miércoles, 13 de junio de 2007

"Ouverture"

"Aparte, el éxito de Sarkozy responde al convencimiento entre la gente alfabetizada de que la derecha no persigue el triunfo del mal, y a la percepción de que los problemas necesitan soluciones correctas más que soluciones genuinas. Lo que dicho en otras palabras supone el fin de la superioridad moral de la izquierda. En Francia, bien sûr."

Existe la posibilidad de que el acuerdo entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición sea sincero y tienda a durar. Incluso es posible que vaya más allá del miserable objeto que los reúne. No es que mi condición natural tienda al pacato entendimiento entre los hombres. Yo gozo fisiológicamente con la discusión; y donde haya una buena, larga e inteligente discusión que se quiten los torpes placeres medianos. Pero el ruido en España ha llegado a tal nivel que ya no es posible discutir o dedicarse a cualquier actividad que no sea la huida o la adhesión al beocio griterío.
Así pues, admito que sólo haya deseo en esta posibilidad. Sin embargo, también es probable que los ejemplos de Alemania, y sobre todo de Francia, acaben teniendo alguna influencia en España. A mi juicio la política de ouverture puesta en marcha por Sarkozy va a marcar profundamente el inmediato futuro político de Francia y de Europa. El desconcierto de todos aquéllos que hace semanas lo caracterizaban como un mero guardián de la porra es patente. Pero Sarkozy no tiene más importancia que la de haber interpretado con corrección tendencias ciudadanas evidentes.

La primera es que la homogeneización social en el primer mundo debe tener una correspondencia política. Y que los intentos de consolidar mercados ideológicos rígidos, poco porosos, ofrecen un punto de artificialidad sentimental o deportiva que casa mal con la resolución de los problemas importantes: las sociedades sometidas a la gerontofilia nacionalista, como Cataluña, lo aprecian muy bien cuando comparan el estado de su impune televisión con el de sus vías férreas.

Aparte, el éxito de Sarkozy responde al convencimiento entre la gente alfabetizada de que la derecha no persigue el triunfo del mal, y a la percepción de que los problemas necesitan soluciones correctas más que soluciones genuinas. Lo que dicho en otras palabras supone el fin de la superioridad moral de la izquierda. En Francia, bien sûr.

Las cosas son diferentes en España. En primer lugar, por la artificialidad nacionalista. Saltarán al cuello en cuanto vean consolidarse una aproximación entre los dos grandes partidos. Les va el negocio. Por otro lado está la industria cultural. La industria cultural (comprendida la mediática) está basada en la guerra civil, y entiéndase tanto en sentido recto como metafórico. La reconversión sólo podría ser lenta y difícil: más compleja que la siderúrgica. A pesar de todo, daría un mechón de mi cabello por comprobar el efecto que tendría en la sociedad española que cualquiera de los dos partidos mayoritarios tejiese un discurso electoral expresamente conciliador con su adversario y trufado incluso con hombres e ideas del otro lado. Porque no sería del todo inverosímil que la mayoría absoluta se alojara en este cauce relativo.

(Coda: «España es una gran nación». Mariano Rajoy Brey).

Arcadi Espada
El Mundo, 13-06-2007

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