miércoles, 5 de enero de 2011

El mal de Cascos. Por Edurne Uriarte

A Cascos no se le pasó por la cabeza dar una sola rueda de prensa para explicar su candidatura, sus ideas y sus objetivos en los largos meses que duró ese debate. De ahí que el asunto fuera un incomprensible embrollo para los ciudadanos, incluidos los más informados. Se le ocurrió este domingo, al final del proceso. Tal elemental problema de desconexión con los ciudadanos y con la realidad resume el mal de Cascos que no es otro que el mal del poder. Con la peculiaridad de que lo sigue padeciendo años después de haber perdido tal poder, lo que hace aún más absurdas sus consecuencias.

Se creyó imprescindible, todopoderoso, por encima de las circunstancias. Y actuó como tal, a la espera del acatamiento o del agradecimiento por su oferta de candidatura. Algo que en política se consigue con el masivo apoyo ciudadano, sobre todo en forma de votos, o con el apoyo de la organización partidaria.

En cuanto a los votos, al PP asturiano le ha ido igual con Cascos que sin Cascos. En las cuatro últimas elecciones al Congreso, con Cascos de cabeza de lista en 1996 y 2000, Alicia Castro en 2004 y Gabino de Lorenzo en 2008, el PP asturiano ha tenido siempre un porcentaje algo mayor que el PP nacional. Y la máxima diferencia la obtuvo Castro y no Cascos. Y en cuanto a la encuesta que probaría las supuestas mayores posibilidades electorales de Cascos en las Autonómicas, resulta que dicha encuesta se hizo con la única hipótesis de su candidatura, cuando no se preveía otra.

Con el frente electoral así de modesto, a Cascos le quedaba la organización partidaria. Tenía su apoyo en el bolsillo y él mismo se encargó de destruirlo. Nuevamente, por el mal del poder. Creerse por encima de la organización, cuando era él el que dependía de dicha organización. El error de un torpe, o de un ingenuo, o, en el caso de Cascos, de un hombre desconectado de la realidad.


ABC - Opinión

Rodríguez Zapatero podría estar preparando la evasión. Por Antonio Casado

Al terminar la entrevista de Carlos Herrera con el presidente del Gobierno, ayer en Onda Cero, mis colegas de tertulia (Iñaki Ezkerra, Arcadi Espada y Miguel Ángel Rodríguez), dicen haber detectado en el buen tono vital de Zapatero la prueba de que ya tiene decidido repetir como candidato a la Moncloa en las próximas elecciones generales. Sobre la misma constatación de que, efectivamente, despliega un discurso más firme sobre las reformas estructurales de la economía española (insiste en que la operación durará no menos de cinco años), me quedo solo defendiendo lo contrario.

Primero, porque sigue rehuyendo la respuesta cuando le preguntan. Si fuera que sí, no debería tener inconveniente en decirlo. Solo el “no” explica el silencio. Y, por otro lado, es justamente esa sensación de no verle ya a la defensiva la que pone en la pista de que Zapatero no tiene intención de encabezar por tercera vez su candidatura a la Presidencia.

Solo así tendría sentido su insistencia en pregonar ese necesario pero doloroso reformismo (“cueste lo que cueste”, suele decir él), que supone ganar la confianza de los mercados y perder la de los electores. La ecuación se viene verificando en las encuestas desde el famoso “tijeretazo” de mayo. Con vuelta de tuerca en una segunda entrega (plan anticrisis bis de noviembre), que ha llevado al PSOE al borde de la bancarrota electoral.
«Cada vez que Zapatero da un nuevo paso en su política de ajustes, dictada por los mercados y no por sus electores, aumenta la fuga de votos: la mayoría a la abstención, muchos a Izquierda Unida y poquísimos al PP.»
La ventaja del PP en las urnas -virtual por ahora- es tan amplia que hasta Artur Mas, el flamante presidente de la Generalitat, teme que se le haya ido la mano con Zapatero y ahora trabaja para evitar una mayoría absoluta de Rajoy en las generales de la primavera de 2012 (“No lo quiera Dios”, decía hace unos días), como ya hemos empezado a ver con el ninguneo de Alicia Sánchez Camacho (PP Cataluña) en la reciente sesión de investidura.

