autonómicas de 2003, comandados por Balbás, ofrecen todo su apoyo a Zapatero, con aquella famosa frase de «Bono no pasará el Tajo...». Y hacen a Trini, entonces funcionaria del PSOE, delegada al Congreso por Madrid. Ellos garantizan a Zapatero los votos necesarios para ganar el Congreso.
Días antes del Congreso, Felipe tiene una conversación con Chaves para convencerle de que ha de garantizarle algunos apoyos más a Zapatero. A Chaves no le hace muy feliz, y aduce que ha tenido que convencer a su gente de que el hombre es Bono; que ha comprometido su palabra para convencerles. Además, se lo había prometido a Bono. «¿Cómo les voy a convencer ahora de que el hombre es Zapatero? Y, ¿quién es Zapatero? ¡Si no sabemos quién es, si no le conocemos!» Interrogantes de Chaves a un Felipe que relativizaba ese relativo anonimato. «Tampoco a mí me conocía nadie en Suresnes, y confiasteis en mí», le decía a Chaves.
(...)
Después de esa conversación, Chaves piensa que lo único que puede hacer es no pedir disciplina de voto a los delegados andaluces. La primera noche del Congreso, en vez de reunirse él con los delegados de Andalucía, lo hace Carmeli Hermosín. Ella defiende la candidatura de Bono, pero al no estar Chaves presente en la reunión, todos los delegados comprenden que ya no hay mandato, y que lo que se venía murmurando era verdad: González había abandonado a Bono. Había, pues, barra libre.
(...)
Hay muchas anécdotas que acreditan la participación de González en el resultado final. En vísperas del Congreso, me reuní con los delegados al Congreso de Galicia y les conté mis proyectos para el partido. Después me voy al despacho de Touriño, que era el Secretario General en Galicia, y hablamos tranquilamente. Me contó que Bono ya había estado en Galicia, y que la próxima semana iría Zapatero, o al revés. También está presente en la reunión quien era entonces el Secretario de Organización. Cuentan que está todo muy raro. Que en una comida de un grupo numeroso de delegados gallegos, ganaba la apuesta mi candidatura «por goleada». Touriño relata que unos días después él fue a ver a González —una cita que tenían pendiente en su calidad de Secretario General de PSG— y que Felipe les sondea a ver qué piensan los delegados de Galicia. Emilio le transmite el resultado de la apuesta del almuerzo, aunque con cierto aire de improvisación. Esa misma noche, Touriño recibe una llamada de Pepe Blanco, que le echa una bronca. «¿Cómo le dices a González que la que gana en Galicia es Rosa?» González está en el «ajo». El mismo día, o la misma noche que sabe aquello, se dispone a actuar. Y yo empiezo a descubrir que, efectivamente, aquello está bastante enrarecido.
Así que, como bien concluyó un amigo mío, este Congreso lo vuelven a ganar, como siempre, Alfonso y Felipe, aunque ya no se hablaban. Lo consiguen sin decirse nada. Porque los guerristas abandonan a Matilde Fernández de forma inmisericorde: al saber que es posible que Andalucía ya no sea un bloque, deciden dividir los votos y que la mitad se los lleve Zapatero. Los catalanes, conocedores de que Andalucía ya no tiene voto único, optan por Zapatero, porque saben que no les generará ningún problema con Chaves. Así se hace esta operación y gana Zapatero el Congreso.
Para cuando se produce esa conversación entre Chaves y Felipe, días antes del Congreso, González ya ha hecho otras muchas cosas. Ha transmitido a todo el que le quería escuchar que le gustaba Zapatero y ha hecho por debajo toda la labor que tenía que hacer. Prisa convierte a Zapatero en un candidato, cuando en el PSOE aún no saben quién es. De hecho, sólo los que leen «El País» en toda España saben quién es Zapatero, un perfecto desconocido hasta quince días antes del Congreso. Pero Prisa ya me ha eliminado a mí y decide polarizar la elección entre Bono y Zapatero. Un día, Luis Atienza, que era el portavoz de mi candidatura, se encuentra con Joaquín Estefanía en Madrid y le dice que en «El País» están convirtiendo a un desconocido en un candidato. Estefanía le dice que ellos no lo están haciendo, aunque admite, cauto, que si parece que es, será. Y llega a ser porque Felipe ha planificado perfectamente la operación Prisa, con Ekaizer y con Antonio García Ferreras en la SER, un hombre clave en ese momento, amigo personal de Zapatero de León, con muchos conocidos en el PSOE y en Cataluña, consciente de que allí Bono les abre las carnes. Y más allá de las sugerencias de Felipe, Ferreras apuesta duro por él.
