martes, 28 de junio de 2011

El debate de hoy. Por M. Martín Ferrand

El presidente se sostiene por el mismo principio por el que lo hacen los tentetiesos: le pesa más la base partidista en la que se asienta que su propia cabecita.

HEMOS llegado a tal punto de deterioro y desprestigio en lo que al Gobierno de España respecta que hoy, cuando arranque el debate sobre el estado de la Nación —algo más protocolario que político— el interés no reside en lo que pueda decir José Luis Rodríguez Zapatero, el líder que se volvió tarumba de tanto mirar por el retrovisor. El presidente se sostiene, y previsiblemente lo hará hasta el final de la legislatura, por el mismo principio por el que lo hacen los tentetiesos: le pesa más, mucho más, la base partidista en la que se asienta que su propia cabecita y, aunque parezca muchas veces que está a punto de caer, vuelve a la verticalidad. Ni tan siquiera la bicefalia socialista, tan inevitable como negativa, con que el PSOE acudirá al Debate le añade interés y morbo al espectáculo parlamentario. Alfredo Pérez Rubalcaba, antes que candidato a la presidencia, es el segundo, por vicepresidente primero, en el guiso de las calamidades que ahora nos afligen y, por mucho que trate de desmarcarse de su responsabilidad, la mera presencia de Zapatero en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo estará enmarcando la que tiene, que no es poco.

De hecho, el máximo interés del Debate de hoy, si es que tiene alguno, habrá que buscarlo en el censo de las omisiones y silencios del líder de la Oposición y probable próximo presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Según la falsilla establecida por Pedro Arriola, el sabio que le prepara éxitos a cambio de menosprecios, el líder de la gaviota repasará los desastres del zapaterismo; pero sin señalar alternativas de conducta que pudieran anticipar en algo su hipotético programa de Gobierno. Sobrevolará el doble problema financiero de la Nación, el de los bancos y el de las cajas; pero sin nombres propios y señalamientos concretos, sin negar el soterrado y demoledor proyecto de conversión, mediante la mezcla de cajas podridas con otras sanas —es un decir—, para dar paso a «bancos autonómicos» de imprevisibles efectos negativos en la política, en la economía y, por lo que llevamos visto, en la decencia pública. Rajoy, muy en su línea, nos recordará lo mal que lo viene haciendo su predecesor y subrayará el drama del paro, las dudas sobre la resistencia de la UE frente a Grecia, la dolorosa incongruencia de Afganistán, el fracaso de la política internacional española y cuantos etcéteras le vengan al paso; pero sin apuntar una solución posible en ninguno de esos epígrafes. Ni tan siquiera nos sacará de dudas sobre si José Antonio Monago, cuando afirma galanamente que «a los terratenientes, que les den», se expresa por sí mismo o por cuenta del PP.

ABC - Opinión

Extraño debate entre el casi ex presidente y el casi presidente. Por Antonio Casado

Se avecina el debate sobre el estado de la Nación más raro de la historia desde que Felipe González puso en marcha en 1983 este acontecimiento anual no previsto en la Constitución ni contemplado en ninguna otra ley. Veamos:

Un casi presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que no quiere meterse en líos: “No soy yo el que se examina”, dice. Un casi ex presidente del Gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero, inhabilitado para hablar del futuro. Y un invitado de piedra, el vicepresidente y ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, casi candidato socialista a la Moncloa. Hasta que suene su hora (Comité Federal del 9 de julio) no desea cobrar vida propia ni en los pasillos del Congreso.


Rajoy va a seguir ocultando su programa por razones estratégicas. Le basta con esperar el desmoronamiento del adversario, tal y como le aconsejan sus asesores. Y a Zapatero apenas si le queda margen para el examen de conciencia por su gestión de la crisis económica, incluidos los últimos toques a su plan de reformas en los mercados del capital y el trabajo, con promesa de que no habrá nuevos planes de ajuste.
«El cruce parlamentario entre el casi ex presidente y el casi presidente se presenta como la enésima reposición de la reyerta interminable en una época que toca a su fin.»
O sea, mucha economía en el texto. La política, o el morbo político, por decirlo coloquialmente, sólo entre líneas. Con esas premisas, el cruce parlamentario de esta tarde entre el casi ex presidente y el casi presidente (en la mañana sólo la lectura del discurso inicial del casi ex presidente) se presenta como la enésima reposición de la reyerta interminable en una época que toca a su fin.

Los mismos argumentos. Las mismas armas. El Rajoy caracterizado por Zapatero como el dirigente incapaz de arrimar el hombro en la lucha contra la crisis. El Zapatero caracterizado por Rajoy como el gobernante incapaz de irse a su casa después de haber dejado a España en la ruina. Y de nuevo la cantinela de las elecciones generales anticipadas que Rajoy volverá a pedir por inercia y Zapatero volverá a negar.

Esa cantinela y todas las demás. En boca de Rajoy, el fin de ciclo, la Legislatura amortizada, el váyase señor Zapatero, los cinco millones de parados y la enésima descripción de los males que aquejan a España. En boca de Zapatero, la necesidad de terminar las reformas iniciadas, la insolidaridad del PP y la ratificación de su voluntad de agotar la Legislatura. Qué pereza.

Todo lo que hoy huela a novedad o a iniciativa en el discurso del casi ex presidente del Gobierno, como un nuevo paso en la liberalización de horarios comerciales o el no rotundo a la subida del IVA, habrá sido pactado con el casi candidato socialista a la Moncloa. Lógico. Rubalcaca no puede, no debe, no quiere, quedar atrapado por compromisos de Zapatero sin previa complicidad.


