jueves, 2 de junio de 2011

Pepinos expiatorios. Por Ignacio Camacho

La «fatwa» agraria alemana, de tintes xenófobos, ha pillado a contrapié a un Gobierno desorientado e inoperante.

EN la fatwa alemana contra los pepinos españoles hay algo, bastante más que la atolondrada ligereza de una novata ministra hamburguesa agobiada por una emergencia sanitaria. El asunto tiene la pinta clásica de una guerra comercial, con ribetes de xenofobia, declarada al amparo del prejuicio antropológico de los europeos del norte contra los vecinos del sur: esos PIGS haraganes y derrochones que dilapidan las ayudas, malversan el euro y encima envenenan a los laboriosos ciudadanos calvinistas con sus hortalizas regadas vaya usted a saber cómo. Ese discurso despectivo y populista, tan fácil de inflamar cuando se necesitan inmediatos culpables expiatorios, se ha llevado por delante el meritorio prestigio de nuestra agricultura de primor, uno de los pocos sectores de la economía nacional en que funciona de veras el deseado modelo de I+D.

La responsabilidad esencial del desastre corresponde, desde luego, a la alocada fuga hacia delante de las autoridades germanas, pero el incendio hamburgués ha prendido en las hojas secas de un Gobierno español negligente y desorientado al que le han faltado reflejos y capacidad de lobby para apagar a tiempo la hoguera. Resulta tentadora la idea de un Rubalcaba enfrascado en su precampaña y desatento de la gobernanza, pero como explicación es simple o incompleta. Más bien lo que ha ocurrido es que el Ejecutivo no ha sabido valorar desde el principio el problema en sus justos términos y que, además, carece de capacidad de coordinación porque hace tiempo que se trata de un equipo en desguace, esclerótico e inoperante en los términos necesarios para actuar con resolución y solvencia. Durante los primeros días de la crisis agraria, el medio Ministerio de Agricultura, el de Sanidad, el de Exteriores y las consejerías autonómicas afectadas se han movido cada cual a su aire en medio de un notable desconcierto en el que ha faltado un hilo conductor y una mano experta en situaciones de urgencia. En ese pasivo tiempo crucial sin respuestas organizadas se ha escapado la oportunidad de frenar el desparrame.

A ello hay que añadir la ausencia endémica de mecanismos de presión y de voces autorizadas capaces de hacer ruido en el ámbito europeo. Si un consejero autonómico catalán o andaluz hubiese prohibido por su cuenta la venta de coches alemanes alegando un falso defecto de serie en los frenos, Alemania había caído sobre nosotros con todo su poderío político y económico, exigiendo rectificaciones inmediatas e indemnizaciones compensatorias. España ni siquiera ha podido reaccionar con un contraanálisis de los dichosos pepinos en un plazo razonable. Nos han pillado a contrapié, y la avería es grave en el único sector, el de las exportaciones, que está tirando de la economía española. La dolosa sobreactuación alemana viene bien para aliviar responsabilidades pero no resuelve las dudas sobre la competencia de un Gobierno que no está donde ni cuando se le necesita.


ABC - Opinión

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