domingo, 10 de abril de 2011

El desagüe. Por Ignacio Camacho

La descomposición del poder andaluz ha consumido en una semana el efecto gaseoso de la renuncia de Zapatero.

NO es una crisis, es una ruina. Y no afecta sólo al socialismo andaluz y a su largo régimen de hegemonía sin sobresaltos, sino a todo el PSOE, cuyos resultados electorales en España han dependido siempre de la cosecha de votos almacenada en los silos clientelares de Andalucía. Tras el grave retroceso sufrido por el zapaterismo en Cataluña, el hundimiento del granero del Sur aventura una catástrofe nacional que compromete el diseño de la operación sucesoria puesta en marcha por el presidente. Ya no se trata de la clásica disputa de patio trasero que se podía solventar sin mayores problemas desde el cómodo predominio de una dominancia virreinal; el ruido simultáneo de los escándalos del EREsfraudulentos, de los dudosos negocios de los hijos de Chaves y de la fenomenal bronca interna en la Junta y en el partido ha alcanzado el primer plano de la opinión pública y ha consumido en apenas una semana el efecto gaseoso de la renuncia de Zapatero. Es el futuro de todo el Partido Socialista lo que está en juego más allá de la posibilidad de que el PP de Javier Arenas obtenga o no la mayoría absoluta autonómica; la descomposición del entramado institucional y la pérdida masiva de respaldo popular en el feudo más tradicional dejan al futuro candidato del PSOE la gravosa herencia de una brecha en la retaguardia que constituye casi una garantía de fracaso.

Esa situación de auténtico destrozo interno es otro de los legados de un Zapatero inexplicablemente rodeado de la leyenda de poseer un adecuado manejo de los tiempos políticos. Su gestión estratégica en Andalucía constituye un ejemplo —otro más— de diseño calamitoso, de descomunal improvisación y de falta de visión a medio y largo plazo. La manera en que abrió la sucesión de Chaves, a destiempo y sin planificación alguna del relevo y de sus consecuencias, ha precipitado un formidable proceso de desintegración y fractura que muestra al aire las vergüenzas y abusos de treinta años de poder viciado, proyectándolas además al plano nacional en la persona del veterano virrey ascendido a la vicepresidencia del Gobierno para procurarle una jubilación confortable. Lejos de propiciar una renovación ordenada, el aclamado líder socialista se limitó a quitar el tapón de la bañera; en pocos meses, error sobre error, toda la ventaja acumulada en décadas de dominancia se ha ido por el desagüe, llevándose gran parte de las posibilidades de reconstrucción de un proyecto nacional agotado.

Resulta paradójico que sea en Andalucía, la menos zapaterista de las organizaciones territoriales del PSOE, la más apegada a la continuidad tardofelipista, donde se esté fraguando la derrota prematura del postzapaterismo. De momento, la trifulca fratricida y la escandalera de corrupción han neutralizado en unos pocos días la euforia artificial del descorchesucesorio. Aún no ha llegado lo peor; falta el hundimiento.


ABC - Opinión

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