El Confidencial - Opinión

Homenajes a las víctimas que no irriten a sus verdugos. Por Guillermo Dupuy

Contentémonos con no ver en las próximas elecciones autonómicas a Otegi de candidato en una de las listas de los reconstituidos brazos políticos de ETA, pero desde luego vayamos olvidándonos de su justa condena.

Si de verdad el Congreso de la nación quisiera dedicar un auténtico homenaje a las victimas del terrorismo, derogaría hoy mismo su nauseabunda y vigente resolución a favor del "diálogo" con ETA; instaría al Gobierno la inmediata aplicación de la ley de bases de régimen local para disolver todos y cada uno de los ayuntamientos en manos de los proetarras; restablecería la división de poderes para que ningún politizado Tribunal Constitucional volviera a perpetrar la infamia de dejar en papel mojado la Ley de Partidos; o aprobaría una resolución en favor del cumplimiento íntegro de las penas y en contra del actual y silenciado proceso de excarcelación de etarras.

Pero como de este envilecido parlamento no cabe esperar nada que suponga contrariar los términos de la "paz" dictada por ETA (incluida una oposición al futuro estatuto soberanista vasco), su "homenaje" de ayer a las víctimas me resulta una farsa tan despreciable como el supuesto juicio que se está celebrado en la Audiencia Nacional contra Otegi, Díez Usabiaga y otros siete acusados de reconstituir Batasuna a través de Bateragune.


Es cierto que el brazo político de ETA se ha reconstituido; pero no lo ha hecho a través de Bateragune, sino a través de Bildu, y de eso son tan corresponsables los encausados como los magistrados del Constitucional y el propio Gobierno de la nación.

Mucho se podría decir de la hipócrita intervención de Otegi en el juicio y de hasta qué punto este proetarra ha interpretado el papel de "hombre de paz". Pero no olvidemos que ese disfraz se lo confeccionó el mismísimo presidente del Gobierno. Otegi insiste en hacernos creer que su apuesta es por la "paz" y por "las vías democráticas"; vamos, como si no supiéramos que para él la auténtica paz y la auténtica democracia son aquellas por las que la banda terrorista ha venido practicando su criminal "lucha armada".

Otro tanto podríamos decir del hipócrita Díez Usabiaga, recientemente excarcelado para cuidar a su mamá, aunque en realidad no haya hecho otra cosa desde entonces que ver la forma con la que volver a burlar la Ley de Partidos. Nos asegura que la "paz" es "irreversible" cuando al tiempo finge independencia y autonomía respecto a la banda terrorista a la que, por otra parte, no ha condenado. Sabemos, sin embargo, y por los propios comunicados de ETA, que a lo que en realidad nos enfrentamos es a un chantaje, esto es, a una "paz" condicionada a la consecución de los objetivos políticos y penitenciarios de la banda, algunos ya logrados, como la permanencia de los proetarras en las instituciones.

Pero quizá la mayor sensación de farsa me la provoque, paradójicamente, el propio juicio que preside la corajuda al tiempo que ingenua juez Ángela Murillo. ¿Se cree de verdad esta buena señora que ella podría condenar a diez o catorce años de prisión a estos proetarras, tal y como le piden la Fiscalía y la acusación particular, por algo que el mísmísimo Tribunal Constitucional ha considerado lícito? ¿De verdad se cree que, en caso de condena, el Supremo no obligará a repetir el juicio o, más probablemente, el propio Constitucional no los absolvería? Eso, por no hablar de la reincidencia, tan nauseabunda como lógica, en la que incurrían los magistrados "progresistas" del Constitucional si terminaran por legalizar a Sortu después de haberlo hecho con Bildu.

Contentémonos con no ver en las próximas elecciones autonómicas a Otegi de candidato en una de las listas de los reconstituidos brazos políticos de ETA; pero desde luego vayamos olvidándonos de su justa condena mientras nuestra justicia esté tan politizada como lo está en manos de quienes dedican hipócritas homenajes a las víctimas de ETA.


Libertad Digital - Opinión

El triunfo de ETA. Por Edurne Uriarte

Hay dos logros de ETA que son contundentes. La legitimación de su historia y la legitimación del terrorismo como método para lograr fines políticos.

LA historia de ETA acaba como predijimos los más pesimistas, o los más realistas, con el triunfo terrorista. Con su brazo político en las instituciones y su ideario y sus crímenes reivindicados desde esas instituciones. Esa es la mala noticia. La peor es que ese final ya no tiene vuelta atrás.

Ningún matiz altera la sustancia de ese triunfo. ¿Que Bildu no es lo mismo que Batasuna? Cierto, pero los miembros de EA y de Alternatiba que se han sumado a Bildu lo han hecho sabedores del control ejercido por el brazo político de ETA en la coalición. ¿Que quizá ETA no vuelva a asesinar? Cierto, pero a cambio de la cesión del Estado a una parte de sus reivindicaciones, comenzando por la legalización de Bildu. ¿Que una parte de los etarras está cumpliendo sus condenas? Cierto, pero mientras son reivindicados como héroes desde las propias instituciones y mientras una buena parte de los delitos y de sus responsables van a quedar sin investigar e impunes. ¿Que Otegi está siendo juzgado? Cierto, mientras el Estado hace un ridículo, el de la incongruencia entre el trato a Bildu y el trato a Otegi, que desactivará la acusación en muy poco tiempo.


Fuera de esos interrogantes, hay dos logros de ETA que son contundentes y ni siquiera admiten matices. La legitimación de su historia y la legitimación del terrorismo como método para lograr fines políticos. Podemos mirarlo del derecho o del revés, pero la llegada triunfal de Bildu a las instituciones con el apoyo de todo el nacionalismo y la comprensión del socialismo ha transmitido un mensaje nítido a los ciudadanos vascos: la definitiva aceptación de las «razones» de ETA. Y, por añadidura, la consolidación del mensaje de los dos bandos y las dos violencias.

