lunes, 4 de abril de 2011

Ezquizofrenia. Por Ignacio Camacho

Con la retirada a plazos, el zapaterismo culmina en un proceso disociativo de esquizofrenia política.

EN el inevitable proceso psicológico que va a vivir como presidente interino, esa etapa terminal que los americanos llaman con poca caridad «síndrome del pato cojo», existe una alta probabilidad de que Zapatero acabe hablando de sí mismo como si olvidase que lleva siete años en el poder. Ayer ya exhibió en Murcia el preocupante síntoma del desdoblamiento disociativo, al considerarse en condiciones de exigir cuentas por anticipado a la oposición sin tener que rendirlas de su propio mandato. Da la sensación de considerar que su renuncia a plazos lo exime de someterse al juicio político de una legislatura que además se empeña en prolongar contra todo atisbo de lógica razonable.

Acostumbrado a hacer de los gestos un embeleco político, a gobernar mediante artificios simbólicos, Zapatero pretende esquivar su responsabilidad con un amago de expiación ficticia. Quiere aliviar la presión que ha cargado sobre los suyos mediante una dimisión diferida con la que parece considerarse liberado. Sin embargo, al atornillarse al sillón y negarse a convocar elecciones lo único que va a lograr es la creación de un escenario institucional complejo, inestable y deslavazado, que se enredará aún más con la irrevocable bicefalia que sobrevenga cuando el PSOE elija nuevo candidato, con gran probabilidad procedente del actual Gabinete. Los dos, el saliente y el entrante, el viejo y el nuevo —que puede ser aún más viejo—, tendrán que afrontar la rendición de cuentas de un período de poder errático que ha dejado al país al borde de la quiebra, y que además va a culminar en un embrollo de jerarquías difusas y discursos superpuestos. Y el presidente, que al continuar siéndolo traslada al país el problema que había creado en su partido, no podrá eludir, —como no lo eludió Aznar cuando señaló a Rajoy como fallido heredero—, el veredicto que merezca su mandato.


La pretensión de Zapatero es metafísicamente inviable: irse sin irse. Como en el fandango: «Aunque me voy no me voy, que aunque me voy no me ausento». Quiere estar para tomar decisiones y ausentarse a la hora de responder de ellas. Va a ocurrir justo lo contrario: con su anuncio de-sactiva su autoridad y con su permanencia queda obligado a afrontar las responsabilidades. En medio de una zona de turbulencias ha soltado el cuadro de mandos sin entregar el relevo. Lejos de redimirse está a punto de provocar otro desaguisado.

Ayer, en distintos puntos de España, mientras Zapatero se autodesligaba de su propia condición, los militantes socialistas aclamaron a Rubalcaba y Chacón —por separado— con gritos de «presidente» y «presidenta». Ése es el resultado de la última obra maestra del zapaterismo: una fenomenal confusión de esquizofrenia política. El problema es que España no sólo no tiene ahora mismo tres presidentes, sino que tal vez en realidad no tenga ya ninguno.


ABC - Opinión

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