sábado, 17 de noviembre de 2007

Raza de siete mil años. Por Manuel Molares do Val

La mayoría de los nacionalistas vascos, pero también muchos otros españoles, creen cierta la afirmación del lehendakari Juan José Ibarretxe de que el pueblo de Euskadi tiene siete mil años de historia.
Es una aserción falaz, pero eficaz, a la que, dicha mil veces, nadie puede oponerse. Se vuelve axioma. Como que el día es luz y la noche, oscuridad. Sobran demostraciones.
Pero la historia es la narración escrita de los acontecimientos pasados y dignos de memoria. Todo lo que no consta en documentos es prehistoria. Y las menciones a la tierra de Ibarretxe, como las de casi toda España, comienzan con Roma.
Convertir la prehistoria en historia y, sobre todo, hablar de un pueblo vasco tan antiguo, sólo pretende imponer la idea de la pureza de una raza mantenida durante siete mil años. Una raza que ha resistido siete milenios a la contaminación genética ajena. Que ha permanecido inamovible, íntegra.
Raza pura. Ese es el mensaje fanáticamente integrista de los siete mil años. Para que se lo crea su parroquia, pero también para que los demás respetemos y admiremos a este monumento humano, este venerable ejemplo de la perdurabilidad de las especies sin injertos ni corrupciones, que es lo que él llama pueblo vasco.
Esa pureza indica que los demás son impuros, corruptores. Razas deterioradas y contaminadas: españoles. Como decía Sabino Arana. Esa era su filosofía paleonazi. Y con Ibarretxe, directamente nazi.
Greenpeace y otras organizaciones ecologistas podrían proteger al Lehendakari como especie en peligro de extinción por la presión de razas inferiores. Como a las ballenas y a los monaguillos.
Lo deberían proclamar cautelosamente para ocultar paralelismos entre el lehendakari y aquel austriaco quizás algo judío, como tantos de nosotros, que para gobernar Alemania decía ser de pura raza teutónica.

Crónicas Bárbaras - 17/11/2007

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