Y lo anterior es irreversible. Sobre todo, porque se ha hecho con la aceptación del socialismo. Por pragmatismo, por el largo brazo del antifranquismo, por lo que sea. El resultado es que la rebeldía antiterrorista ha quedado reducida en el País Vasco a una minoría. Y en el resto de España, también a una minoría en lo que a élites intelectuales se refiere. Hemos llegado a un punto en que la denuncia de la legitimación terrorista comienza ser tachada de extravagante, propia de personas incapaces de adaptarse a la realidad, a la «nueva realidad». De interesada, incluso, de «chollo» que se nos acaba, como escriben algunos anónimos en los blogs de internet.

Y no hay manera de recomponer el discurso de la primacía de los principios democráticos, cuando, 35 años después, una buena parte de los partidos, muchos intelectuales, un tribunal, envían tales principios a la extravagancia, al frikismo, al interés.


ABC - Opinión

Fracaso escolar. Los 400 euros de Griñán. Por José García Domínguez

Por azar, va a coincidir lo de Griñán con la orden de Obama que acaba con la patente de corso que significaba el empleo vitalicio para los profesores vagos e incompetentes.

A propósito de la generación mejor formada de la Historia de España, leo en los papeles que Griñán recompensará con una renta mensual de 400 euros a los jóvenes desempleados andaluces que concedan acercarse a un aula. Según parece, con la dádiva pretende "motivarlos" a fin de que concluyan, entre otros, los estudios correspondientes a la ESO; esto es, la Enseñanza Secundaria O-b-l-i-g-a-t-o-r-i-a, de la que en su día desertaron para ponerse –se supone– a trabajar. Al respecto, y aunque solo fuera porque éste resulta ser el único país de la Unión Europea donde crece el abandono escolar, acaso lo sensato habría sido penarlos a todos con sendas multas de 400 euros. Una, por absentistas, destinada a ellos; la otra, por irresponsables, a sus padres.

Pero diríase que la Junta es más sensible a un memorable anuncio emitido cientos de veces en la televisión nacionalista de Cataluña; metáfora perfecta, por lo demás, de la filosofía que inspira nuestra red de instrucción pública. Así, en ese spot de TV3 un científico de aspecto siniestro manda realizar cierto cometido a un par de simpáticos chimpancés. El primer mico ejecuta raudo el encargo que se le asigna. No así el segundo, que se muestra ajeno y refractario a las muy precisas instrucciones que igual se le transmiten. Concluido el ejercicio, el monito diligente y trabajador opta por compartir su premio, un rico plátano, con el otro, el que no supo o no quiso emprender la tarea. Llegado ese feliz instante de solidaria comunión simiesca, la irrupción en pantalla del logotipo institucional de la Generalidad pone el punto y final al guión.

Mensaje principal: gratificar a los que desarrollan bien su labor implica una inadmisible perversidad con ribetes sádicos. Mensaje secundario: da igual lo que hagas, siempre recibirás tu plátano. Corolario: ¿para qué esforzarse en nada, chaval? Por azar, va a coincidir lo de Griñán con la orden de Obama que acaba con la patente de corso que significaba el empleo vitalicio para los profesores vagos e incompetentes. Una norma que también romperá el tabú de la igualdad salarial entre los docentes: quienes acrediten mejores resultados, cobrarán más. Qué ignorante la pobre América de las enseñanzas del gran Antonio Gala, el sabio que sentenció: "En Andalucía solo trabaja quien no sirve para otra cosa".


Libertad Digital - Opinión

Las derrotas autoinfligidas. Por Hermann Tertsch

La falta de medios, pero ante todo la voluntad de combate, ha llevado a la OTAN a sufrir una pérdida de credibilidad rayana en el ridículo.

NO hablemos de la que nos coge más cerca y más dolor genera entre millones de españoles aun en parte incrédulos y quizás poco conscientes ante lo que sucede en Guipúzcoa. La trágica derrota de la democracia española ante el terror nacionalsocialista vasco no se explica sólo con errores de cálculo, ni con la falta de músculo democrático de una sociedad, la indolencia disfrazada de tibia tolerancia a todo, ni con el ensimismamiento y egoísmo de una ciudadanía mucho más dispuesta a la autocompasión y llorar sus propias dificultades que a cultivar la empatía por el sufrimiento ajeno. En España, los enemigos de la democracia han cosechado una victoria parcial muy importante ante todo porque han contado con la colaboración abierta o clandestina de ciertos sectores del poder oficial. Lo sucedido en España no habría podido pasar en otros países. Nadie ha llegado tan lejos en la falta de respeto a sí mismo. En cualquier otro país una cooperación tan abierta con un enemigo mortal habría sido entendida como traición al Estado. Y esta figura se habría tratado muy diferentemente a cualquier error político o estratégico.

