miércoles, 13 de abril de 2011

Curiosa coincidencia. Por M. Martín Ferrand

Garzón, que ha tenido papeles protagónicos en los tres poderes del Estado, es encarnación de su mezcolanza.

LA promiscuidad, descarada y obscena, en la que se han instalado los tres grandes poderes del Estado, la falta de la debida superación entre ellos, es una grave enfermedad política, el más potente germen destructor de la democracia. De ahí, con la ayuda de la casuística, el nada deseable y creciente distanciamiento de la ciudadanía de lo que debiera ser punto de referencia y raíz de confianza. El poder Legislativo, amontonado en la multitud de parlamentos con los que nos hemos dotado, es la diana principal de quienes lanzan sus dardos con tra la «clase política»; el Ejecutivo, el vértice del fracaso en la gestión pública, y el Judicial, que debiera ser manantial de certeza, genera más recelos que confianza y, con frecuencia, sirve de referencia para señalar ese amancebamiento institucional que, a partir de la degeneración partitocrática, va mermando la factura pretendidamente democrática que nos trajo la Transición.

La Justicia, la madre del cordero democrático, se ha hecho de cercanías en los Tribunales Superiores de las Autonomías y, con ello, ha perdido el respeto histórico de la distancia. Además, el toqueteo instaurado en tiempos de Felipe González con el Consejo del Poder Judicial y la subordinación que, por el sistema electivo de sus miembros éste tiene del Legislativo que es, a su vez y en los hechos, dependiente del Ejecutivo convierte en sospechosa cualquier sentencia, en inquietante cualquier plazo y en problemática y dudosa cualquier acción que se relacione con la Fiscalía, cuya dependencia orgánica aumenta su intensidad en razón del exceso de celo servidor y agradecido de quien debe su cargo al Gobierno.

En ese marco que describo en líneas groseras, pero que es el quid de nuestras carencias democráticas, cabe entender que la apertura del juicio oral en el que se dilucidaron las responsabilidades de Baltasar Garzón en las escuchas practicadas durante las conversaciones de varios imputados en el «caso Gürtel» con sus abogados defensores, coincide en el tiempo con el que se celebra en la Audiencia de Cádiz contra María José Campanario. Las coincidencias, más que las armas, las carga el diablo y parece razonable el paralelismo entre dos personajes dispares que solo tienen en común la fiebre mediática con la que, la fatalidad o las malas artes —no lo sé—, han sustituido la información veraz y plural que pide la Constitución y que, especialmente en la televisión, brilla por su ausencia. Garzón, que ha tenido papeles protagónicos en los tres poderes del Estado y que es encarnación de su mezcolanza, se sienta en el banquillo. Debe ser cosa de la justicia poética.


ABC - Opinión

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