domingo, 25 de septiembre de 2011

Hijos de Israel. Por Angela Vallvey

El judaísmo es la más antigua de las tres religiones monoteístas, de él manaron primero el cristianismo y, luego, la más «joven»: el Islam. El calendario hebreo dice que éste es su año 5771. Para nosotros, transcurre el 2011. Para los musulmanes, el 1432, creo. Pese a tener el culto más viejo, los judíos sobrellevan una historia convulsa que no termina. El Talmud menciona que forman un pueblo que siempre vive «hostigado, acosado, perseguido y acorralado», y que nunca ha sido fácil ser judío. En el Génesis se consagra la Tierra Santa de Israel como la patria judía. El mundo se divide así entre Israel y… todo lo demás. Cuando el Islam no existía como religión, Herodes el Grande, muy aficionado a las obras públicas, reconstruía el Segundo Templo –símbolo del pueblo judío– sobre lo que antiguamente fuera el Monte Moriá, el lugar donde Abraham fue a sacrificar a su hijo Isaac. Lo que hoy queda de aquel templo –el Muro Occidental o Muro de las Lamentaciones– es la parte baja que sostiene la Explanada de las Mezquitas en Jerusalem. Arriba, la piedra de Abraham está cubierta por la Cúpula de la Roca, una mezquita del siglo VII que prohíbe actualmente la entrada a los no musulmanes. El lugar parece una metáfora arquitectónica de la enzarzada situación entre palestinos y judíos: los islamistas arriba, paseando orgullosos y altivos por el lugar que ocuparon y conquistaron sus ancestros; los judíos abajo, sosteniendo la estructura, cuidando los restos de su memoria compuesta de destrucciones y renacimientos. Ambos bandos, ligados en lo más íntimo.

El conflicto palestino-israelí es cualquier cosa menos sencillo. Así y todo, ambas partes parecen haber llegado hoy día, de hecho, a una especie de statu quo. Se toleran (tolerar significa «sufrir, llevar con paciencia») mutuamente. La situación resulta endemoniada: los palestinos no tienen patria, y esa especie de entelequia denominada la Autoridad Palestina (ANP) es su único gobierno. El rey de Jordania les ofrece tradicionalmente un pasaporte a sus vecinos/hermanos cisjordanos. Cisjordania y Gaza están separadas geográficamente… Las fronteras se suceden en los sitios más insospechados, aunque en los controles, el mismo jueves pasado, no se sentía sensación de peligro. Los judíos, incluso cuando se asientan en mitad del desierto del Néguev, son capaces de hacer florecer la tierra. Ver sus logros impresiona al extraño. Viven con modestia, trabajan duramente y construyen y progresan sin parar, movidos por una fuerza ancestral, con algo de la rabia y el descaro del esclavo manumitido. Los árabes, por el contrario, prefieren vivir de las subvenciones de la comunidad internacional. Los palestinos tienen fe en la ONU, que canaliza muchas ayudas económicas. Mahmud Abbas se ha ido a la ONU a hacer su «primaverita» palestina: a pedir que Palestina sea un Estado y que la madre ONU le quite a Israel lo que Israel ganó en una guerra. Los palestinos han ovacionado la petición, ilusos. Pero todo es puro teatro, una mentira mundialmente compartida, porque nada cambiará si no hay diálogo.

La Razón – Opinión

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