Pero hablemos de una guerra, la de Afganistán, que Occidente ya ha anunciado —por boca de Barack Obama— dará por concluida a fecha fija. Sin haberla ganado y —si se quiere creer a Obama— sin haberla perdido. Tras trece años de combates y miles de muertos —dos españoles hace 48 horas— EEUU y sus aliados abandonarán Afganistán a su suerte que está claro ya que sería un régimen dominado por los talibanes. Esos mismos a los que se fue a combatir por haber convertido el país en un santuario del terrorismo jihadista de AlQaeda. Unos talibanes que fueron aplastados militarmente y estuvieron derrotados. Hasta que se les permitió recuperarse por la falta de recursos de las fuerzas occidentales, sometidas a mezquindades presupuestarias que resultan muy populares en los países de origen de los ejércitos combatientes. Y por pura falta de voluntad de victoria. Hoy la población afgana ya sabe que los occidentales se van y vuelven los talibanes. Todos harán lo posible por hacer méritos con los triunfadores convirtiendo en un infierno aquel país al ejército que pretende permanecer dos años cuando ya ha dicho que abandona. En Libia ha sucedido algo parecido aunque en mucho menos tiempo. La falta de medios, pero ante todo la voluntad de combate ha llevado a la OTAN a sufrir una pérdida de credibilidad rayana en el ridículo. Meses después de lanzar la operación, se ha hecho evidente la falta de solidaridad pero también las profundas diferencias estratégicas entre los participantes. El mero hecho de que en semanas los aliados europeos se quedaran sin munición en la guerra contra un pequeño ejército en semidescomposición debiera ponernos los pelos de punta si pensamos en que es nuestra alianza defensiva para caso de amenaza directa a nuestro territorio. Habrá quien alegue que los europeos lucharían más y mejor en combate por sus propios hogares. Pero son comprensibles las dudas. Menos mal, en todo caso, que no existe una URSS con apetitos territoriales. Porque armas nucleares al

margen, el paseo militar desde los Urales hasta Cádiz, pasando por Bruselas, haría del desfile alemán a Paris en 1940 una reñida campaña.

Hay algo en común entre nuestra tragedia nacional en Guipúzcoa, nuestra entrega de Afganistán a los talibanes —donde Karzai parece ya Nayibulah, aquel títere soviético ahorcado en público en Kabul— y nuestra desgraciada campaña en Libia, donde por supuesto que caerá Gadafi, pero nos hemos dejado la credibilidad de la OTAN y quizás su unidad trasatlántica. Común es la falta de ganas de ganar. Porque se olvidan las razones.


ABC - Opinión

A la gente le importa un pito lo que digan hoy ZP y Rajoy. Por Federico Quevedo

Hoy empieza el Debate del Estado de la Nación, el último de esta legislatura y el último de Rodríguez Zapatero. No así de Rajoy que si gana las próximas elecciones generales tendrá que hacer frente a cuatro más, como poco. A los periodistas, a los medios de comunicación en general, el debate nos alimenta desde el punto de vista informativo y al menos durante casi tres días nos mantiene en un estado de tensión adicional al que ya llevamos a nuestras espaldas habitualmente. Además, este debate se produce en un momento especialmente delicado para nuestro país y en el final de etapa de un Gobierno cuyo epílogo no puede ser más demoledor. Y es la despedida de un dirigente político que ha conseguido concitar los mayores porcentajes de impopularidad y desprecio colectivos que nunca haya sumado un presidente del Gobierno en toda la democracia, lo cual ya tiene mérito.

Lo que casi todos esperamos del debate es que a lo mejor nos permita despejar alguna incógnita sobre el momento en el que Zapatero tiene previsto convocar elecciones: si se ‘moja’ y asume un nuevo programa de reformas como le pide la UE, es que tenemos todavía nueve meses de parto por delante, pero si no lo hace y se limita a decir que hay que acabar lo empezado y nada más, es que le quiere endosar la patata caliente al PP y podemos estar ante una convocatoria anticipada de elecciones, como casi todos creemos ya que va a pasar. Y vamos a ver a un Zapatero solo, únicamente defendido, y ya veremos con cuántas ganas, por los suyos, mientras que el resto de líderes de la oposición se reparten sus despojos políticos.


A priori, por tanto, el debate que se asoma en una semana clave para España, en la que si Salgado dice que no estamos al borde del rescate es porque lo estamos, y en la que de nuevo el terrorismo de la mano de Bildu vuelve a traernos imágenes de otros tiempos de indignidad, parece interesante e, incluso, yo diría que apasionante. Pero es la visión, como decía al principio, del ‘periodista’. La visión del ciudadano es otra, muy distinta. La visión del ciudadano es la de dar la espalda a lo que hoy puedan decir los políticos a los cuales considera como su tercer problema por detrás del paro y de la situación económica. Sus recetas no convencen a la gente, sus mensajes están muy lejos del sentir de la mayoría, sus promesas son espejismos para una gran parte de los ciudadanos que, sin embargo, ven cómo se reparten puestos y cuotas de poder obtenidas gracias a nuestros votos.
«Si se tratara de un programa producido por alguna gran cadena de televisión, ya lo habrían desterrado de la parrilla.»
Es verdad que votar es la mayor escenificación de la democracia, pero también lo es que puede convertirse en un mero ejercicio mecánico que no abrace la verdadera significación del hecho en sí de depositar un voto -delegar nuestro poder soberano en manos de unos pocos para que lo administren convenientemente-, sino que la pervierta convirtiéndola en una claudicación de ese poder. Si uno de los propósitos de la política es dar respuesta a los problemas de los ciudadanos, desde luego tenemos que llegar a la conclusión de que lejos de eso, la política es un problema para los ciudadanos y sin duda el mayor de todos lo representa quien está al frente del poder.

Hoy Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy se enzarzarán en un intenso debate, no les quepa la menor duda. El líder de la oposición hará, seguramente, una gran intervención porque es muy buen parlamentario, y el presidente intentará esquivar los golpes con recursos dialécticos y alguna que otra referencia al pasado. Pero la pregunta es, ¿alguno de ellos será capaz de conectar con el sentir de la ciudadanía? Yo lo dudo, y la prueba es que año tras año este debate, que debería de ser importante para la sociedad, pierde audiencia de manera sistemática. Si se tratara de un programa producido por alguna gran cadena de televisión, ya lo habrían desterrado de la parrilla y eso es triste porque se supone que en una buena parte de lo que digan en el Hemiciclo y, sobre todo, de lo que aprueben en los próximos días, depende en gran medida nuestro bienestar futuro. Pero eso demuestra la escasa confianza que tienen los ciudadanos en que los políticos sean capaces de sacarnos del atolladero en el que ellos mismos nos han metido o han contribuido a meternos.