Cada vez que Zapatero da un nuevo paso en su política de ajustes, dictada por los mercados y no por sus electores, se abre un poco más la compuerta y aumenta la fuga de votos. La mayoría a la abstención, muchos a Izquierda Unida y poquísimos al PP. Él lo sabe y lo interioriza dispuesto a sacrificarse por el bien de España. Por tanto, lo de menos son los votos. Eso dice, aunque con otras palabras. Cuando un político actúa sin importarle la pérdida de votos es que está preparando la evasión. Y es el caso que Zapatero no renuncia a la política que deja perplejo al militante y ahuyenta al votante. Todo lo contrario. Ayer se ratificó con el fervor del converso en la cruzada contra el déficit público y la política de reformas, cuyos resultados empezaremos a ver en el segundo semestre de 2012, con un -crecimiento superior a la media europea ya en 2013, según le dijo a Carlos Herrera.

Ojo a las fechas. Es la primera vez que admite con tanta claridad que la política que lleva al PSOE a la bancarrota electoral estará viva cuando se convoquen las próximas elecciones generales. Véase cómo el irrecuperable voluntarismo de Zapatero ya no mira a marzo de 2012 como el momento en el que los españoles tengan ocasión de agradecerle en las urnas los sacrificios de ahora. Simplemente porque entonces su partido estará desahuciado y la cosa ya no irá con él. El haberlo decidido le permite “hacer lo que tengo que hacer”, como suele decir él, sin mirar a las urnas. Porque si las mirase no lo haría. O lo haría de otro modo.


El Confidencial - Opinión

Mundo maravilloso. Por Gabriel Albiac

España se abre al 2011 en el mayor desarraigo de su historia reciente. Nadie confía aquí en nada.

EL cielo gris de todos los eneros pone en el alma la añoranza helada de los años perdidos. Nada nuevo: en esa melancolía sosegada se teje la paciencia de ir tirando, por más que uno sepa lo para casi nada que sirve cuanto hacemos. Pero está bien que cada inicio de enero sepamos engañarnos, repetirnos que todo puede ser distinto, que tal vez lo imprevisible aún nos aguarde a la vuelta de una milagrosa esquina. Y cada año inventamos la vida aventurera que no tuvimos nunca. Y en el rincón secreto que nadie revela a nadie, odiamos cuanto somos y seguimos sonriendo. ¿Qué otra cosa podría consolarnos que no fuera esta sonrisa, la distancia que pone entre cada uno y la jodida realidad que acabará tragándonos?

Vivimos al borde del precipicio. Al borde del precipicio, hemos bailado la loca danza de las postrimerías, durante una Nochevieja que tuvo algo de noche del fin del mundo. Que nuestro mundo acaba, todos como mínimo lo sospechamos. Acabó quizás ya. Como un mazazo, entre Año Nuevo y Reyes, la glacial estadística del paro cierra la fiesta. Cuatro millones de ciudadanos —sin maquillar, algo más de cuatro y medio— están literalmente en la calle. Vaya usted a hablarles a ellos de esperanza. Vaya usted a contarles historietas de futuros luminosos que habrían de traerles líderes políticos para los cuales jamás existe el tiempo de las vacas flacas.


Quien retorna de madrugada a casa, atravesando el centro de Madrid, debe cerrar los ojos para soportarlo: gentes harapientas que se incrustan en el hueco de los escaparates, encerradas en cajas de cartón para engañar al frío. Es lo bueno que tiene moverse sólo en la confortable tibieza del coche oficial y de los tres escoltas: que ningún muerto de hambre va amargarte la digestión tras la cena en salón privado de muchísimas estrellas, a lo largo de cuya sobremesa has estado arreglando el país en compañía de tus ilustres cofrades de gobierno, parlamento o lo que sea con suntuoso sueldo a costa de los simples mortales.

