lunes, 30 de mayo de 2011

El prezapaterismo. Por Ignacio Camacho

Se acabó el experimentalismo gaseoso, el relativismo posmoderno, el paradigma buenista. Ahora toca el malismo.

EL bucle se ha cerrado. Detrás de Zapatero no venía el postzapaterismo sino el prezapaterismo. El viejo orden tardofelipista, el retorno al socialismo con barba. La caída a plomo del presidente, certificada en la catástrofe electoral del 22-M, ha cerrado con una involución el camino de la sucesión posmoderna que había previsto en su líquida hoja de ruta. Se acabó el experimentalismo gaseoso, el feminismo de Vogue, el relativismo ideológico, la gestualidad posmoderna, el optimismo antropológico, el pensamiento débil, el ensueño juvenil de la democracia bonita y del paradigma buenista. Ahora toca el malismo pragmático de la intriga rubalcabiana, la socialdemocracia convencional, el unitarismo federalista, el sindicalismo clásico, la responsabilidad previsible, el peso específico de la experiencia de poder. La conjura de los barones del partido ha evaporado de un golpe la evanescencia flotante del discurso zapaterista, válida sólo en los tiempos felices de una prosperidad disipada y de una sociedad alegre. En medio de la zozobra social, la quiebra económica y la desconfianza moral, los pretorianos socialistas han decidido rescatar sus perfiles severos y apelar al concepto de madurez y cautela que encarna el veterano y maniobrero superviviente del gonzalismo tardío. Rubalcaba será o tratará de ser el espejo centroizquierdista de Rajoy: un hombre sensato y cuajado del que se puede esperar cualquier cosa menos una frivolidad.

El putsch de los coroneles no sólo ha basureado a Zapatero despojándolo de su liderazgo y obligándole a apartar a su albacea favorita, la ministra Chacón, sino que viene a arrinconar sin contemplaciones su inconsistente modelo político. Un modelo —un estilo, más bien, porque carecía de fundamentos sólidos— que nunca fue del agrado de la nomenclatura clásica del partido, obligada a aceptarlo mientras funcionó como combustible de la maquinaria electoral. El cataclismo de mayo ha soltado de golpe los livianos pernos que sujetaban el zapaterismo a la tradición socialdemócrata y lo ha dejado a la deriva de su propio fracaso. Para la reconstrucción forzosa —y precipitada— del cuarteado edificio del PSOE su núcleo dirigente ha exigido el regreso de la vieja guardia experta en albañilería política. Sin tiempo ni frescura para elaborar una síntesis de ideas han optado por acogerse a ciertos valores seguros; han vuelto al orden de los abuelos para evitar que la maltrecha herencia pasara a los nietos.

Es la apuesta por el fondo de armario frente al fashionismo repentinamente pasado de moda. El riesgo consiste en su evidente olor a naftalina polvorienta. Pero la intemperie a que ha quedado expuesto el socialismo tras su aparatoso descalabro territorial aconseja a los viejos de la tribu proveerse de sólida ropa de abrigo. Fuera del poder —lo dijo González, el referente implícito de esta vieja-nueva etapa—, hace mucho, pero que mucho frío.


ABC - Opinión

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