Rajoy sabe que va a ganar las elecciones, por eso no va a ser hoy el día en el que arriesgue más allá de lo justo, aunque sí cabe esperar que el PP vaya más allá en su programa electoral. Y Zapatero ya lo ha dado todo por perdido aunque no lo admita, lo cual le lleva a tirar la toalla y a instalar a su partido en la fatalidad. Por eso sobre verdaderas soluciones a los problemas de la gente no vamos a escuchar nada nuevo. El debate girará, es cierto, en torno a si la prima de riesgo, el verdadero marcapasos de la situación de nuestro país, nos pone sí o sí al borde de la intervención, pero poco se va a decir sobre cómo solucionar el aumento de la morosidad, del paro, de las dificultades reales de cientos de miles de familias para llegar a final de mes.

Y poco se va a decir de las razones por las que los ciudadanos ya no creen en sus políticos, de cómo se va a dotar de mayor transparencia a su gestión, de cómo se va a conseguir una democracia mejor, de mayor calidad, más cercana a los ciudadanos y más abierta a sus demandas. Luego, ellos mismos se sorprenden de que los ciudadanos tenga una percepción tan negativa de la política, e incluso nos echan la culpa de eso a los medios de comunicación, pero ya verán cómo, de nuevo, el Debate del Estado de la Nación se convierte en una riña partidaria en la que lo que último que importa es eso, el estado de la nación. Y la nación somos los ciudadanos.


El Confidecial - Opinión

No es una guerra. Por Alfonso Ussía

Lo de Afganistán no es una guerra. Lo dijo Zapatero en el Congreso. «Se trata de una misión bélica, no de una guerra». Cualquier día, ante un plato de jamón, se aventurará a decir: «Se trata de la pata de un cerdo, pero no es un jamón». El problema es que España ha entregado a eso que no es una guerra y que los cejeros han olvidado por completo noventa y seis vidas. Noventa y seis soldados de España caídos en Afganistán en cumplimiento de su deber y en una misión bélica, que de guerra nada. A las guerras van los soldados cuando el Gobierno del Partido Popular los envía a misiones de paz. Entonces se arma la marimorena. Pero esta supuesta «misión bélica» que nos ha costado noventa y seis vidas de noventa y seis héroes no le importa, ni afecta, ni hiere, ni le molesta a ningún farsante paniaguado y pesebrista de la llamada «cultura». Noventa y seis caídos y centenares de heridos, pero no es una guerra, vaya por Dios. ¿Cómo vamos a combatir con nuestros aliados de civilizaciones? Ellos sí luchan contra nosotros, porque no han tenido acceso a la gran idea de Zapatero. La Alianza de Civilizaciones –¿sigue Mayor Zaragoza en el chollito?–, esa descomunal soplapollez de nuestro presidente del Gobierno, no ha tenido respuesta entre los talibanes. Y nos han matado a noventa y seis soldados en medio de la afonía oficial y el silencio de los golfos. Sucede que una buena parte de la izquierda no considera sagrada la vida de los soldados, y menos aún, si quien la ha puesto en riesgo es un Gobierno socialista. Y aquí no tiene sitio ni cabida la polémica. Son nuestros soldados, nuestros militares, los de todos, y su honor es el que salva nuestro deshonor, y su valentía es la que cubre nuestra cobardía, y su sacrificio es el sustento de nuestra comodidad, y su espíritu el contraste de nuestra indolencia. No tengo duda de que por escribir todo esto voy a ser señalado como un fascista peligroso. Si ése es el precio, lo pago honrosísimo. La señora ministra de Defensa nos tendría que explicar desde el Parlamento, con más acierto que su Presidente del Gobierno, la diferencia que se establece en su particular idioma entre una guerra y una misión bélica. Y si insisten, tanto ella como su desvencijado jefe en no reconocer que nuestras Fuerzas Armadas han sido enviadas a Afganistán a combatir contra los talibanes, contra Al Qaeda y contra el terrorismo islámico, tendremos sobradas razones para responsabilizarlos de la muerte de nuestros noventa y seis héroes caídos en esa guerra que no existe aunque se considere una misión bélica, odioso juego de palabras del cinismo buenista y majadero que hoy impera en España. A todo esto, los indignados no se indignan con la muerte de nuestros militares caídos y heridos en una guerra figurada. Les importa un bledo. Y para rizar el rizo de la indignidad y el oportunismo, coincidiendo con la muerte de los últimos dos soldados españoles, «llamadme Alfredo» hace un guiño a la izquierda radical y planea reducir en 40.000 los efectivos de nuestras Fuerzas Armadas, ya ajustadas hasta el límite en su personal. Los ejércitos, le guste o no a «llamadme Alfredo», son fundamentales y no admiten más reducciones de plantilla y presupuestos. No se quejan los militares, porque apechugan con lo que les venga, pero han alcanzado la frontera de la operatividad. No se merecen propuestas demagógicas, sino el reconocimiento a su heroica labor. ¿Por qué en lugar de soldados y marineros no se planea «llamadme Alfredo» reducir en 40.000 el número de sindicalistas liberados que no dan con un palo al agua? No habrá respuesta.

La Razón - Opinión

Estado de la Nación. El éxito del farsante. Por Cristina Losada

Alejo de mí la tentación de identificar a esos dos personajes con los nuestros. Aquí ni siquiera hace falta un buen actor para meterse al público en el bolsillo y vaciarle el bolsillo al público al mismo tiempo.