No es verdad que sea universal esta ruina. Lo es la crisis. Pero crisis no implica cataclismo. No necesariamente. La crisis es el síntoma de que hay que recomponer el entramado productivo: enterrar lo muerto. Y que eso es doloroso. Y que no hacerlo es mortal, sencillamente. Al cabo de dos años de iniciada la recesión, Alemania registra cifras de recuperación importantes: ha hecho un trabajo de ajuste duro, y hoy se plantea si no será mejor salirse de esta broma siniestra que fue el euro. Al cabo de dos años de negar la recesión, España se abre al 2011 en el mayor desarraigo de su historia reciente. Nadie confía aquí en nada. Menos que nada en la existencia de su puesto de trabajo dentro de unos pocos meses. Sólo algo aquí es seguro: no serán los políticos los que duerman en la calle.

Y el paseante que retorna a casa con el alma de cristal gris de todos los eneros, blindado en la dureza de los supervivientes, trata en vano de mirar hacia otro sitio, no ver a toda esa pobre gente condenada a dormir en su caja de cartón al abrigo de los escaparate. Un coche con escolta surca, vertiginoso, la Gran Vía hacia la nada. El paseante aprieta el paso y contiene el vómito. Es un mundo de verdad maravilloso.


ABC - Opinión

Real Sociedad. La alineación de ETA. Por José García Domínguez

La única duda razonable que plantea el caso es discernir si nos hallamos ante siete cobardes o ante siete miserables. Sin que proceda descartar la hipótesis más verosímil, esto es, que concurran las dos circunstancias a un tiempo.

Igual que los esforzados enanitos de Blancanieves, también ETA dispone de siete devotos admiradores prestos a librarla de todo mal, aunque no moran en un claro del bosque sino en el muy turbio banquillo de la Real Sociedad de San Sebastián. Trátase de siete pequeños colaboracionistas con su régimen de terror que responden por Imanol Agirretxe, Jon Ansotegi, Mikel González, Mikel Labaka, Eñaut Zubikarai, Markel Bergara y Mikel Aranburu. Según parece, esos siete zagales vinieron al mundo a dar patadas, ora a un balón de fútbol, ora a la memoria de los cerca de mil asesinados que el objeto de sus desvelos ha dejado tendidos en las cunetas de la memoria.

Tal que así, los siete magníficos de Anoeta han dado en hacernos sabedores de cómo sus atormentadas almas sufren por los presos. Siempre, huelga decir, que los internos comulguen con el hacha y la serpiente. Y es que la suerte del resto de los criminales resulta por entero ajena a tantas congojas y pesares. Pues solo quien haya matado a un semejante en nombre de Euskal Herría dispone de un rinconcito en sus afligidos corazones. Unos corazones que se encogen frente a un régimen penitenciario "que tiene la crueldad como base", según predica el escrito que acaban de rubricar al alimón. Perversidad cuyo fin sería "destruirlos [a los etarras] para golpear así de lleno a la sociedad vasca", como igual refieren ahí los émulos de Mudito, Gruñón, Estornudo, Tímido, Sabio, Feliz y Dormilón.

Por lo demás, la única duda razonable que plantea el caso es discernir si nos hallamos ante siete cobardes o ante siete miserables. Sin que proceda descartar la hipótesis más verosímil, esto es, que concurran las dos circunstancias a un tiempo. Lo explicó mejor que nadie Sebastian Haffner en Memorias de un alemán. Al principio, la población se prestaba a colaborar por simple miedo. Aplaudían, coreaban las consignas y denunciaban a sus vecinos solo con tal de ponerse ellos a salvo. Al principio, era así. Pero, con el tiempo, ninguno soportaba la vergüenza al contemplarse la cara en el espejo cada mañana. Por eso, todos acababan sucumbiendo a la doctrina del partido. Para poder absolverse a sí mismos. ¿Cuándo, por cierto, las Memorias de un vasco?