Bono se negaba a creer la operación que se estaba montando, a pesar de que desde distintas fuentes le tratan de alertar. Hay distintos movimientos, pero una anécdota que se me ha quedado en el recuerdo, revela la personalidad de los protagonistas. La semana anterior al Congreso descanso en casa, no tengo previsto ningún viaje ni acto público, ni reuniones con los delegados. Un día por la noche, probablemente un viernes, me llama solícito Javier Rojo, que estaba entregado a mi candidatura. Rojo me describe lo mal que está todo, y lo mal que está portándose con nosotros la gente de Zapatero. Se mete en concreto con la gente de ese grupo, que para entonces había dejado de llamarse los «jóvenes turcos» (alguien les debió de contar cómo acabaron) y se habían denominado «Nueva Vía». Me cuenta los bulos que están lanzando por ahí, y propone que hay que reaccionar. Finalmente me plantea un pacto con Bono. Le respondo que no, que no voy a pactar con Bono, que tenemos que llegar hasta el final. Rojo insiste que «hay que frenar las miserias de esa gente», pero yo sostengo que no puedo retirarme, que estamos luchando porque creemos que hay que hacer las cosas de otra forma, y que a Bono no le voy a pedir eso.
(…)
José Bono estaba convencido de que iba a ganar por mucho margen. El mismo día del Congreso, después de salir derrotado viene a mi despacho, dentro del Palacio de Congresos. Me reconoce que no había previsto perder y me confía: «Yo había pedido a Barreda que hablara contigo para incorporarte a la ejecutiva, una vez que se supiera el escrutinio. Habíamos previsto que tenías que estar en la dirección del partido.» Bono estaba seguro de que iba a ganar.
Entonces fue cuando le pregunté por la advertencia de Rojo: «¿No te creíste lo que te dijo, que Felipe González estaba detrás, que estaba con éstos?» Creo que nunca quiso admitir que Felipe le estaba engañando. Le humilló. Sin avisarle, le dejó tirado.
Por otro lado estaba Ibarra. Él sostiene que votó a Matilde, y yo creo que es verdad. Pero reconoce, al menos a mí, que la gente que más cerca estaba de él terminó votando a Zapatero por unas declaraciones despectivas hacia él que había hecho Bono. Ibarra explica así por qué su gente de Extremadura no mantuvo la unidad de voto a favor de Matilde. Pero quien hizo la oferta a Zapatero fue Rafael Delgado, Fali, quien fuera el secretario de Estado de Alfonso Guerra cuando éste era vicepresidente del Gobierno; su hombre de confianza, quien sigue hoy con él en la Fundación. El contacto de Fali es Pepe Blanco. Desde mi despacho los veo pasar en la sede del Palacio de Congresos, juntos antes y después del recuento. De forma que, mientras Zapatero ensaya su discurso, los guerristas negocian los apoyos que necesitan para superar los votos de Bono, y le ofrecen el número de listas que estiman que hacen falta para que eso ocurra.
¿Pensaba González sucederse a sí mismo con Zapatero y no con Bono? Quizá. Felipe sabe que Bono vuela solo. Yo no le gustaba, no sólo porque también vuelo sola, sino porque no le gusto para dirigir el Partido Socialista.