Los jefes de filas se han preparado a conciencia, los periodistas aguzan los sentidos y los sondeos se disponen a recabar la opinión del respetable. El gran debate parlamentario del año está a punto de empezar. Es el primer malentendido. Visto con benevolencia, quizá sea un debate, pero de parlamentario ¿qué le queda? En la Cámara se hablará en realidad para la cámara. La de televisión, naturalmente. El mismo medio, idéntico interlocutor, para los que habla el político contemporáneo cada día. Por supuesto, hay excepciones. Y así les va. Rajoy, por ejemplo. Rajoy cree que está en un Parlamento como aquel en que cruzaban armas dialécticas Sagasta y Cánovas, y por ello ha perdido todos los Debates sobre el estado de la Nación que ha mantenido con Zapatero. Incluso en 2010, la crisis ya desatada y el empleo en caída libre, le volvió a ganar, si no mentían del todo las encuestas.

¿Un misterio? Valga, para ilustrar el punto, el caso del Dr. Fox, del que da cuenta un nuevo libro de Dan Gardner. Unos psicólogos norteamericanos seleccionaron a un actor y lo convirtieron en el doctor Myron L.Fox, experto en "teoría matemática de juegos aplicada a la educación física". Pura filfa. Pasearon al falso erudito por el circuito de conferencias y a pesar de su humo retórico, falacias y contradicciones, obtuvo aplauso y reconocimiento. Y es que formulaba sus disparates con claridad, autoridad y seguridad absolutas. En contraste, Robert Shiller, uno de los economistas más influyentes, que predijo la burbuja tecnológica y después la inmobiliaria, goza de nula credibilidad entre las audiencias. Resulta que no es simple y claro, y tiende a matizar y a reflexionar. Cómo extrañarse de que despierte violento rechazo y antipatía.

Alejo de mí la tentación de identificar a esos dos personajes con los nuestros. Aquí ni siquiera hace falta un buen actor para meterse al público en el bolsillo y vaciarle el bolsillo al público al mismo tiempo. Basta con despojarse del pesado lastre del raciocinio, la insufrible coherencia, la aburrida sensatez y proceder con empatía al generoso derrame de sentimentalismo. El gestor de traje y alma grises nada puede contra esas potencias irracionales que el farsante domina. Tal vez, si el debate no fuera captado por las cámaras tendría alguna posibilidad Rajoy. No siendo así, me figuro que este será otro Estado de la Nación que gane Zapatero. El último. Con las encuestas en contra y aun después de muerto.


Libertad Digital - Opinión

Estado de depresión. Por Ignacio Camacho

Será un debate raro, desenfocado, porque el que va a comparecer ya no manda y el que manda no va a comparecer.

EL estado de la nación es de depresión social y catástrofe económica; el del Estado propiamente dicho, casi de quiebra; el de los ciudadanos, de agotamiento; el del Gobierno, de agonía; el del partido que lo sustenta, de colapso; y el del presidente, terminal. La legislatura está liquidada y el poder político exánime, a la espera de un relevo que se resiste a entregar. La productividad del país ha retrocedido a los niveles de 2004, el bienestar a los de hace una década y el paro ha vuelto a los de quince años atrás. El zapaterato se desangra en medio de una regresión colectiva agravada por el vacío de poder, y el estancamiento político bloquea la toma de decisiones probablemente dramáticas que sólo puede avalar una nueva legitimidad parlamentaria. El horizonte nacional más optimista es el de un estancamiento sin fecha de inflexión; la economía no reacciona a los cuidados paliativos y la sociedad está a punto de consumir sus reservas de subsistencia.

Así las cosas, el último debate general de Zapatero no es un examen final de su gestión sino el simple trámite de un desahucio. El presidente se descartó a sí mismo hace tres meses para tratar de eludir el sinsabor de una derrota pero la gente lo vapuleó en las personas interpuestas de los candidatos autonómicos y locales. El resultado electoral de mayo fue un veredicto de cambio al que sólo le falta la fecha. En estas condiciones, cualquier intento de autovindicación que pueda intentar está condenado de salida; a lo único que puede aspirar es a que la oposición no sea demasiado cruel al darlo por amortizado. Mientras se empeñe en estirar el calendario no obtendrá piedad porque resulta presa fácil, convertido como está en objeto de fobia ante la opinión pública.


Como le gusta crecerse al castigo quizá saque pecho de sus realidades virtuales y trate de inmolarse una vez más ofreciéndose como blanco para que los adversarios disparen contra un fantasma. Será un debate raro, desenfocado, porque el que va a comparecer ya no manda y el que manda no va a comparecer. El manual táctico elemental aconseja a la oposición el ninguneo del nuevo candidato para no concederle el mínimo protagonismo, aunque es probable que Rubalcaba reciba desde su escaño numerosos mensajes cifrados, teóricamente dirigidos a su jefe nominal. Le van a intentar zurrar a los dos, pero los palos sólo se los va a llevar uno. Y le espera una tunda porque no tiene de qué presumir.

Para Rajoy, el único riesgo consiste en medir mal el vapuleo. Aunque le van a enseñar el trapo para arrancarle medidas de su programa le sobra flema para aguantar ese envite. Como entra ganador al debate su problema será el de pasarse de frenada, el de acabar inspirando compasión por un adversario liquidado. Lo demás lo lleva de carril: el estado de la nación es tan evidente que ni siquiera necesita demasiados adjetivos.