Nota bene:

No hay quinto malo, pero sí octavo ruin. De ahí que, en el instante de editar esta columna, irrumpiese en la lista un David Zurutuza que no merece sea alterada ni una coma de lo dicho


Libertad Digital - Opinión

Salutación al pesimista. Por Ignacio Camacho

En las actuales circunstancias el optimismo consiste en resignarse a que 2011 sea un año de tristezas llevaderas.

EL cuarto año de la crisis, que empezó dieciocho meses antes de que el presidente del Gobierno reconociera su existencia, ha arrancado en medio de un fuerte pesimismo colectivo, una atmósfera generalizada de desaliento psicológico que puede agravar el panorama y desarmar todavía más la débil estructura de resistencia social. La mitad de los españoles creen que el paro va a empeorar, y aún son en conjunto más optimistas que, por ejemplo, los andaluces, entre los que tres de cada cuatro temen quedarse sin empleo antes del verano. La mayoría de los parados carece de esperanza en la posibilidad de encontrar trabajo, pero si la tuviese daría igual, porque tampoco iba a encontrarlo. Las perspectivas más razonables apuntan a que el desempleo no aumentará, o al menos no volverá al vértigo de la caída del 2009, sin que ello implique mejoras significativas; la mejor previsión de crecimiento en este ejercicio se atoja insuficiente para crear tasas netas de ocupación. En las actuales circunstancias, el optimismo consiste en aspirar a quedarse como estamos, en conformarse con no descender más peldaños de la escala de bienestar que hemos bajado de golpe y a costalazos, y en aceptar con cierta resignación que 2011 sea un año de tristezas llevaderas en el que las penurias mohínas de los últimos tiempos discurran al menos sin nuevos sobresaltos.

En este clima de desmoralización resalta la confiada ofuscación de Rodríguez Zapatero, cuya inmersión forzosa en un cierto realismo político no alcanza para que deje de cometer el error que más le ha hundido ante la opinión pública: la persistencia en pronosticar mejoras que no sólo no se producen, sino que se alejan en un horizonte de descalabro socioeconómico. Ayer, ante Carlos Herrera, anduvo espeso y defensivo, centrado en la prioridad de no parecer irresponsable, pero continuó destilando ese aire de autocomplacencia esperanzada que para muchos ciudadanos se ha convertido ya en una irritante cantinela muy parecida al engaño. Su empeño voluntarista en atisbar señales de recuperación resulta ya un discurso cansino en el que la gente ha dejado de creer. Los más benévolos opinan que se ha equivocado demasiadas veces; el resto simplemente considera que ha mentido. Alguna vez acabará acertando, o ni siquiera eso porque la crisis no ha tocado fondo y los indicios de mejoría no empezarán a notarse, en el mejor de los supuestos, hasta el final de su mandato, pero en todo caso ya no está en condiciones de rescatar su devalada capacidad de análisis. Y aunque ha rebajado el provocativo optimismo que antes le arrastraba a escandalosos vaticinios fallidos y ha moderado la arrogancia con que se jactaba de controlar una situación que a todas luces había sobrepasado sus facultades, carece de crédito para enviar mensajes de confianza. Un país con aspiraciones no se puede conformar con que su líder deje de decir tonterías.

