domingo, 27 de marzo de 2011

Mr. Tomahawk. Por Ignacio Camacho

Zapatero es víctima de su descomprometido pacifismo; la sociedad española se ha habituado al pensamiento débil.

EL descomprometido pacifismo de guitarra que Zapatero alentó y encarnó en su etapa más meliflua de Peter Pan progre se le ha vuelto en contra a la hora de presentarse como un líder adulto ante la comunidad internacional. La sociedad española se ha acostumbrado al pensamiento débil y encaja mal los despliegues militares y el argumentario intervencionista; no será desde luego el presidente quien pueda reprochárselo. El zapaterismo aprovechó el disparate de Irak para construir una imagen guerrera de Aznar como un Capitán Garfio enfurecido que contrastaba con la virginal integridad buenista del líder de la Alianza de Civilizaciones y el ansia infinita de paz, y he aquí que ahora los ciudadanos no encuentran grandes diferencias entre los motivos de la invasión de Mesopotamia y los del bombardeo de Cirenaica. Si antes veían a un gobernante abrazado a los caprichos belicistas de Bush y sus halcones, ahora contemplan a otro colgado de la estela de un Sarkozy que está perdiendo encuestas y elecciones y necesita recuperar prestigio a golpe de tomahawk. La izquierda aún se beneficia de un doble rasero moral que impide manifestaciones y pancartas, pero la opinión pública ha contemplado el giro de ZP como la última vuelta de su completa reconversión al antónimo de sí mismo.

El presidente no se ha equivocado al apoyar el ataque a Libia, sino al elegir el grado de participación española. Ante las reticencias de Alemania o Turquía podía haberse limitado a la expresión de solidaridad política sin mayor compromiso que la apertura de nuestras bases a las fuerzas de intervención. Sin embargo ha optado por implicarse en las operaciones bélicas directas, como si arrastrase mala conciencia de socio no fiable. Los favores de Francia en el G-20 le han llevado a un precipitado seguidismo de la agresiva estrategia de Sarko en un despliegue de motivos mal explicados, intenciones poco claras y organización tan confusa que al cabo de una semana aún no se sabe bien quién está al mando de la coalición aliada. Los recientes coqueteos con Gadafi y el fuerte olor a petróleo que desprende su caída en desgracia dejan demasiadas dudas sobre la legitimidad moral —que no legal— de esta guerra que Zapatero aún trata de disfrazar con esforzados retruécanos dialécticos. Cuando hay navíos de guerra, aviones de guerra y bombardeos de guerra resulta bastante difícil creer que no se trata de una guerra.

Ya no le queda nada, pues, que salvar de la identidad política que lo llevó al poder. Ha bajado salarios, suprimido derechos laborales y recortado pensiones. Ha liquidado las cajas de ahorros y tiene en la agenda una reforma de los convenios colectivos. Y como colofón se ha metido en una no-guerra que no estaba ahí cuando él llegó. El País de Nunca Jamás se ha convertido en tierra hostil y su juvenil líder ha madurado a la fuerza; tanto que ya sólo le queda jubilarse.


ABC - Opinión

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