En todo caso no tiene por qué darme explicaciones ni yo a él. Pero sí creí que Zapatero, después de resultar elegido secretario general, haría lo mismo que había practicado hasta entonces: pedirle consejo constantemente. En realidad, más que consejo, autorización. Para complicar las cosas y por si hubiera alguna duda, Bono declara un mes antes del Congreso que Felipe González no será presidente del PSOE si sale elegido secretario general. Explica que no cree en las bicefalias, que Felipe no sería como Ramón Rubial, y que tendría que quedar claro quién es el líder. Algo imposible si se instalan ambos en la cúpula socialista. En definitiva, declara que no sería una estructura positiva. En cambio, en las sesiones previas al Congreso, Zapatero le ofreció la presidencia del PSOE a Felipe. No sé si la quería o no la quería; pero lo que no quería,ni quiere, es que alguien, públicamente, se la niegue. Creo que éste es el fin de Bono con González.
Otra de las personas que ha tenido la necesidad de recomponer la figura tras ese Congreso es Ramón Jáuregui, que ya entonces, conocía un poco a Zapatero. Ambos eran vocales de la Ejecutiva del PSOE. Faltaba aún algún tiempo para el Congreso y un día se encontraron en los pasillos de la sede de Ferraz. Se rumoreaba con insistencia que Zapatero se iba a presentar, pero todavía había quien creía que estaban jugando para ubicarle como número dos de Bono. En ese contexto Ramón le dice a Zapatero algo así como que dejaran de hacer tonterías. «Mira, para ser Secretario General del partido hay que tener capacidad de sufrimiento. Tú no la tienes y Rosa sí. Lo que tienes que hacer es apoyarla.» Después del encuentro volvió todo ufano a contarlo delante de un grupo de gente. Pero, hete aquí que resultó ser elegido Secretario General. (…)
El argumento era válido, pero Jáuregui se confunde con Zapatero, porque éste ha demostrado ser una persona extraordinariamente fría. En realidad, lo que le quiere transmitir es que se va a achantar a la primera de cambio, porque Jáuregui sí tiene experiencia y ha «sufrido» suficiente como Secretario General del PSE. Pero se equivoca con Zapatero; nadie (ni Jáuregui entonces) sabía nada de él, ni de su personalidad, ni de sus convicciones. Tampoco sobre su falta de límites. A la vista de lo ocurrido, las múltiples anécdotas se vuelven ilustrativas de cómo se tejió todo, y de dónde está hoy cada uno, de lo que se ha dicho y de lo que se ha callado.
(...)
Otra opinión que recabé entonces me hizo reflexionar. En mi recorrido por España, una de las personas con las que hablé en Barcelona era entonces Secretario General de la UGT de Cataluña. No era del PSOE, pero fui a verle porque me interesaba su opinión, y le conté lo que quería hacer, y por qué creía que me debía presentar. Tuvimos una conversación política muy agradable, sobre todo porque no se planteaba ningún roce de competencias con los otros candidatos. Aún faltaban por aclararse muchas cosas, todavía no se sabía si se iban a presentar los de «Nueva Vía» o no. Pero el sindicalista apostó en un momento de la conversación: «Yo creo que Zapatero va a ganar este Congreso.» «¡Pero si no lo conoce nadie!», dije yo. Y añade: «Por eso. Porque no lo conoce nadie. Porque el partido está tan mal que los que sois conocidos tenéis gente a favor y gente en contra. Éste va a ganar porque no lo conoce nadie.» Así lo dijo. Y así fue.
(…)
Cuando se iba acercando el Congreso se fue haciendo más evidente lo que nos separaba. Zapatero ganó el Congreso porque no se pronunciaba sobre nada y nadie sabía nada. Nosotros nos empeñábamos en que opinara sobre la estructura interna del partido, sobre las primarias, etcétera. Pero no se manifestaba sobre nada. Fue Secretario General de León durante muchos años por no revelar su opinión y por pactar con quien fuera para mantenerse; y llegó a Secretario General utilizando la misma táctica. Ejerce la presidencia del Gobierno de la misma forma, sin comprometerse con nada. Exactamente igual. La pregunta es que si así le ha ido bien en la vida, sin mantener una posición determinada ante las diversas cuestiones o, en todo caso, una actitud flexible, ¿por qué va a cambiar?

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