ABC - Opinión

Un paro insostenible

El año ha empezado con un goteo de malas noticias económicas, entre las cuales la del paro tal vez sea la más desalentadora, pues ha alcanzado su nivel anual más alto en toda la serie histórica desde1996. En concreto, 2010 terminó con 4.100.073 desempleados, 176.470 más que el año anterior. Es verdad que ha sido el ejercicio con menor incremento y que diciembre ha sido el mejor mes, pero es un triste consuelo aferrarse a este tipo de interpretaciones. La realidad objetiva es que España es el segundo país con más paro de Europa y que su economía está fuertemente lastrada por este motivo. No es casual que la principal preocupación de los españoles es, según el estudio del CIS publicado ayer, la ocupación laboral. De nada sirve que el Gobierno trate de disimular la crudeza de los datos con paños calientes, tales como que la tasa de protección social es muy alta o que la cobertura a los parados es suficiente. Son las tópicas excusas de mal gestor, que en vez de poner los medios para que no se produzca la hemorragia presume de dispensar buenos vendajes. Es verdad que la creación de empleo no depende, ni mucho menos, del Gobierno, salvo el empleo público, del que por cierto se ha abusado en los últimos años. La creación de puestos de trabajo es el fruto de un tejido empresarial que en dura competencia es capaz de producir más y a menor coste, arriesgando esfuerzos y capital. No hay otra forma rentable y viable de reducir la pavorosa bolsa española de desempleo. Pero para alcanzar ese objetivo, los poderes públicos deben asumir su responsabilidad y facilitar las condiciones legales y normativas que convienen a la reactivación empresarial. Lo que se espera de un Gobierno sensato no es que ponga tiritas a la hemorragia, sino que ayude a los expertos a evitar las heridas. Dicho de otro modo, lo que espera el ciudadano de los gobernantes es que reformen la legislación laboral para que los empresarios puedan contratar nuevos empleos sin el temor de contraer una rémora improductiva. El equipo de Zapatero ha realizado ya algún esfuerzo en este sentido, y es justo reconocerlo, pero no es suficiente, como ya hemos señalado en otras ocasiones. La reforma laboral tímidamente avanzada camina en la buena dirección, pero aún quedan zonas oscuras que superar para que los actores económicos arriesguen aún más en la reactivación. Asuntos como la negociación colectiva, la ultraactividad de los convenios o la burocracia sindical que lastra la actividad empresarial no son menores y están pendientes de reformar más allá de la ruinosa demagogia sindical. Debería iluminar a nuestros administradores el ejemplo de Alemania, un país con sólo el 6,8% de paro, que ha remontado antes que nadie la crisis gracias a la sensatez de sus líderes sindicales, a la moderación salarial y a la contención de los costes de producción. Entre España y Alemania no hay sólo una enorme distancia estadística, sino de responsabilidad política y sindical. Mientras en nuestro país un sindicalismo obsoleto alimentado con subvenciones por un Gobierno afín se ha limitado a defender los derechos adquiridos de los trabajadores acomodados, en Alemania se ha procurado que haya más empleo para más trabajadores. ¿No es ése acaso el camino que desean los españoles?

La Razón - Editorial

Mezcla empobrecedora

El alto nivel de paro y la inflación se combinan para complicar más la grave situación económica.

Hace décadas que en Estados Unidos se bautizó como "índice de miseria" la suma de la tasa de paro y la de inflación. Este índice con el que la economía española concluye el año es el mayor desde el inicio de la crisis, hace más de tres años, y expresa el fracaso de las políticas económicas. A la ausencia de crecimiento se suma el contingente más elevado de españoles registrados como desempleados desde que existen datos estadísticos, y una tasa de inflación inquietante que nada tiene que ver con la anémica demanda interna. Los operadores en los mercados de deuda pública, por su parte, siguen manteniendo a los bonos españoles con una prima de riesgo elevada, alejada de la normalidad.

La transición desde tasas muy moderadas de variación de los precios, incluso de contracciones en el IPC, a tasas interanuales cercanas al 3%, como la aportada en diciembre, es una señal adversa. A los temores deflacionistas suceden los derivados de la coexistencia entre estancamiento e inflación, la temida estanflación.


