jueves, 7 de julio de 2011

Llamadle Alfredo. Por M. Martín Ferrand

El hombre que no quiere ser Pérez es un político hecho y derecho (izquierdo) y lo suficientemente marrullero.

RUBALCABA, llamadle Alfredo, no es un cadete, como la mayoría de sus compañeros de Gobierno, incluido José Luis Rodríguez Zapatero. Arrastra la experiencia de la oposición —no muy limpia, por cierto— contra Adolfo Suárez y del poder junto a Felipe González. Atravesó el desierto cuando José María Aznar, antes de que se le indigestara la gloria, encauzó el rumbo de la Nación a costa de comprometer el del Estado en el Hotel Majestic y, recuperada la púrpura, lleva unos años haciéndolo razonablemente bien como ministro de Interior y lamentablemente mal en su condición de co-responsable del zapaterismo. El hombre que no quiere ser Pérez es un político hecho y derecho (izquierdo), conocedor del terreno y lo suficientemente marrullero como para ser tan duradero en la democracia como Rodolfo Martín Villa lo fue en el pasado.

Hoy le corresponde a Rubalcaba, en su condición de ruidoso candidato a la presidencia, ser «el malo» oficial que necesita el PP para, a falta de una ideología definida y de un programa concreto, mantener unidos a sus militantes y devotos. Es natural, en consecuencia, que, de Mariano Rajoy abajo, quienes aspiran a constituirse como próximo Gobierno de España no pierdan oportunidad de alancear a quien desean ver al frente de las filas de la oposición.

Asumido el principio activo, queda por establecer la dosis con que conviene administrarlo. De momento, el alboroto crítico que promueve el PP con tanto hablar del todavía vicepresidente es, tal cual lo veo, la más eficaz de las campañas de lanzamiento que podría desear quien acude a la contienda con el pronóstico de perdedor. Sería más inteligente por parte de los de la gaviota insistir en la belleza y los encantos, con perdón, de Rajoy que abundar en el pregón de la hosca fealdad de Alfredo, simplemente Alfredo. La machacona demanda de su renuncia y salida del Gobierno le aporta al personaje una relevancia que, sin coste alguno, engrandece su figura. Su mérito objetivo, la encarnación del PSOE, no es muy grande si se consideran los frutos del partido decano entre los de ámbito nacional en sus últimas exhibiciones de poder; pero la crítica popular, insistente y monotemática, concentrada en su persona eleva la altura de su pedestal. Algo tendrá Alfredo, simplemente Alfredo, se dicen los incondicionales del voto socialista, para que su mera presencia irrite tanto a quienes le aventajan en expectativas de voto y posibilidades de victoria. Unos presumibles vencedores que, dada su dificultad para entenderse con sus próximos —piénsese en Asturias—, solo volverán a La Moncloa si vencen por mayoría absoluta.


ABC - Opinión

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