viernes, 4 de febrero de 2011

Don de lenguas. Por Ignacio Camacho

El mercado internacional de trabajo señala con pragmatismo la pequeñez de nuestro debate lingüístico autóctono.

HA venido doña Angela Dorothea, la nueva Dama de Hierro, con su oferta de empleos cualificados para universitarios de alta especialización y nos ha sorprendido, cagüenlossietemares, con el pie cambiado en materia de idiomas. De golpe se han llenado las academias; tantos años creyendo que el inglés servía para todo, el esperanto de los negocios, y resulta que los alemanes tienen la mala costumbre de hablar entre ellos en alemán. Y como los puestos ofrecidos son de ingeniería, informática y tecnología, no aceptan el chapurreo oral que hablaban los emigrantes de los sesenta, los de la maleta con cuerdas en la estación de Colonia. Todo el trabajoso aprendizaje lingüístico de los españoles ha quedado en solfa, y eso que últimamente proliferaban los estudios de chino, japonés, árabe y ruso, que se suponían estratégicos para las economías emergentes. Pero nadie esperaba que el milagro teutón volviera a repetirse tan deprisa; para llegar a tiempo de optar a ese mercado va a hacer falta un verdadero pentecostés intelectual.

La verdad es que en España, quizá debido a la introvertida melancolía histórica del imperio, nunca hemos tenido una política educativa acertada en punto a las lenguas extranjeras. Ni siquiera en la contemporaneidad. La generación del baby boom, la que estudió en los sesenta y a la que pertenece la mayoría de la clase política actual, fue absurdamente instruida en francés, que sólo le sirvió para leer Le Mondeen la Transición. Y el inglés sigue siendo nuestra gran laguna cultural incluso en el ámbito universitario, donde se tiende a considerarla lengua instrumental y se enseña aparte con carácter optativo. Ése es un déficit colectivo global tan grave o más que el presupuestario porque afecta a la competitividad del país, pero los planes de aprendizaje oficial siguen enredados en la cuestión de los idiomas vernáculos, fruto del desenfocado debate nacionalista y su afán de utilizar el lenguaje como herramienta de construcción política. Tenemos organizada una gran bronca civil a cuenta del catalán, el gallego o el euskera, con ribetes sainetescos como el de los pinganillos del Senado, y he aquí que el mercado de trabajo internacional irrumpe de pronto con todo su pragmatismo a señalar la pequeñez de esa controversia estéril. Cuando ya ni siquiera el dominio del inglés garantiza una ventaja competitiva, algunos territorios españoles están llenos de parados en dos idiomas.

Lo de Alemania era difícil de prever, por la velocidad de su estirón económico, pero nos ha dejado una lección transparente sobre la errónea orientación del sistema educativo. Simplemente, estamos apuntando en dirección equivocada. Y va a ser complicado corregir el problema cuando además de la carencia de idiomas extranjeros, nuestros escolares tienen —informe PISA al canto— severos problemas de comprensión… del castellano.


ABC - Opinión

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