Como era previsible, la elevación de los impuestos indirectos (IVA, tabacos, etcétera), el encarecimiento de los carburantes y de las tarifas de algunos servicios públicos han sido los principales responsables de ese 2,9% en que ha quedado la inflación general. La principal consecuencia de ese repunte en los precios es la erosión adicional de poder adquisitivo de las personas con las rentas más bajas. El encarecimiento de la cesta de la compra coexiste con la congelación de la revisión salarial en un buen número de trabajadores con convenio, la eliminación de los 426 euros de subsidio a los parados de larga duración o la continua caída en el valor de la vivienda, la principal manifestación del patrimonio de mucho españoles.

Al indicador de inflación ha acompañado el del paro registrado en diciembre. A pesar de la caída en 10.221 personas (la primera reducción en un diciembre desde que se inició la crisis), la cifra total es la mayor desde que se empezó a elaborar la serie. La afiliación a la Seguridad Social no deja margen a la interpretación favorable: los 27.728 cotizantes menos de diciembre son un eslabón más en la cadena de cinco meses consecutivos de caída.

Pocos paliativos pueden compensar el más grave desequilibrio que exhibe la economía española. Es probable que los próximos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), los del cuarto trimestre, ilustren el deterioro adicional en el mercado de trabajo al final de 2010. Es también probable que en los próximos meses continúe la destrucción de empleo, la pérdida de renta de los españoles con menor capacidad defensiva y, por tanto, la renta por habitante. La mezcla empobrecedora de altas tasas de paro e inflación creciente tampoco favorece la restauración de la solvencia de empresas y familias, los titulares del mayor volumen de deuda y los que determinan la salud del sistema bancario español. La única vía para superar esta situación es el crecimiento, un reto que las políticas económicas no han logrado generar en España.


El País - Editorial

Paralizados ante el aumento del paro

Un paro del 20% no es una fatalidad, sino una radical anomalía a la que no nos podemos acostumbrar. Es un síntoma inequívoco de que al mercado se le siguen imponiendo barreras institucionales que le imposibilitan su tendencia a crear riqueza y empleo.

El Gobierno de Zapatero podrá aferrarse inútilmente al hecho de que el número de parados descendió en diciembre en 10.221 personas o al de que el incremento del desempleo en 2010 ha sido menor que el que sufrimos en los dos años anteriores. Sin embargo, eso no son más que estériles intentos de maquillar un dato mucho más decisivo y realista a la hora de hacer un diagnostico de situación, como es el de que el paro, con un incremento anual en 176.470 personas, ha vuelto ha alcanzar un récord histórico, que sitúa el número total de desempleados en España en 4.548.415.

Y es que a medida que el porcentaje de parados aumenta, mayor es el grado de deterioro de la economía necesario para que el desempleo siga creciendo. Ante la purga a la que nos abocaba la burbuja crediticia alumbrada por los bajos centrales, lo grave no es tanto la rápida destrucción de empleo a la que estábamos condenados, sino que ésta no haya sido relevada por un reajuste productivo que, a su vez, permitiese una intensa y rápida creación de empleo. Lo preocupante en el caso de España es que, lejos de sufrir una crisis en forma de V, la estamos padeciendo en forma de L.


Sin embargo, un porcentaje de paro del 20% no es una fatalidad que un país tenga que conllevar, sino una radical anomalía a la que no nos podemos acostumbrar. Es un síntoma inequívoco de que al mercado se le siguen imponiendo barreras institucionales que le imposibilitan su tendencia natural a crear riqueza y empleo. Sin embargo, al Gobierno parecería que lo único que le importa es ir tirando, aferrado –eso sí– a la poltrona, sin más interés que engañar de manera puntual y pasajera a los inversores y a los socios comunitarios para evitar la suspensión de pagos o la expulsión del euro. El Ejecutivo confunde el amargor de la medicina con el sufrimiento que causa la falta de cura. Y es por ello por lo que, lejos de llevar a cabo profundas y diversas reformas estructurales, empezando por la del mercado laboral, se limita a pasar factura, ya sea en forma de impuestos, de recibo de luz, o de desempleo.

