domingo, 2 de octubre de 2011

1930. Por Alfonso Ussía

La próxima semana dará comienzo en Bruselas el juicio contra Tintin. Lo han leído bien. Contra Tintin, el héroe de los tebeos de Hergé, que no se sentará en el banquillo porque lleva muchos años enterrado. La gente es tonta. No cabe en España un tonto más, decía mi maestro Santiago Amón. Parece ser que en Bélgica, sí. Todavía queda margen. Figúrense que dentro de ochenta años, un lector atravesado, desconocedor de las circunstancias de nuestros tiempos, considere que una viñeta del gran Ibáñez resulta ofensiva y contraproducente. Y Mortadelo y Filemón, al banquillo.

El libro «Tintin en el Congo» se publicó en 1930. Previamente, Hergé se había estrenado en blanco y negro con «Tintin en Rusia». En «Tintin en el Congo» se refleja la costumbre, el momento y las ideas de aquellos tiempos. África estaba colonizada por los europeos, y unas sociedades eran más comprensibles y humanas que otras con los nativos. Los belgas no fueron excesivamente simpáticos con los congoleños. En 1930, los negros eran considerados inferiores, y no había que viajar a África para experimentar la realidad de tamaña barbaridad e injusticia.


En los Estados Unidos y en el Caribe, el desprecio racial era el mismo. Hergé hilvana una historieta nacida de su talento y de su tiempo. El Hergé de 1990 jamás habría escrito y dibujado lo que escribió y dibujó en 1930. No hay duda de que, leído y visto hoy «Tintin en el Congo», resulta chocante, desagradable y fuera de lugar. En unas viñetas Tintin dispara sobre unos negritos y los compara a los monos. No hace mucho, el príncipe zulú Mangoshotu Buthelesi, refiriéndose a los negros sudafricanos que no son zulúes, lo hizo con desprecio hacia los primates. Si sientan en el banquillo a un dibujo que representa a un joven con un flequillo rubio, tendrían que hacer lo mismo con toda la saga de los Courtney de Wilbur Smith. Tengo en mi biblioteca ediciones de principios de siglos de aventuras africanas y safaris. Se leen párrafos estremecedores de los castigos a los que eran sometidos los porteadores u ojeadores por parte de los capataces negros que contrataban los cazadores europeos. Hiere la lectura, pero la narración corresponde a aquellos tiempos inhumanos en los que un negro no valía nada en África. Tan sólo los misioneros tuvieron la valentía de tratar a los nativos como hijos de Dios, seres humanos y equiparables en derechos a los blancos. Y muchos de ellos, españoles en alto porcentaje, fueron asesinados por su consideración con la negritud. Si van a juzgar en Bélgica a un cromo ¿por qué no hacen lo mismo con todos los escritores de libros de safaris, testigos de los castigos más inhumanos y crueles? ¿Quiénes son los idiotas que van a juzgar a un personaje de tebeo ochenta años después de su congoleña aventura?

Según parece, el promotor del exótico y extravagante proceso es un abogado del Congo, Bienvenu Mbutu, que acusa a Tintin de hacer propaganda de la colonización. Habría que recordar a Mbutu que los belgas fueron duros e implacables, pero unos benditos comparados con los propios congoleños cumplida la independencia. Lumumba, Mobutu, Tshombé y compañía se dedicaron a exterminar a quienes no pertenecían a su etnia.

Juzgar al protagonista de un tebeo es más que una memez. Además, los congoleños no se sienten tan perjudicados por lo que Hergé dibujó en 1930. ¿Y ahora qué? ¿Tintin a la cárcel y hacer hogueras con sus libros? Con mi ejemplar que no cuenten.


La Razón – Opinión

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