Inconsistente, provisional y reversible: la pegatina es el logotipo de la política tornadiza del zapaterismo.
EN su vorágine arbitrista de improvisaciones y ocurrencias, el Gobierno ha acertado involuntariamente a diseñar el mejor logotipo posible del zapaterismo. La pegatina es desde hoy el símbolo de esta política de criterios reversibles, ideas inconsistentes y medidas transitorias con las que el presidente y su equipo se atornillan a un poder cuyos resortes hace tiempo que dejaron de controlar. Principios inconsistentes, decisiones retráctiles y normas convertibles a tenor de las circunstancias o vaivenes de opinión pública: todo el carácter tornadizo, liviano e inestable del estilo de gobernar de Zapatero está condensado en el ejercicio de quita y pon que mediante un simple adhesivo cambia la velocidad máxima en las carreteras como un epítome de la provisionalidad de sus métodos y valores.
Con un simple cambio de etiquetas, Zapatero ha ido adaptando su política a las necesidades derivadas de sus reiterados fracasos. Su concepto del poder está basado en una circunstancialidad relativista refractaria a cualquier fundamento permanente. Acostumbrado a la reinvención continua de sí mismo, cambia de avatar con una naturalidad desacomplejada y es capaz de asumir sin remordimientos la identidad de un reformista liberal tras seis años de contumaz autoproclamación como paladín del proteccionismo. Ayer era el campeón antinuclear y mañana revisa la vigencia de las centrales; antier entregaba dadivosos cheques sociales y hoy rebaña el subsidio del desempleo terminal; un día dispara el déficit al 12 por ciento y otro amanece como adalid del equilibrio presupuestario; un año niega la existencia misma de la crisis y al siguiente pronostica un estancamiento quinquenal; lo mismo se abraza en Túnez a Ben Alí (septiembre de 2004, ¿recuerdan?) que se presenta a dar a sus sucesores lecciones de tránsito democrático. Incluso sus señas de identidad más preclaras están sometidas al revisionismo express: la democracia deliberativa acabó en el diktat autoritario de los decretos-ley, los Ministerios de Igualdad o de Vivienda desaparecieron con la fulgurante determinación con que fueron creados y la guardia pretoriana del feminismo juvenil se transformó de repente en la masculina madurez del rubalcabismo. Como en una versión paroxística del devenir presocrático, en el zapaterismo todo fluye y nada permanece, sometida cualquier convicción al contraste de un pragmatismo exacerbado. Gobernanza posmoderna, oportunismo de cartelería, socialdemocracia versión 3.0.
Todo esa impronta de superficialidad y utilitarismo está condensada en el carácter efímero, cambiante y aparencial de las flamantes pegatinas viales: máxima flexibilidad, mínima sustancia y reversibilidad garantizada. Son desechables, biodegradables y fáciles de reciclar. Como las bombillas de bajo consumo. Como la política de bajo coste. Como la ideología de baja intensidad.
Con un simple cambio de etiquetas, Zapatero ha ido adaptando su política a las necesidades derivadas de sus reiterados fracasos. Su concepto del poder está basado en una circunstancialidad relativista refractaria a cualquier fundamento permanente. Acostumbrado a la reinvención continua de sí mismo, cambia de avatar con una naturalidad desacomplejada y es capaz de asumir sin remordimientos la identidad de un reformista liberal tras seis años de contumaz autoproclamación como paladín del proteccionismo. Ayer era el campeón antinuclear y mañana revisa la vigencia de las centrales; antier entregaba dadivosos cheques sociales y hoy rebaña el subsidio del desempleo terminal; un día dispara el déficit al 12 por ciento y otro amanece como adalid del equilibrio presupuestario; un año niega la existencia misma de la crisis y al siguiente pronostica un estancamiento quinquenal; lo mismo se abraza en Túnez a Ben Alí (septiembre de 2004, ¿recuerdan?) que se presenta a dar a sus sucesores lecciones de tránsito democrático. Incluso sus señas de identidad más preclaras están sometidas al revisionismo express: la democracia deliberativa acabó en el diktat autoritario de los decretos-ley, los Ministerios de Igualdad o de Vivienda desaparecieron con la fulgurante determinación con que fueron creados y la guardia pretoriana del feminismo juvenil se transformó de repente en la masculina madurez del rubalcabismo. Como en una versión paroxística del devenir presocrático, en el zapaterismo todo fluye y nada permanece, sometida cualquier convicción al contraste de un pragmatismo exacerbado. Gobernanza posmoderna, oportunismo de cartelería, socialdemocracia versión 3.0.
Todo esa impronta de superficialidad y utilitarismo está condensada en el carácter efímero, cambiante y aparencial de las flamantes pegatinas viales: máxima flexibilidad, mínima sustancia y reversibilidad garantizada. Son desechables, biodegradables y fáciles de reciclar. Como las bombillas de bajo consumo. Como la política de bajo coste. Como la ideología de baja intensidad.
ABC - Opinión
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