Aun con menos responsabilidad que la que lógicamente tiene el Gobierno, otro tanto se podría decir del principal partido de la oposición. Es lamentable que el PP no haya liderado ninguna movilización social para exigir en la calle ese adelanto electoral que dice reclamar. El mal ejemplo que la mayoría de los ayuntamientos y comunidades autónomas del PP están dando a la hora de reducir drásticamente sus gastos supone, desde luego, una mala tarjeta de visita, por mucho que el desplome del PSOE en las encuestas parezca indicar lo contrario.

A la vista de este estancamiento, no es de extrañar que una inmensa mayoría de ciudadanos crea que, tras el paro y las dificultades económicas en general, el principal problema de nuestro país sea su clase política. Si no faltan hechos objetivos para dar la razón a ese 76,4% de ciudadanos que cree que la economía va mal o muy mal, ¿a que reformas o cambio de timón podríamos apelar para calificar de pesimistas a ese 75,8% que piensa que la situación continuará igual o peor dentro de un año?

Mientras que otros países como Alemania ya ofrecen datos claros y firmes de recuperación, aquí seguimos en la crónica de una agonía.


Libertad Digital - Editorial

Triunfalismo ofensivo

El Gobierno de Rodríguez Zapatero se apunta a los espejismos propagandísticos para difuminar la realidad de un paro histórico.

EL Gobierno recibió ayer con alborozo forzado el dato de que el paro había bajado en diciembre en 10.000 personas. En cascada, tanto el presidente del Gobierno como el Ministerio de Trabajo anunciaron el fin de la crisis del mercado laboral, demostrando que cuando Rodríguez Zapatero despidió 2010 proclamando el tránsito desde la recesión a la recuperación no hacía otra cosa que poner en marcha la maquinaria de propaganda que va a bombardear a los ciudadanos hasta las elecciones de mayo. El informe del INEM ofrece, sin duda, un dato menos negativo que los de meses anteriores. Es más, se trata de un dato hasta cierto punto sorprendente porque se produce con un crecimiento prácticamente nulo de la economía, cuando en años anteriores a la crisis, creciendo con tasas positivas , los meses de diciembre generaban paro. Es probable que el Gobierno tenga la explicación a esta curiosa variable estadística. Y hasta aquí las buenas noticias que puede dar Rodríguez Zapatero, porque 2010 es el año que termina con mayor número de desempleados registrados a 31 de diciembre en el INEM, que son más de cuatro millones y medio si se suman todos los grupos de demandantes de empleo no ocupados. Utilizando los criterios del Gobierno, el paro se ha incrementado en 2010 en 176.470 personas. El desempleo crece a menor ritmo que en 2009 y 2008, pero porque cada año hay menos trabajadores que puedan perder su empleo. Además, la Seguridad Social perdió en diciembre más de 27.000 afiliados y más de 200.000 en todo 2010. Nuevamente se consuela el Gobierno con el pobre argumento de que más se perdió en 2009 y 2008. También es cierto, pero a estas alturas esta actitud demuestra la resignación, la impotencia y la incapacidad del Gobierno para generar una inflexión definitiva en la evolución del paro y de la pérdida de afiliados a la Seguridad Social.

Que Zapatero afirme que ahora hay más personas trabajando que en 2004 es una falta de respeto a la opinión pública, porque oculta que esa cifra va muy por detrás de los incrementos de población, en general, y de población activa, en particular; y que marzo de 2004 terminó con 1.743.706 parados, frente a los más de cuatro millones que se apuntan en su balance a día de hoy. El Gobierno se apunta de nuevo a los espejismos propagandísticos para difuminar la realidad de un paro registrado histórico y de una constante caída en la afiliación a la Seguridad Social.


ABC - Editorial