ABC - Opinión

Eutanasia encubierta

El Gobierno presentó la ley de Muerte Digna como un avance extraordinario en el reconocimiento de una serie de derechos de los pacientes en situación terminal y de sus familiares, así como de seguridad jurídica a los profesionales sanitarios que les atienden, y puso especial énfasis en asegurar que el texto no despenalizaba la eutanasia ni el suicidio asistido. Nosotros mostramos serios reparos desde que el Ejecutivo hiciera pública su intención de elaborar el texto. Entendíamos que era innecesario porque ya existían normas que permitían establecer con criterios científicos y éticos los límites del derecho a la vida y los del ensañamiento terapéutico. Después de conocer el texto, nuestro escepticismo se convirtió directamente en un rechazo a un texto que encajaba en el relativismo moral tan propio de la izquierda y tan proclive a la eutanasia. La Conferencia Episcopal Española aprobó ayer un interesantísimo documento sobre el proyecto del Gobierno que desmantela con rigor el discurso oficial de los socialistas sobre una ley que presenta graves excesos. Su conclusión es que estamos ante una norma injusta que regula violaciones del derecho a la vida. Basándose precisamente en ese ataque al derecho fundamental del ser humano, los prelados consideran justificado que no sea obedecida en su redacción actual. Evidentemente, los obispos hablan y se pronuncian en una plano moral y doctrinal con argumentos sólidos. Y es que el Ejecutivo pretende convertir en un progreso médico y vital la legalización de una eutanasia encubierta al reconocer el derecho a la sedación inadecuada, el abandono terapéutico o la omisión de los cuidados debidos. «Una concepción de la autonomía de la persona como prácticamente absoluta y el peso que se le da a tal autonomía en el desarrollo de la ley acaban por sobrepasar el límite propuesto de no dar cabida a la eutanasia». La conclusión de los prelados se ajusta a la realidad del proyecto, pues el Gobierno traspasa los equilibrios profesionales y morales cuando, por ejemplo, la sedación inadecuada no depende del juicio médico, sino de la voluntad del paciente en último extremo. Y así, la norma no especifica tampoco «la alimentación e hidratación» del paciente en el concepto de actuaciones sanitarias que garanticen el «debido cuidado» del enfermo, lo que es un «olvido» peligroso. Es revelador también sobre la intencionalidad última de la ley cómo blinda los derechos del paciente, pero no reconoce ni garantiza el derecho constitucional a la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios. Los cuidados paliativos pueden mejorarse en aspectos como la formación de las profesiones implicadas, la elaboración de una cartera de servicios comunes y una dotación suficiente para lograr una cobertura del cien por cien. Pero los derechos ya estaban perfectamente amparados por la ley de autonomía del paciente, la Ley General de Sanidad y el Código Deontológico de la Profesión Médica, entre otros. El Gobierno no ha buscado el consenso ni ha escuchado a esa mayoría que se sitúa muy lejana de las prácticas del doctor Montes, que pudiera ser el inspirador final de esta ley que requiere un debate a fondo y sin prejuicios.

La Razón - Editorial

Tormenta sin fin

El diferencial de la deuda española, en máximos por la crisis griega, amenaza la recuperación.

El euro se enfrenta a otro periodo de extrema incertidumbre en los mercados, a la espera de que el Parlamento griego apruebe medidas de ajuste adicionales que permitirán debatir un nuevo plan de rescate para Atenas (unos 100.000 millones más). La situación en Grecia es de una gran alteración social, con huelgas del sector público y privado, hoy y mañana, y la amenaza adicional de que sus efectos lleguen a dinamitar la zona euro. Los inversores castigaron ayer la deuda española con un diferencial máximo de 293 puntos básicos (Italia llegó a los 216), que solo se atemperó cuando Francia difundió el acuerdo con sus bancos para reinvertir el 70% del capital en bonos griegos que vencen hasta 2014 por nuevos títulos a 30 años. Se supone que el pacto cancela la hipótesis de que se declare un impago y se desaten las cláusulas de seguros y derivados que arruinarían el mercado europeo.

De nuevo estamos ante un respiro momentáneo. El miedo de los inversores castiga en demasía a países que, como España, no deberían tener diferenciales superiores a los 200 puntos básicos en función de sus fundamentales económicos. La crisis financiera se manifiesta como una serie de movimientos espasmódicos de los mercados, en los que a momentos de relativa calma les siguen fuertes tensiones en los diferenciales de deuda y rentabilidad que amenazan con condenar a la insolvencia a los países con independencia de sus compromisos de ajuste. El motivo recurrente de las convulsiones financieras es Grecia. No es difícil predecir que, si el Parlamento griego aprueba los planes adicionales de ajuste, los mercados concederían días de tranquilidad (eso sí, sin que el diferencial español caiga hasta los niveles previos a la crisis griega) hasta que se dispare otra causa de tensión, que podría ser la aplicación concreta de las nuevas medidas de ajuste en Grecia o la discusión de los procedimientos para el nuevo rescate.


Esta tensión crónica está motivada por la evidencia de que la Europa del euro funciona a varias velocidades. Pero también por la incapacidad de las instituciones europeas para encontrar remedios a la desconfianza de los inversores. Alemania, Francia y Bruselas no reconocen esos graves errores cometidos en la gestión de la crisis que convierten en inviables los planes de rescate, sencillamente porque los préstamos son punitivos y sus condiciones asfixian el crecimiento. Grecia no puede pagar la deuda, y menos si se le exigen las condiciones actuales de ajuste fiscal.

Las decisiones de los más poderosos parecen parcheos desesperados, pensados para ganar tiempo a ver si en una de esas ventanas de calma se anuncia algún dato favorable de crecimiento o se cierra la reforma financiera española. Pero la situación no es sostenible, porque los actuales diferenciales de deuda están estrangulando el crecimiento económico español. Cualquier rentabilidad exigida a 10 años que sea superior al crecimiento nominal en ese plazo es tóxica para el crecimiento. España supera en varios puntos ese límite.


El país - Editorial

El pésimo estado de la Nación

El estado de nuestra Nación es, en definitiva, deplorable. Urge, más que un debate, un replanteamiento de fondo, una revisión completa al sistema del 78 que devuelva la cordura al país y la serenidad a sus habitantes.

España atraviesa la peor crisis económica, política, social e institucional de los últimos cincuenta años. Apenas queda algo que funcione dentro del país. Los problemas, muchos de los cuales se arrastran desde hace décadas, han irrumpido todos de golpe espoleados por la debacle económica. No hay un solo indicador al que agarrarse para recobrar la confianza. El país navega sin rumbo vapuleado por elementos que nadie acierta a controlar.

Asistimos impávidos desde hace tres años a como España se desintegra económicamente. El desempleo alcanza ya máximos históricos y bordea la fatídica cifra de cinco millones de desempleados. La inversión ha caído en picado y nadie parece dispuesto a crear riqueza dentro de nuestras fronteras. Las empresas cierran y apenas abren nuevas. Los jóvenes, víctimas de un sistema educativo ideologizado e ineficiente que hace aguas por los cuatro costados, han perdido ya toda esperanza de encontrar un empleo. Los mayores ven como su jubilación corre riesgo de esfumarse.


El Estado, por su parte, ha dilapidado ya los excedentes de las vacas gordas y ha incurrido en deudas en el extranjero que, más pronto que tarde, tendrá que devolver con el dinero de los contribuyentes, asfixiados por una presión fiscal desbocada que no hace sino aumentar. El Gobierno, lejos de aplicar el sentido común y la moderación cuando llegó al poder al principio de la crisis, ha hecho todo lo posible por arruinar al país en un tiempo récord de solo tres años. Hoy, quemadas las naves y con el PSOE en franca retirada electoral, se aferra al poder impidiendo una necesaria renovación que no puede venir sino es a través de unas elecciones generales.

Pero el drama español es mucho más que económico. Las instituciones, empezando por el Tribunal Constitucional, están muy desacreditadas. La Justicia en su conjunto atraviesa una crisis aguda provocada por la politización y la falta crónica de fondos. El epítome de esta dolencia se condensa en la sentencia que devolvió a la ETA a los ayuntamientos y las Juntas provinciales del País Vasco en la figura de Bildu, una coalición de nuevo cuño tras la que se escondieron los batasunos de siempre. Sin más necesidad que la obsesión de Zapatero por negociar con los asesinos, se han retrocedido diez años en la lucha antiterrorista.

El estado de nuestra Nación es, en definitiva, deplorable. Urge, más que un debate, un replanteamiento de fondo, una revisión completa al sistema del 78 que devuelva la cordura al país y la serenidad a sus habitantes. No deberíamos bajo ningún concepto esperar a que la situación implosione como ha sucedido en Grecia. Pero para ello Zapatero y todo su Gobierno deben irse de inmediato y convocar elecciones anticipadas. Las consecuencias de no hacerlo, de seguir burlándonos de nuestros acreedores internacionales, podrían ser desastrosas.


Libertad Digital - Editorial

El último debate

La disparidad de posiciones políticas con las que el Gobierno y el PP se presentan ante este debate sobre la Nación remarca el agotamiento de la legislatura socialista.

EL debate sobre el estado de la Nación que comienza hoy en el Congreso de los Diputados no va a enfrentar, como en ocasiones anteriores, la visión del Gobierno sobre la situación de España con la de la oposición. Va a ser una confrontación entre un proyecto político desahuciado por los ciudadanos en las elecciones del 22-M y otro que se convertirá en el programa del próximo Gobierno. El estado de la Nación ya está debatido y diagnosticado. Faltan soluciones y, sobre todo, falta un Gobierno con fuerza y legitimación renovadas para ejecutar las medidas económicas y políticas que el actual Ejecutivo no es capaz de tomar. Así se ha demostrado en la reforma de la negociación colectiva, marcada por ataques del ministro de Trabajo a la banca —la misma a la que Rodríguez Zapatero recibe obsequiosamente en La Moncloa— para apaciguar a los sindicatos, y de humillaciones ante el PNV para lograr sus votos.

La disparidad de posiciones políticas con las que el Gobierno y el Partido Popular se presentan ante este debate sobre la Nación, el último de Rodríguez Zapatero —y probablemente del PSOE como partido en el Gobierno— remarca el agotamiento de la legislatura socialista. Los populares han adquirido el mayor poder autonómico y municipal nunca antes conseguido por un partido político en España. Deciden sobre la dirección política de la mayoría de la población y controlan más gasto público que el Gobierno central. Tras las elecciones del 22-M, su respaldo electoral, según las encuestas, aumenta y pone al PSOE al borde de la debacle. El Gobierno, por su parte, se sostiene de hecho por el oportunismo del Partido Nacionalista Vasco, que rentabiliza al máximo hasta sus abstenciones, como bien se jactó su portavoz parlamentario, Josu Erkoreka. Entretanto, Zapatero se mueve en la banalidad de discursos vacíos para que el candidato del PSOE a las elecciones de 2012, y ministro del Interior, vicepresidente primero y portavoz del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, gane tiempo.

Aun así, las reformas pendientes, la confianza de los mercados, el caso griego y otros tópicos similares formarán parte del discurso de Zapatero para su único propósito, que es el de justificar la no convocatoria de elecciones anticipadas. Para eso atacará al PP acusándolo de insolidario, ignorando que las reformas ya aprobadas no han tenido la eficacia necesaria, que la desconfianza de los mercados hacia España se basa en la desconfianza a su Gobierno y que, aunque España no sea Grecia, tal obviedad no nos libra de la mayor tasa de paro de Europa.


ABC - Editorial